La empresa controlada por el Estado es un motor del país. La velocidad de la designación de autoridades será una clave de la transición política.
A nadie con algo de conocimiento en la industria petrolera escapa lo central que fue, es y puede ser YPF en el shale argentino. Que es casi como decir lo importante que es la empresa en el shale a nivel mundial, si se tiene en cuenta que Argentina es parte del reducido club de países que logró desarrollar sus recursos no convencionales. Tan solo Canadá y Estados Unidos son los otros dos que están en ese tránsito, aunque a distancias casi siderales en niveles de producción.
La brecha es más corta en cuanto al desarrollo de conocimiento, tecnologías empleadas, adaptación local de esa tecnología, y costos y objetivos cumplidos. Ahí las mejores áreas de Vaca Muerta están casi palmo a palmo con las que encabezan la avanzada mundial del shale en el planeta, como las de Permian (EE.UU.).
En el shale argentino, la empresa fue la precursora. Es la que impulsó ese proceso que cambió la industria, luego de su nacionalización, que les provocó también más de un dolor de cabeza a las arcas nacionales, en ese camino en el que también ahora el Estado tiene una botonera que no tenía en su poder. Hoy es un potencial exportador, y lo que quedó en un segundo plano es que ya podría garantizarse el autoabastecimiento.
Las condiciones macroeconómicas, también, ponen a Vaca Muerta como un lugar a donde ir a buscar los dólares para cumplir con la colosal deuda asumida por el gobierno de Mauricio Macri, algo que no debería opacar la posibilidad de generar valor con esos recursos.
Está claro: YPF es vital y puede seguir siendo vital para el país.
El dilema principal hoy pasa por hacerla acelerar. Y también por cómo será la composición de su próxima conducción.
El Brent (¿en vías de descongelamiento?) del decreto 566 es un primer obstáculo que impuso un freno en las inversiones y el ritmo de producción.
La explicación de por qué Neuquén sigue batiendo sus propios récords de producción de petróleo pasa por la inercia de los pozos conectados.
Pero en los hechos, lo que cae es la curva de producción a futuro. Este mes, en ese sentido, se cumplirán 90 días de la baja de velocidad. (Las etapas de fractura se precipitaron a niveles de 2017, con una baja de casi la mitad del ritmo previo a la normativa que frenó el escenario anterior a la crisis).
Neuquén pensaba subir, en un contexto muy conservador, un 15% la producción de crudo en 2019. Ahora la estimación fijada en el presupuesto que envió el gobernador Omar Gutiérrez a la Legislatura plantea un aumento de solo el 10%.
Todo esto para decir que ese motor que ha sido YPF para la industria petrolera argentina no debería quedar inmerso en otra de esas inercias que suelen caracterizar a los períodos de recambio gubernamental. ¿Por que es importante eso? Básicamente, para no seguir perdiendo tiempo. Cada día que pasa puede entenderse con un rango amplio de variables en juego, desde la suspensión de unos 1200 trabajadores por la baja de la actividad, el riesgo que atraviesa uno de los sectores más golpeados por la economía, las pymes y hasta por los enormes recursos que se dejan de obtener en esa carrera por salir con más crudo por puertos.
Por eso, al margen de los nombres que vayan a ocupar la conducción de la mayor productora, acaso lo central sea que esa resolución no sea parte de una de esas ambigüedades que terminan definiéndose muchos meses después de un cambio de gobierno. El gobierno nacional (Alberto Fernández lo acaba de decir) parece tener como prioridad el desarrollo sustentable de los recursos shale. Todo será urgente para la nueva gestión. Pero si hay un lugar desde donde motorizar la búsqueda de soluciones, ese lugar puede ser, con las políticas adecuadas, YPF. Por eso cada minuto cuenta.
Fuente: LMNeuquén