El mundo se conmueve con la revelación de miles de secretos de la diplomacia de Estados Unidos. ¿Estamos preparados para un planeta sin máscaras? ¿Hasta dónde los medios tienen derecho a revelar información sensible? Los desafíos que plantea la nueva era.
En estas horas el mundo asiste incrédulo a la revelación de secretos sensibles de la diplomacia de Estados Unidos. En una trama de espionaje, tensiones, negociaciones y presión digna de Hollywood, el sitio Wikileaks –experto en filtraciones de documentos ocultos de la administración norteamericana- ha dejado al desnudo los complejos, inseguridades, miedos, deseos ocultos y planes políticos de los Estados Unidos con respecto a decenas de países amigo y enemigos, al dar a conocer más de 250.000 cables del Departamento de Estado de los Estados Unidos, en la mayor filtración de información oficial, en muchos casos secreta, de la historia de la humanidad. Las fiestas de Berlusconi, el seguimiento a Putin, las extrañas costumbres de Gaddafi, la salud, las costumbres y la forma de gobernar de Cristina y Néstor Kirchner, el aislamiento de Chávez, e incluso revelaciones históricas que tienen que ver con la liberación de Mandela o la Guerra de Malvinas forman parte del paquete revelado.
La gran pregunta es… ¿Es sano que esa información llegue el público en todo el mundo? ¿Tiene derecho la gente a acceder a ese tipo de información clasificada? Hoy cientos, tal vez miles de funcionarios en distintos países estén pensando en esconderse en el agujero más profundo para no salir jamás de él. ¿Está preparado el mundo para vivir así? Parece ser que ese será el camino, de la mano de las redes sociales, la tecnología, y las filtraciones, claro. Siempre habrá alguien dispuesto a contar lo que otro no quiere que se diga y eso forma parte de la esencia del periodismo. Wikilieaks (Wiki del hawaiano, significa rápido, y “leaks”, filtraciones) ha hecho de esto un culto. Su misión es justamente proporcionar al público este tipo de informaciones. Su director, propietario y presidente es justamente un periodista que además sabe programación, matemáticas y física. Cuenta con todas las herramientas para darle al mundo una porción de un jarabe difícil de tragar.
Pero no ha dicho quién ha matado a Kennedy. Ni quién encargó el crimen ni por qué, de Marilyn Monroe, si fuera el caso. Tampoco ha revelado grandes secretos militares, ni las negociaciones para compra y venta de armas en todo el mundo con grandes corporaciones de los Estados Unidos.
Lo primero: la gente tiene derecho a conocer la información. El acceso es un derecho básico. “Acceder es justo” dicen los abogados. Lo segundo: los medios periodísticos profesionales deben justamente “mediar” y garantizar ese acceso, pero a la vez evitar que se produzcan daños. Tenemos en ello responsabilidad social.
La parte más interesante de la historia de esta filtración tiene que ver con su manejo público. Wikileaks recurrió a la “sociedad” inédita en el mundo entre cinco grandes periódicos: New York Times, The Guardian, El País, Le Monde y Der Spigel. Casi 200 periodistas y editores revisaron y clasificaron la información del sitio Wikileaks. The New York Times, por ejemplo, acordó con el gobierno de los Estados Unidos los términos de la publicación, y el diario El País –en Madrid- anunció a sus lectores que aceptaría en sus escritos los límites que impusiera aquel acuerdo firmado al otro lado del océano. Y cada uno de los medios decidió seleccionar, clasificar, contextualizar, editar y publicar las historias desprendidas de cada comunicación secreta, de acuerdo a su criterio editorial. En algunos casos, esas informaciones serán coincidentes. Y en otros, no. Pero hubo un espíritu en esos “big five” de la comunicación mundial: no revelarán nombres de personas que puedan poner en peligro sus vidas por la publicación, ni situaciones en ese mismo sentido, ni secretos militares que afecten la defensa nacional de sus propios países. El interés nacional particular, en esos casos, hará un delicado equilibrio con el interés público para decidir el hilo de las publicaciones.
El caso Wikileaks pone en debate el acceso a la información, el derecho a saber, y el profesionalismo de los medios. También, cómo la viralidad de ciertos contenidos, la velocidad de las redes sociales y la “decisión editorial” personalísima de cada usuario de Internet, influye en el mensaje que se distribuye y circula por el mundo. Millones de computadoras en este mismo momento están reproduciendo los cables, agregando cada uno su valor o su desvalor.
Y eso, está bien. Cada uno debe decidir qué hacer y cómo procesar la información que le llega y decide compartir. Somos absolutamente libres de hacerlo y ese espacio debe protegerse.
Como medio, defendemos el acceso a la información y el derecho de sitios como Wikileaks a publicar sus “filtraciones”. Pero es saludable también el que cinco grandes diarios del mundo hayan decidido trabajar en equipo informes muy sensibles, para presentarlos a sus lectores cumpliendo con el rigor profesional del periodismo sano y sabio. Ambos extremos nos muestran el camino que está tomando la humanidad, un mundo que debe prepararse para vivir sin secretos.
Fuente: MDZ