Carlos Mayer, representante de una casa consignataria de hacienda, puso en un grupo de Whatsapp del agro la imagen de su madre, Beatriz Rosa Picote, que pese a problemas en la movilidad no quiere dejar de cumplir con su responsabilidad cívica.
Con su saco a cuadros, engamado con un pantalón verde seco y una chalina cruda que cubría sus hombros, Beatriz Rosa Picote, con sus 97 años y una sonrisa, introdujo en la urna el sobre con su voto para las elecciones legislativas de ayer, que a nivel nacional dieron como ganador a Juntos, publica La Nación.
“Mamá tiene 97 años, está en silla de ruedas, pero igual quiso ir a votar”, contó Carlos Mayer, representante de una firma consignataria de hacienda que compartió en un grupo de Whatsapp de integrantes del agro la foto de su madre, Beatriz, mientras votaba en la Escuela Argentina Modelo de la ciudad de Buenos Aires, ubicada en Riobamba 1059.
Desde que el 11 de noviembre de 1951 las mujeres argentinas pudieron ejercer por primera vez a nivel nacional su derecho al voto y a ser elegidas representantes, Beatriz votó siempre. “Cuando empezó con los problemas de movilidad nos empezó a pedir que la llevemos nosotros. Sea como sea, ella va”, cuenta orgulloso su hijo, que desde hace más de 40 años trabaja en la consignataria Colombo y Magliano.
Beatriz nació el 21 de marzo de 1925 en Buenos Aires, pero pasó sus primeros años de vida en Añatuya, Santiago del Estero. Su padre producía algodón a orillas del Río Salado.
Cuando ella tenía diez años, el padre vendió su producción y la familia volvió a Buenos Aires, en donde ahora se encuentra. A mediados de los años cuarenta, su vida se cruzó con la del ingeniero civil Alfredo Mayer, conocido entonces por ser el primer bebé que nació en el emblemático edificio de la Confitería Molino. Más precisamente en el segundo piso, departamento B el 19 de agosto de 1919. Con él tuvo dos hijos, Carlos y Jorge. “Dedicó su vida a acompañarlo a mi papá y a criarnos a nosotros. Eran otras épocas”, recuerda.
Federico Mayer, uno de sus nietos e hijo de Carlos, habla de su abuela y se emociona. Trae a colación el olor a la sopa de verduras, “su especialidad”, que antes solía cocinar en una olla a presión. “Siempre era diferente porque variaba de acuerdo a las verduras que ese día ella encontraba en la verdulería”, describe.
Cuenta que tiene una bitácora en donde guarda todas sus recetas. “Son increíbles, cocina como los dioses”, dice. La describe como una figura central para la unión familiar. “Todos los domingos desde que tengo recuerdo había que ir a almorzar a su casa, ahí todos nos reuníamos, es algo inolvidable”, cuenta.