“Volvió de la muerte gracias a ella”: la historia del “ángel azul” que le salvó la vida a una mujer

Paola González sufrió dos paros cardiorrespiratorios mientras paseaba con su mamá y su hijo el viernes 17 de diciembre. Luciana Ferreira, una agente de la policía motorizada departamental de La Plata que había asistido a…

miércoles 22/12/2021 - 10:25
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Paola González sufrió dos paros cardiorrespiratorios mientras paseaba con su mamá y su hijo el viernes 17 de diciembre. Luciana Ferreira, una agente de la policía motorizada departamental de La Plata que había asistido a un curso de asistente pre hospitalario cuatro meses atrás, acudió a la emergencia. Hablaron por primera vez ayer en una sala del Instituto Médico Platense.

Es el último viernes normal del año en La Plata. El próximo será Nochebuena y el siguiente, el día final de 2021. El centro está revolucionado porque desde las diez de la mañana hasta el comienzo del sábado se desarrolla “La noche de los descuentos”: son las vísperas de las fiestas. Juan Pablo Desiderio se levanta temprano y se dirige a la sede del Ministerio de Niñez y Desarrollo de la provincia de Buenos Aires, donde trabaja. En su casa queda su esposa Paola González, profesora de inglés de la Escuela Secundaria N° 8 “Ing. Pedro Benoit”, con sus dos hijos: Mailén de 26 años y Mateo de 12.

Paola lleva antes de las diez de la mañana a Mailén a Cántaros, un centro de rehabilitación en Villa Elisa donde un grupo de especialistas trata su discapacidad. Regresa a su casa y recoge a Mateo que había quedado a resguardo de Carolina, su abuela. Guardan el auto en un estacionamiento cerca del centro platense, sobre la calle 48, entre la 8 y la 9, a una cuadra de la diagonal 74. El adolescente quiere comprarse un celular nuevo. Su mamá y su abuela lo acompañan a cotejar modelos y precios. Caminan una cuadra. A la segunda, Paola ya se siente descompuesta. Le dice a su mamá que se siente mal, que le duele el estómago. Se desvanece, cae de rodillas y de costado. Convulsiona. Sufre un paro cardiorrespiratorio. Después sufre otro.

Mateo llama a su papá: “Papi, vení que mamá se descompuso”. Juan Pablo se asusta y sale de su trabajo sin decirle nada a nadie. Alguien llama al 911. El hombre de 50 años tarda en llegar. La ambulancia también. El centro de La Plata es una marea de autos y de gente. A Paola, el corazón le está dejando de funcionar en un sitio inoportuno. Tiene la cara llena de sangre porque mordió los dedos de un comerciante que quiso evitar que se tragara su lengua. Su mamá y su hijo están paralizados. Nadie sabe muy bien qué hacer y el tiempo apremia.

Paola González junto a sus hijos Mailén y Mateo, y su esposo Juan Pablo. Hoy, la mujer de 47 años se recupera en una clínica privada de La Plata

El 26 de octubre de 2020, el primo de Luciana Ferreira murió. Un paro cardiorrespiratorio lo asaltó en su casa. Tenía un largo prontuario cardiológico, tres stents y ningún familiar a mano que supiera cómo actuar ante una emergencia. En Arturo Seguí, una localidad ubicada 30 kilómetros al noroeste del centro de la ciudad de La Plata, las asistencias médicas demoran. Imaginaron maniobras de reanimación y las ejecutaron. “Ninguno había hecho un curso de capacitación. Intentaron hacerlo de mil formas y no lo pudieron sacar”, recuerda su prima.

La última semana de julio y la primera de agosto de 2021, Luciana Ferreira, agente de la policía motorizada departamental de La Plata, empezó una capacitación de asistente pre hospitalario con personal de Infantería. Quería que no hubiesen más muertes evitables como las de su primo. Fueron -dijo- quince días intensos de puro aprendizaje y dedicación. Cuatro meses después, en una mañana cualquiera de viernes, escuchará un llamado al 911 y sentirá que es su momento de actuar.

Luciana Ferreira tiene 34 años y es policía desde 2012. En una ceremonia, las fuerzas de seguridad le entregaron un reconocimiento por la labor

Faltan cinco minutos para las once de la mañana del 17 de diciembre de 2021. Está de recorrida por la zona céntrica de La Plata. Estacionada sobre la diagonal 74, oye la denuncia de una persona desvanecida en vía pública a la que le están realizando maniobras de RCP, las siglas de Reanimación Cardiopulmonar. Se miran con Estefanía Pozzi, su compañera. Hay complicidad en la mirada. “Vamos”, dicen en simultáneo. Están cerca y están en moto. La marea de tráfico y de gente no es un impedimento. “Cuando me acerco, la encuentro tendida en el piso con un montón de gente alrededor. La tenían de costado. Llego y la doy vuelta automáticamente. Constaté que no tenía pulso y que no respiraba. Sabía lo que tenía que hacer. Me acomodé, me puse frente a ella y arranqué a hacer la reanimación con colaboración de Guillermina, una vecina que pasaba por el lugar y que la reconoció”, cuenta Luciana.

Le indica a otro agente que le sostenga la cabeza para evitar que se siguiera lastimando. Ella, con las dos palmas de sus manos, aplasta el esternón de la mujer en ritmo sostenido. “Lo que realmente me interesaba a mí era que ese corazón no dejara de irrigar sangre. Por eso me aboqué a realizarle un masaje continuo”, relata. La ambulancia no llega. Ella se agita y se preocupa: sabe que para que el masaje sea efectivo necesita un bombeo prolijo y sistemático. Guillermina la reemplaza. También lo hace otro oficial del servicio de la motorizada. Intercalan la posición sin cesar la reanimación.

«El nene cuando vio que me entregaron el diploma vino corriendo a abrazarme, a decirme gracias, junto a la mamá de la chica me trajeron un remo de flores y un reconocimiento que dice «Eternamente gracias», expresa la mujer policía de 34 años

Llega Juan Pablo Desiderio, el esposo de la víctima. “Me encuentro con el peor panorama, un cuadro que no le deseo ver a nadie. Ella tirada en el piso con toda la cara ensangrentada porque cuando le agarró la convulsión, le mordió el dedo a un hombre que le quería agarrar la lengua para que no se la tragara. Yo quería entrar y la policía no me dejaba. Entré a los empujones y a las piñas para ir con mi hijo, porque no podía hacer nada más que estar con él. Me puse a un costado y lo abracé. Lo tranquilizaba. Son momentos que jamás creí que iba a pasar”, recrea.

A las 11:30, llega finalmente la ambulancia. Luciana pone en situación a la doctora, que le pide a la agente que la asista en el traslado. A Paola le colocan un desfibrilador y la derivan de urgencia al Hospital San Martín, un paso previo a la internación definitiva en el Instituto Médico Platense. En el centro de salud, el esposo y la madre del paciente abordan por primera vez a la mujer policía. “Me dijeron lo que le transmitieron los médicos: que está viva gracias a mí”, dice humilde y orgullosa a la vez.

Los médicos también le confiaron a los familiares que son muy pocas las personas que salen de dos paros cardiorrespiratorios con tanta buena salud. “Aparentemente no le quedó ninguna secuela neurológica -informa su marido-. Está consciente, está comiendo bien, habla y habla bien, tiene movimientos en el cuerpo, quiere caminar. Las chicas que nunca pararon de hacerle reanimación fue lo que la salvó”.

El reconocimiento a Luciana Ferreira por su labor

Juan Pablo insiste con la palabra gracias cinco veces. Se lo repite a Luciana cada vez que la ve. Le agradece también a la vecina y a los comerciantes del lugar, pero se concentra en la policía. “Le estoy agradecido de por vida. No sé qué más decirle, ni qué darle. Es una cosa increíble lo que pasó. Mi esposa volvió de la muerte gracias a ella. Es un ángel, un ángel azul”. La vio ese viernes en la clínica y la volvió a ver el martes, cuando la agente se acercó al instituto médico para saber cómo había sido la recuperación de Paola.

En el último parte médico, los doctores le confiaron a los familiares que por la rapidez de la asistencia no le quedaron secuelas. Se encargaron de comunicárselo a la mujer policía, que al enterarse no pudo contener su emoción. Tampoco pudo hacerlo Paola, cuando la vio entrar por la puerta de su sala. “Se puso a llorar cuando me vio. Lo único que decía era gracias. No paraba de decirme gracias, gracias, gracias. A los familiares y a toda persona que se acercó para decirme gracias, yo les respondí que no hay nada que agradecer, que es parte de mi trabajo. Estoy orgullosa por haberme anotado en esa capacitación y por la valentía de haberla asistido”, expresa Luciana Ferreira.

Paola, después de llorar y de agradecerle, le dijo que desde ahora en más la sentía como su hermana. Se conmovieron juntas, charlaron unas horas. Luciana manifestó que le “llenó el alma verla recuperada”. Paola le contó que le dolía un poco la garganta porque había sido entubada y que estaba feliz de estar viva porque iba a volver a verl la cara de sus hijos.

Fuente: Infobae

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