Antonella tenía 11 años cuando se viralizó una foto suya haciendo la tarea en la vereda mientras sus padres pedían monedas; en julio, un canal de cable volvió a mostrarla en una situación vulnerable: buscando cartones entre la basura; esta vez, el dueño de una empresa le dio una oportunidad trascendental.
Son las 8 de la mañana cuando Antonella Avallone dobla por Venezuela y toma San José, en el barrio porteño de Monserrat. Va de la mano de Alexis, su pareja, apurando el paso en dirección a Avenida de Mayo. Hace cuatro meses, seguro hubieran frenado el carro para cargar las cajas de cartón desarmadas que están sobre la vereda. Pero pasan al lado sin registrarlas. Ya no necesitan hacerlo. Ya no empujan un carro.
Como nunca antes le había pasado, el trabajo de Antonella es bajo techo y ocurre en el mismo lugar todos los días. Desde que dejó de cartonear, puede arreglarse el pelo y, por primera vez en la vida, hacerse las uñas. En 2016, cuando ella tenía 11, un cronista de LA NACION la descubrió haciendo la tarea de la escuela mientras, a su lado, sus padres pedían monedas. La familia vivía en la calle. Y ella contaba que soñaba con ser peluquera.
Aquella nota generó un aluvión de ayuda y hasta la posibilidad de que le prestaran una casa. Pero el sueño duró poco y volvieron a la calle. Sus papás se separaron y Antonella, que ahora tiene 18 años, vivió en donde pudo: un poco con su mamá y otro poco con otras mujeres, a las que conoció bailando murga y a las que considera sus mamás del corazón. Siempre intentó sostener sus estudios. Lo hizo todo lo que pudo, pero no alcanzó. Le faltaba un año y medio para terminar el secundario cuando tuvo que elegir entre estudiar o comer.
El primer día que salió con el carro hizo 1500 pesos. No estaba sola. Había conocido a Alexis, un adolescente un año mayor que ella. El arreglo fue empezar a trabajar juntos y repartirse la plata a medias. Él también había dejado la escuela. Ese día, Alexis le regaló su 50%. El flechazo fue mutuo. Pocos meses después, empezaron a convivir: alquilaron la misma pieza que comparten hasta el día de hoy.
Pero si una niña en situación de calle genera un aluvión de ayuda, una adolescente que cartonea para no quedar en situación de calle puede incluso generar desconfianza. “La gente escondía el celular cuando pasaba con el carro. Una vez me enojé con una señora y le dije: ‘Si le hubiera querido robar, ya lo hubiera hecho, señora’. Con este carro, me gano la vida dignamente”. La gente me veía y pensaba lo peor”, recuerda con indignación.
La problemática de las personas en situación de calle es el segundo tema que más preocupa a los porteños. Solo la inseguridad provoca más intranquilidad. Esa preocupación puede decantar en ganas de ayudar. Pero también en miedo y desconfianza, según el estudio de la consultora Voices! que estudió esta situación.
Ahora, Antonella es una más del montón cuando toma el subte en la estación San José de la línea A en dirección a Once. Nadie la mira con recelo. Justamente en Once queda la escuela a la que irá el año que viene para terminar el secundario. Se le ilumina la cara cuando cuenta que ya está inscripta. Es una de las condiciones que le puso Horacio, su jefe, para conservar el trabajo. La otra es que, una vez que termine sus estudios, elija una carrera para seguir estudiando. Le prometió que se la va a pagar.
Horacio García Rebaque, su empleador desde hace casi tres meses, es el presidente de SCIS, una empresa gerenciadora de servicios de salud. A mediados de este año, supo de Antonella por otra nota, esta vez en TN. La pescó de casualidad, en el cable, mientras una madrugada intentaba matar el insomnio: muestra a Anto asomándose a volquetes y contenedores en busca de cartones, papeles y otros materiales con valor de reventa. Lleva una campera roja que dice “Egresados 2017″. Y pide una segunda oportunidad.
“Sentí que Dios me la encomendaba”, dice este hombre de 65 años, que se reconoce muy espiritual. Al día siguiente, al llegar a su empresa, llamó a Natalia Carrubba, su secretaria, y le mostró el video:
—Dejá de hacer lo que estés haciendo y encontrala. Yo le voy a dar esa segunda oportunidad —le dijo.
Como Natalia no lograba dar con la periodista que acababa de hacerle la nota, se comunicó con Fabián Marelli, el fotógrafo de LA NACION que había sacado la primera foto, allá por 2016. Fabián ofició de puente para conectarlos.
La primera sensación que tuvo Antonella cuando recibió el mensaje de una tal Natalia que le decía que su jefe le quería dar trabajo fue de incredulidad. “Le pedí a Alexis que me acompañara a la entrevista, tenía miedo de que fuera todo mentira”, recuerda. Pero la propuesta era real y consistía en que se sumara al área administrativa, a la par de todas esas personas que trabajaban atendiendo teléfonos y escribiendo en computadoras mientras ella tenía su primera entrevista.
La siguiente sensación que tuvo Antonella cuando supo en qué consistía el trabajo fue miedo. “No me preocupaba qué fueran a pensar los demás. Además, Nati me había dicho que el resto no sabía de dónde venía yo. Mi principal miedo era la tecnología. Saber mandar un mail. Al principio, molesté mucho a mi compañera, hasta que aprendí”, se sonríe.
En aquellos primeros días fue fundamental poder apoyarse con Alexis, que también fue contratado como empleado administrativo.
Horacio explica cómo se decidió a incorporar a ambos: “Después de la primera entrevista, Natalia me dice: ‘Son dos’. Realmente entendí que no podía darle la oportunidad sólo a ella y dejar que él siguiera trabajando en la calle”. El empresario sabe del poder de las oportunidades.
“Yo vine de la nada”, dice este santafesino que dio sus primeros pasos en una pensión porteña, a la que había llegado junto a sus padres cuando era un bebé. “Mis papás trabajaban todo el día y yo me quedaba solo, al cuidado de la gente de la pensión. Jugaba con una pelota de papel. No supe lo que era una bicicleta”, dice mientras la emoción le corta el relato.
Sus padres fueron progresando mientras él estudiaba Administración de Empresas. Comenzó a trabajar de adolescente, en un taller mecánico. Cuando almorzaba, leía los clasificados del diario en busca de un mejor trabajo. Antes de los 25 ya se había casado y era padre. A esa edad le llegó la posibilidad de trabajar en Xerox Argentina. Pero no pudo presentarse a esa primera cita porque, justo ese día, murió su hija, una beba llamada María Lorena, por una malformación en el hígado.
Horacio se presentó una semana más tarde y explicó la situación. “Lo sentimos, pero no lo podemos tomar, más en ese estado”, le respondieron desde Recursos Humanos. Ya se iba de la empresa cuando decidió sentarse en los sillones de la recepción para recuperar el aire. Un hombre se le acercó y le preguntó qué le pasaba. Horacio le contó. “Acompáñeme”, le dijo, y lo llevó a un despacho, donde esperó cuarenta minutos, hasta que el hombre volvió para decirle que tenía el trabajo. Era el gerente de la empresa.
Desde entonces hizo de todo: trabajó en empresas y fue emprendedor, hasta que hace 30 años se inició en el rubro de la salud.
Para llegar a la empresa, que tiene sus oficinas en Recoleta, Antonella tiene que hacer combinación de subtes. En Once toma la línea H hasta la estación Santa Fe, que la deja en Santa Fe y Pueyrredón, justo a 10 cuadras de donde, hace seis años, sus papás pedían monedas mientras ella trataba de concentrarse para hacer la tarea.
“Trabajo de 9 a 18, aunque siempre llegamos un rato antes de las 9, para estar tranquilos y fichar a horario. Ahora estoy en Recepción, pero la idea es que termine en Reintegros. Lo que pasa es que me van rotando para que aprenda”, explica Antonella. Se siente una bendecida.
“En la calle hay muchas Antonellas y Alexis, esperando una oportunidad. Pero no hay muchos Horacios y Natalias”, se lamenta. Según cifras del Gobierno de la Ciudad, mientras que en 2019 había 1734 personas en situación de calle, el censo de este año contabiliza casi mil personas más: 2611. El 80% tiene entre 18 y 55 años y no terminó el secundario, en tanto que el 61% manifiesta síntomas vinculados con la depresión, de acuerdo con un informe elaborado por la UBA y el Conicet.
Pero así como se dice que la calle no es un lugar para vivir, tampoco es el mejor lugar para trabajar. Sobre todo cuando se es adolescente. Aunque no las muestra, a Antonella la calle le dejó marcas. Cuando trata de centrarse en la cara más amable del mundo, aparecen.
Alguna vez, recuerda, estaba con Alexis, trabajando, pero con hambre y, de repente, un auto del que salía olor a comida frenó. “Nos dieron una vianda caliente a cada uno. Esos gestos te llenan el corazón, pero no pasan siempre. Vivimos muchas cosas feas en la calle”, se quiebra.
Todas estas experiencias fueron moldeando en ella una idea negativa de la sociedad. Una idea que ahora, a la luz de la oportunidad que le dio Horacio, relativiza. “Yo creía que la gente te valoraba según lo que tenías. Y si no tenías nada, no valías nada. Pero desde que conocí a Horacio y a Natalia, me taparon la boca”, dice con una sonrisa enorme, mientras a Horacio se le ponen los ojos vidriosos.
Son muy pocos, en el entorno del empresario, los que saben sobre este gesto. “Nunca busqué el aplauso. Me costó aceptar esta nota. Pero ojalá sirva para contagiar a otros que, como yo, pueden hacer algo para cambiar, un poco, las cosas. Hay muchas Antonellas y Alexis esperando una oportunidad”, afirma. Anto asiente con un gesto.
La conversación con LA NACION finaliza para que ella pueda retomar sus tareas. Y Anto vuelve a hablar de sus sueños: “Siempre soñaba con dejar el carro, con tener un trabajo fijo, pero nunca me imaginé algo como esto. Este trabajo no sólo me dio la posibilidad de comprarme lo que necesito. Me dio esperanza. Me dio el desafío de seguir estudiando, de pensar qué carrera me gustaría estudiar en la universidad”.