La Moncloa trucha, a libro cerrado. Los socios radicales, con jugada única. Los gobernadores, relación tensada por los intereses. La receta del FMI y el rumbo oficial. Los daños que ya produjo el ajuste. LA CGT y una sintomática movida judicial.
El presidente Mauricio Macri, por una vez, reparó en que el vaso estaba perforado por abajo. Pidió, desesperado, el blindaje al Fondo Monetario Internacional (FMI). La movida está dentro de sus competencias, no requiere aprobación parlamentaria. Se tomó sin aviso previo, ni a los aliados chicos de Cambiemos.
Ahora, el Gobierno reclama a los partidos y gobernadores opositores, a la Confederación General del Trabajo (CGT) o a los movimientos sociales, que firmen al pie del contrato de adhesión, a libro cerrado. Una Moncloa trucha sin agenda, que declara intocable el Presupuesto 2018, desvirtuado por la inflación y la devaluación incesantes.
El objetivo es reprochar a los opositores que no avalen el ajuste, consecuencia de la política económica de Cambiemos. La inflación de abril, anunciada el día de la conferencia de prensa, fue la mayor del año. El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, vaticina que bajará en mayo o junio. Leído entre líneas: prende velas para que sea del 2 por ciento mensual. Las tarifas y los combustibles mantendrán el ascenso triunfal hacia la estratósfera.
Las tasas prohibitivas que acompasan la marca triunfal de las LEBAC se contagian a las de crédito bancario, a la de descuento, a la de adelantos en cuenta corriente. La turbulencia del dólar torna prohibitivos los créditos hipotecarios UVA. Trabas al comercio y la industria local, que ahondan la parálisis de la actividad productiva.
El rumbo y “el mundo”: “El mundo”, aseveró Macri, nos exige ir más rápido. Llama “mundo” a las potencias dominantes. Para variar, hay una verdad dentro de la frase capciosa. Es cierto que le exigen al macrismo ir más rápido porque convalidan el rumbo del ajuste, previo a abril. Pie a fondo en el acelerador, enfilando hacia la pared que ya topamos en más de una ocasión.
Corriéndose al Interior: Las provincias, a las que se sisó parte de la coparticipación para derivarla hacia el Fondo de Conurbano Bonaerense, están impedidas de endeudarse.
Los gobernadores peronistas acuden al encuentro con Macri, sonríen para la foto y marcan distancia, en defensa propia.
El entrerriano Gustavo Bordet, el sanjuanino Sergio Uñac y el salteño Juan Manuel Urtubey, del pelotón peruca-transigente, rehúsan ponerle el gancho al libreto oficial. Tibios pero no suicidas, pongalé.
El tucumano Juan Manzur señala, con socarrona delicadeza, que su provincia tiene superávit. Poquito, podríamos agregar. En voz baja, fuera de micrófono, añade que firmó paritaria docente por el 17 por ciento anual, con cláusula gatillo. Le valdrá “pax educativa” hasta después de las vacaciones de invierno. Un alivio, atendiendo a las circunstancias. Su colega bonaerense, María Eugenia Vidal, porfió en no cerrar trato por el 15 por ciento con cláusula gatillo. Hubiera hecho negocio, ahora con toda razón los gremios proyectan otras cifras.
El oficialismo discurre acerca de quién destronará a Manzur, si el radical José Cano o el ex ministro Alfonso Prat Gay. En simultáneo le pide al gobernador que se corte las piernas, bancando la recesión en ciernes y el noviazgo con el FMI, que suena como mala palabra en los oídos de los argentinos dotados de memoria.
El federalismo es un régimen complejo y bastante infrecuente en la experiencia comparada. Hay alrededor de 200 países en el mundo y onda 20 son federales.
La Nación prevalece sobre las provincias porque maneja la caja más robusta y colecta la parte del león de los impuestos. Pero los gobernadores son torazos en rodeo electoral propio y cuentan con un margen relativo de acción y autonomía, que se expande en tiempos de crisis nacional.
Traducido a acciones: los mandatarios provinciales conservan la relación de trato sucesivo con la Casa Rosada, jamás patearán la mesa. Pero, en año preelectoral, se esmeran para defender el terruño en las urnas. Para muchos de ellos (casi todos cuentan con posibilidad de buscar la reelección) es la contradicción principal. En sube y baja con la legitimidad de ejercicio de Macri, tiende a recobrar plafón “la contradicción secundaria”, la perspectiva de un peronismo (más o menos) unido que derrote a Macri en las presidenciales. Tras las elecciones de medio término sonaba a quimera, exótica al imaginario pragmático de los “gobernas”. La coyuntura amplía las condiciones de posibilidad. Ni más, ni menos.
Recetas que matan: El viejo dicho del remedio peor que la enfermedad aplica a las “recetas” del FMI. El gobierno estaba automedicándose de antemano. Igual ideología, igual tratamiento.
El problema finca en el diagnóstico, por partida doble. Primero porque el Fondo ignora las demandas democráticas de los argentinos, su universo es otro.
Además, porque el nudo gordiano no es el déficit fiscal, sino la llamada restricción externa, conforme explican colegas avezados de este diario y antes que ellos economistas de la talla de Marcelo Diamand o Aldo Ferrer. La dificultad para conseguir divisas, más allá del endeudamiento externo.
El modelo macrista se valió de la toma de deuda como herramienta filo única. Hasta usó un swap concertado con China en la etapa populista. Fomentó la bicicleta financiera, suprimió controles que son rutina en “el mundo”, aun en los países vecinos que se mencionan como ejemplo. Alentó la fuga de capitales, sin adoptar el menor resguardo.
La Reserva Federal aumentó las tasas de interés, un cambio predecible. Cuando Estados Unidos estornuda, los países emergentes se resfrían… la Argentina contrae neumonía porque se desabriga como ningún otro.
En los 90, cuando las privatizaciones hacían furor, el presidente Carlos Menem actuó como el más desaprensivo de los ejecutores. Entregó todo, casi gratis, hasta la empresa petrolera nacional. Análogamente, Macri es mayor endeudador serial del planeta y también el que menos precauciones tomó para cuando fugaran los capitales.