Las inversiones son una dificultad para la cuenca. Pero es clave sostener proyectos durante años.
Es cierto, construir un tren de licuefacción para abrirle puertas al gas de Vaca Muerta costaría una inversión descomunal en dólares. Levantar un nuevo ducto troncal, otros mil millones de dólares. Trazar los caminos que pueden optimizar costos, reducir tiempos y hacerle la vida menos complicada al neuquino medio, también, varios centenares de millones de dólares en el plan ideal.
Estas grandes obras que se necesitan en la cuenca neuquina chocan con la situación política y económica del país. Por un lado, las dificultades para conseguir financiamiento, con la presión del frente externo acotado. Y por otra parte, el camino hacia octubre sembrado de interrogantes acerca de quién encabezará el próximo gobierno. Esto, por solo citar dos ejes centrales con incidencia en la obtención de recursos financieros.
Al mismo tiempo, hay temas cruciales vinculados a Vaca Muerta, su futuro y lo sustentable que pueda ser explotar la cantidad colosal de gas y petróleo que hay en la formación neuquina, que están menos atados a la disponibilidad de fondos. Es, por así decirlo, lo que se puede hacer y que no depende tanto de dinero y permitiría ganar tiempo. Se trata de sembrar para cuando, al fin, la coyuntura económica acompañe.
El importante crecimiento de la producción de los dos últimos años, que puso a Neuquén en valores de producción que hacía una década no conseguía, llegó con algunas pistas de lo que se necesita.
A la luz de los accidentes con víctimas fatales, es evidente que hace falta capacitar más mano de obra (al margen de las condiciones de seguridad que deberían ser la regla en todas las locaciones). Al mismo tiempo, la industria petrolera da un salto tecnológico que requiere de nuevos conocimientos. La inteligencia artificial, el procesamiento de datos y la realidad virtual son solo tres de los aspectos que dan una noción de que el futuro ya llegó, como dice la canción, hace rato. No está claro si es que en un campo petrolero todos lo saben. Hay un imaginario del trabajador de la industria que cada día tiene menos que ver con el que se necesitará en los próximos años.
Con todo, el cambio más drástico que se requerirá tiene que ver con una cuestión más bien cultural. Para la historia argentina, demuestra ser un desafío mayúsculo. Y está relacionado con mantener proyectos de largo plazo, ahora que también se habla de Vaca Muerta como aquello que, en parte, podría ser parte de algo así como la salvación del país. “Largo plazo”: se escribe la frase y ahí están las lecciones de la historia colocando esas dos palabras del lado de una lengua extraña. Una aspiración de a ratos vacía de sentido a fuerza de incumplimientos.
Sin embargo, ese largo plazo es central para el desarrollo de Vaca Muerta. Y es otra oportunidad. Pero, ¿qué sería el largo plazo para esta columna? Básicamente, trazar metas y cumplirlas. Acuerdos. Ampliar la mirada y pensar en proyectos colectivos (ciudades, empresas, gobiernos) que se puedan sostener. Nadie pide (lamentablemente) el tipo de metas ciclópeas como la que se traza Alemania de cambiar su matriz energética en un plan al 2050. No. ¿Se sabe qué educación necesita Neuquén? ¿Hay margen para discutirlo? ¿Qué planeamientos urbanos nos están diciendo cómo serán nuestras ciudades del futuro? En un contexto de crecimiento de la producción año tras año, ¿cuáles son los planes para hacer sustentable el tratamiento de residuos petroleros? Hilando fino, ¿cómo se mantiene la palabra empeñada en una industria que aspira a un puñado de certezas centrales? No muchas, pero determinantes. Cualquier ciclo virtuoso arranca allí: de planificar, trazar el camino y cumplir los objetivos.