Es una vendedora ambulante de churros que está desesperada. Fundió su panadería hace algunos meses y no consigue trabajo. Tampoco su marido. Se llama Ayelén Cervin, es cipoleña, y lo único que la puede salvar es una oportunidad laboral.
Sin salida, la cipoleña Ayelén Cervin ofrece uno de sus riñones a cambio de dinero para pagar la abultada deuda de 300 mil pesos que contrajo al fundir la panadería donde trabajaba, junto a su marido. “Sé que la venta de órganos es ilegal y más de uno me va a juzgar por esta actitud, pero realmente no encuentro otra solución. Estoy desesperada”, manifestó.
Trabajo genuino todavía no aparece para ella ni su esposo, y si bien se las rebuscan con ventas de empanadas entre amigos y vecinos; y medialunas y churros con dulce de leche en Ruta Chica, frente a Stihmpra (Sindicato del Hielo), la realidad es que el rédito económico que saca solo le alcanza para cubrir el alquiler del departamento donde vive con su marido y sus dos hijos, de 13 y 15 años.