La corrida que lleva siete semanas muestra al gobierno en la más absoluta fragilidad y sin horizonte. En una situación desconocida, el peronismo se ve a sí mismo en el espejo de 1989 y 2001.
Cuando se despertó, el gobierno todavía estaba ahí. Siete semanas después del inicio de la corrida cambiaria, la alianza del peronismo sigue escupiendo sangre y la pregunta corre de boca en boca entre los que solo atienden a la política en instancias límite: «¿Llegan?». El punto de arribo depende del interlocutor, pero diciembre de 2023 queda en otra galaxia. La duda es de cortísimo plazo, publica La Política Online.
La renuncia de Martin Guzmán y la recuperación del habla entre los socios principales del experimento gubernamental no impidieron que el gobierno siguiera exponiendo su debilidad día a día, en una remake involuntaria que recuerda al final traumático de Mauricio Macri, con un cuadro agravado en todos los planos.
La brecha cambiara de 160% entre el dólar oficial y el dólar paralelo es la más alta de las últimas cuatro décadas, la inflación se descontrola como nunca desde el inicio de la Convertibilidad y el FDT atenta contra la máxima que se construyó desde el regreso de la democracia: solo el peronismo puede gobernar la crisis.
De acuerdo a los cálculos oficiales, faltan entre 14.000 y 18.000 millones de dólares que el agronegocio jamás liquidará en estas condiciones, los precios vuelan, la plata no alcanza y el gobierno es el nombre de la impotencia.
Mal informado o empecinado, Alberto Fernández demuestra a cada paso que sigue sin entender en qué lugar está parado. En las antípodas de aquel Néstor Kirchner al que gusta presentar como su maestro, a este presidente los actores del poder al Presidente le perdieron todo respeto. Silvina Batakis le anuncia a los propios un tiempo de sacrificio sin garantía de éxito y Miguel Pesce sigue fingiendo que lo peor ya pasó o ya pasará.
Pero para ex funcionarios del cristinismo que hoy militan en el sector privado, como Emmanuel Álvarez Agis, es el propio Banco Central el que está financiando la corrida contra Fernández con un doble mecanismo letal para la sobrevida del Presidente. La tasa de interés que corre muy por detrás de la inflación y de la tasa de devaluación, lo que potencia la rueda de la especulación en contra de las arcas del Estado: pesos regalados para ir a comprar dólares. «La primera consideración del FMI incluso antes del acuerdo fue que Argentina necesitaba tener una tasa de interés real positiva. Sin embargo, la política monetaria parece empecinada en regalar los pesos con los cuales se hacen las corridas en los dólares paralelos», dice.
Titulado «Una corrida financiada por la política monetaria, la política fiscal y la política», el informe coincide con los datos que manejan los economistas de Juntos y afirma que en el primer semestre Martín Guzmán no cumplió con el ajuste pactado con el Fondo sino que gastó por encima de la inflación y asegura que la crisis tiene raíz «absolutamente política».
Responsable ineludible de financiar a pura deuda y vista gorda la aventura de Macri en el poder, ahora el organismo que preside Kristalina Georgieva está, de acuerdo a economistas de la oposición como Hernán Lacunza, escondido abajo de la mesa. Solo en un punto mantiene la coherencia: no quiere ser el culpable de detonar la crisis argentina. Es la única fuerza con la que cuenta Batakis para su encuentro en Washington con el FMI.
Los agitadores del mercado reclaman ahora un ajuste profundo que cuente con el apoyo de Cristina Fernández. Mientras tanto, el gobierno se confirma sin plan y anuncia medidas que no se concretan o no modifican la escena de fondo. En un contexto internacional cada día más inestable, inflación global, precios de los cereales que empiezan a declinar y el aumento de las tasas de interés que apura la recesión, el Frente de Todos sigue entregado a la improvisación.
Así como hace un mes al lado del Presidente, soñaban con llegar a diciembre para que la oferta electoral reordene el escenario político y oculte la fragilidad del gobierno, ahora Pesce señala a septiembre como el fin de las importaciones de energía. Pero el mes en que vence una montaña de deuda es un pasaje a lo desconocido.
Para el economista Horacio Rovelli, la situación actual es inexplicable si no se atiende a que el gobierno dilapidó los 30.600 millones de dolares de superávit comercial excepcional que tuvo desde que asumió, producto de la pandemia y el precio de las materias primas. Por eso, dice, las autoridades del Banco Central deberían ser sumariadas por mal desempeño. Ahora, la tendencia es otra, tal como muestra el saldo negativo de junio en la balanza comercial -el primero desde diciembre de 2020- que acaba de difundir el INDEC.
En los últimos días, poco antes de que Joe Biden se declarara contagiado por el virus, los amigos de Fernández se decían convencidos de que existían movimientos que tenían el objetivo de forzar la renuncia del Presidente antes del 26 de julio. De eso hablan los que visitan la residencia de Olivos al mismo tiempo que suponen que la presión devaluatoria se desactivará con el paso de los días, por un milagro de la naturaleza.
Mientras la extraña sociedad de los Fernández hace agua por los cuatro costados, se produce un raro deja vu y la misma pedagogía del macrismo que se incendió en el gobierno regresa para explicar las razones de un nuevo fracaso. Así como Macri le permitió a Cristina salir del aislamiento mayúsculo, el dispositivo que diseñó la vicepresidenta es en la práctica un fenomenal generador de legitimidad para un nuevo ajuste de shock, que el peronismo dice no querer ejecutar.
Que las mismas caras y discursos que arruinaron la oportunidad histórica del PRO regresen tan rápido a dar lecciones de responsabilidad habla de la debilidad del peronismo y no puede más que maximizar el hartazgo en los que viven de un ingreso en pesos y oscilan desesperados en busca de una alternativa electoral que los saque del pozo. Macri acaba de comprobarlo en una prematura incursión en el conurbano.
Además de una nueva desilusión para una gran porción de la sociedad, la deriva sin rumbo del Frente de Todos atenta contra su supervivencia. Pero además eleva como nunca el enojo con una dirigencia política que se confirma a años luz de los padecimientos generales. La crisis agiganta la distancia entre la política y la realidad de los que cada día tienen que inventarse un modo de subsistencia. Tal vez, la moda Milei se apague pero sus conceptos queden.
Las apariciones públicas del Presidente confirman que no tiene claro dónde esta parado pero contrastan sobre todo con el hermetismo de la vicepresidenta y el titular de la Cámara de Diputados en torno a la inestabilidad. A 31 meses de haber asumido la responsabilidad de ser presidente, Alberto y su circulo de afinidad -un poscristinismo frustrado- no entienden a la mujer que lo llevó a lo más alto. Más preocupante, da indicios de no entender la realidad del poder.
Un dirigente no alineado que la visitó en las últimas semanas afirma que lo que Cristina impugna es el modo Alberto de estar en el poder: cuestiona que quien era hasta su asunción un actor de reparto pretenda dejar afuera a los accionistas del proyecto que lo llevó a la Rosada, sin construir nada para desplazarlos de su lugar. La frase que le atribuyen a la vicepresidenta puede resumirse de esta manera: «Si nos hubiera matado, eso yo lo hubiera respetado, es lo que hicimos nosotros con Duhalde. Pero esto no tiene sentido». El malentendido original se extiende hasta hoy y se conjuga con otro interrogante que desvela tanto a lo fieles como a los enemigos de CFK: que capacidad tiene hoy ella para asumir la conducción del experimento que diseñó.
¿Cómo se sostiene el gobierno en esa espiral de inestabilidad interminable? En Casa Rosada, ensayan explicaciones. Funcionarios que participaron de la experiencia del Frente para la Victoria y tienen experiencia en el territorio comparan la situación actual con la de 1989 y 20021. Sostienen que para que el gobierno caiga tiene que reunirse al menos tres condiciones: la ofensiva de los mercados, el escenario de los saqueos sobre el que alertó Juan Grabois y, tan importante como las dos previas, un actor político -asociado a un bloque de poder- que esté dispuesto a hacerse cargo de la situación. Eso último es lo que no aparece, aseguran.
Siempre de acuerdo a esa caracterización y comparado con los estallidos que dieron fin al gobierno de Raúl Alfonsín y la Alianza UCR-Frepaso, hoy no aparece por lo bajo nadie que esté dispuesto a llevar al máximo los reclamos en el territorio. En el conurbano, los hijos del duhaldismo y la mayor parte de los que alguna vez fueron dirigentes piqueteros integran las filas de la alianza peronista. Unos son intendentes y otros son funcionarios.
En Olivos, piensan que en el fondo las advertencias del dirigente del MTE no están dirigidas al Presidente sino a la vicepresidenta. Es ella, dicen, la que le había prometido otra cosa al miembro de la UTEP que encarna el más tardío de los cristinismos y tiene línea directa con la vice, tal como ella lo admitió en el acto de Ensenada, a principios de julio.
Si las crisis radicales derivaron en asunciones anticipadas de presidentes peronistas, la deriva del Frente de Todos tiene similitudes con la larga agonía del macrismo en el poder, pero lo inédito de la situación es que la inestabilidad ahora domina a las distintas familias del peronismo unidas en el espanto y en el gobierno.
Ya nadie se ofrece como piloto de tormentas dispuesto a hacerse cargo de la emergencia. Desde la oposición, la respuesta es parecida a la que el peronismo colaboracionista le hacía a Rogelio Frigerio cuando Macri daba sus últimos estertores y convocaba a firmar un acuerdo de diez puntos: le exigen a la alianza oficialista que resuelva sus diferencias antes de convidarlos a ser parte de la crisis. Pero todos saben que esta vez la próxima estación electoral queda demasiado lejos y no hay nadie que pueda contener el descontento como lo hizo a su modo aquella promesa de volver mejores que hacían desde el PJ en 2018 y 2019.
Como estación intermedia y dispuesto a asumir funciones de primer ministro, aparece siempre Sergio Massa, la extraña resultante entre aquel duhaldismo redentor y la decadencia frentista. Massa está en el gobierno, aunque solo se note en momentos límite. Su plan para ser un interventor más que un ministro, dicen, se mantiene intacto.