Macri se aproximó a Bolsonaro, a ganador y contra el PT, en sintonía con el establishment brasileño. El resultado de la primera vuelta marca la mayor cantidad de votos alcanzada en estos años por un fascista en todo el mundo. Con la particularidad de que ese triunfo se produjo en el socio mayor de la Argentina.
Brasil lo hizo posible. En un caso único en el mundo, un fascista terminó la primera vuelta con 49 millones de votos, el 46,23 por ciento de los votos sobre un padrón de 147 millones de electores de los cuales fue a las urnas el 80 por ciento.
El fenómeno de un militar ultraderechista convalidado por el voto, y con otro militar ultraderechista de vice en la fórmula, parece inédito. Si la tendencia sigue y el resultado queda firme en la segunda vuelta, el domingo 28 de octubre, afirmará el viraje de Sudamérica hacia la derecha que comenzó con la asunción de Mauricio Macri el 10 de diciembre de 2018.
El candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, indicó anoche en que el desafío es la continuidad de la democracia. Sería una forma de reforzar un eje que ya demostró su ineficacia.
El fascismo explícito y la reivindicación del uomo qualunque, el supuesto hombre común que en Italia inspiró la formación de un partido anticomunista dirigido por Giorgio Macri, abuelo de Mauricio, tuvieron algunos agregados que hacen difícil asimilar totalmente la victoria de Jair Bolsonaro en primera vuelta con los 60 millones de votos que obtuvo Donald Trump en noviembre de 2016. Trump sacó menos votos que Hillary Clinton, aunque los dos superaron el 47 por ciento, pero definió el triunfo en el Colegio Electoral. Más allá de la diferencia de sistemas, porque Brasil tiene elecciones directas de presidente y vice como la Argentina, las promesas no fueron del todo iguales. Bolsonaro, como Trump, logró presentarse como el candidato ideal de la antipolítica, como el postulante ajeno a las elites. Como el hombre capaz de desplegar el sexismo, el racismo y la misoginia sin pagar costos e incluso ganando votos por eso mismo. La conversión del prejuicio vergonzante en opinión desvergonzada. Sin embargo el imaginario del votante del medio Oeste de los Estados Unidos, definitorio en el Colegio Electoral, fue la conquista de un futuro con trabajo que dejara atrás los sueños de la globalización financiera. En el caso brasileño la mejora cotidiana no estuvo en el centro de la campaña de Bolsonaro, inclinado más bien a colocarse como el otro extremo de los políticos y, sobre todo, como el otro extremo del Partido de los Trabajadores y del propio Lula.
La diferencia obvia a favor de la institucionalidad norteamericana es que Trump no ganó elecciones convocadas por un gobierno surgido de un golpe sino por otra administración legítima como la de Barack Obama.
Hasta Mauricio Macri debió disfrazar su programa verdadero para ganarle a Daniel Scioli en el 2015. Ocultó la devaluación que se vendría, negó eventuales aumentos de tarifas y prometió eliminar el impuesto a las ganancias para los trabajadores de mayores ingresos.
Bolsonaro, en cambio, fue premiado por mostrarse tal cual es. El premio quedó reforzado por la actuación de su hijo, Eduardo Bolsonaro que con un millón setecientos cincuenta mil votos ya pasó a la historia como el diputado nacional más votado. El record lo tenía Enéas Carneiro en las elecciones de 2002.
Aunque todavía no están contados los votos del 28, el Gobierno argentino viene haciendo con Bolsonaro la misma pirueta que los banqueros de San Pablo. Primero dejó trascender su preferencia por Geraldo Alckmin, el candidato del Partido de la Socialdemocracia Brasileña de Fernando Henrique Cardoso. Pero Alckmin no subía. El PSDB fue uno de los ejecutores del golpe de 2016 contra Dilma Rousseff con el proyecto de que su candidato de 2014, el senador Aécio Neves, terminara siendo otra vez candidato en 2018. Y que triunfase gracias a la destrucción del PT, algo que daba por segura la constelación golpista de banqueros, grandes industriales, propietarios de megamedios, legisladores del PSDB y del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, operadores judiciales en todas las instancias del Poder Judicial, fiscales, policías y miembros de los servicios de inteligencia.
El embajador en Brasilia es Carlos Magariños, un ex funcionario de Domingo Cavallo ligado históricamente a las automotrices, es decir con buenos vínculos empresarios en una industria clave para Brasil, para la Argentina y para el ensamble de autos y partes entre los dos países. Según pudo saber PáginaI12, los contactos empresariales de Magariños fueron revelando un acercamiento cada vez mayor a Bolsonaro, que aparecía como el voto útil frente a la candidatura de Haddad. Es cierto que hubo contactos de sectores empresarios con Haddad, quien al fin de cuentas no es un político marginal sino que fue ministro de Educación de Lula y Dilma e intendente de San Pablo. Pero en la opción los distintos miembros del establishment eligieron a Bolsonaro y no a Haddad para terminar de una vez con lo que el ex senador Jorge Bornhausen llamó alguna vez, en referencia a todo tipo de políticos reformistas o con inclinación por los derechos sociales, “la raza maldita”. Había que añadir algo a los deseos: el pragmatismo. Si Bolsonaro sería ganador de cualquier manera, la conveniencia de los grandes empresarios era no retacearle apoyo. De ahí surgió también la definición que hizo de Bolsonaro el canciller argentino Jorge Faurie cuando lo calificó como un político “de centroderecha”.
Un escenario que, si no fuera por la recesión que le hace perder adhesiones todos los días, hasta Macri podría aprovechar ya mismo.