Pablo Sevey y su sobrina trabajan en un proyecto que ya tiene más de 6 mil seguidores en Instagram. Quieren llegar a los locales.
Pablo Sevey parece encarnar una historia repetida. Mientras hacía guardias mínimas en la industria del oil and gas, se animó a convertir su hobby en un negocio para generar ingresos adicionales. Lo que siguió lo llenó de sorpresa: su emprendimiento de licores artesanales ya tiene más de 6 mil seguidores en Instagram y le demanda una producción de 70 litros por día.
La historia de Rablo, su emprendimiento de licores artesanales, nació con la pandemia de coronavirus y las medidas de confinamiento. Pablo trabajaba como chofer para una firma petrolera, por lo que cumplía con un diagrama y hacía viajes frecuentes a los yacimientos. Sin embargo, la baja de la actividad lo llevó a pasar más tiempo dentro de su casa y a cobrar sólo el salario básico.
“Un amigo me propuso hacer pastas para generar más ingresos, pero yo no soy especialista en la cocina y sabía que el mercado estaba muy abarcado”, explicó el emprendedor y admitió que encarar ese tipo de proyecto le demandaría demasiado tiempo y la necesidad de adquirir nuevos conocimientos.
Como muchos, Pablo aprovechó el tiempo de cuarentena para explorar nuevas habilidades en la cocina. Su sobrina Aixa, de 18 años, le llevó una receta de licor de crema, tipo Baileys, que había encontrado en Internet. Decidieron probarla juntos y elaboraron dos botellas, una para cada uno.
“Como es una bebida cara, la había probado un par de veces pero no la tomaba con tanta frecuencia”, explicó. Sin embargo, el resultado de su propia producción lo convenció a él y sedujo a los amigos que llegaron a probarlo. Fue entonces cuando la idea tomó cuerpo frente a sus ojos.
Pablo arrancó su emprendimiento con timidez. Pidió botellas prestadas a sus amigos y elaboró la bebida con sus propios utensilios caseros. Pensaba tomarse el proyecto con calma, pero la respuesta masiva del público cambió por completo sus planes.
“Una semana después, ya tuve que viajar a Plaza Huincul para comprar botellas por mayor en una cristalería”, relató. Cada vez recibía más pedidos, por lo que tuvo que comprar nuevos equipos para preparar el licor en su casa. También le pidió ayuda a Aixa, que ahora combina sus estudios de quinto año del secundario con el trabajo como productora de licores.
La casa de Pablo en Plottier se convirtió en el centro de operaciones de un negocio que no para de crecer. A pesar de que aún no tienen los permisos de bromatología, que se dilataron por la pandemia, los licores llegan a través de repartos y puntos de venta en casas particulares a localidades vecinas como Neuquén y Cipolletti. Pablo produce 70 litros por día, que representan un total de 100 botellas.
Su pasión por la actividad lo motivó a renovarse de manera continua. Usó su apodo de la infancia, Rablo, y una etiqueta especial para identificar el producto. Generó un sistema de entregas y puntos de venta, y repensó las recetas para salirse de las propuestas publicadas en Internet.
“Le agregamos un ingrediente especial para cambiar la receta original; es secreto, pero quien lo tome enseguida lo va a notar”, se rio el emprendedor. Ante la demanda del público, que quería un licor de crema más suave, lanzaron una versión con menor cantidad de whisky para lograr una bebida con menos graduación alcohólica.
Con cinco meses de vida, Rablo ya cuenta con tres variedades para ofrecer: baileys tradicional, baileys suave y un licor estilo amarula. “El original se hace con una fruta sudafricana que es imposible de conseguir, pero tratamos de emular el sabor con ingredientes que se consiguen en el mercado”, expresó el productor.
Si bien Pablo no tiene capacitación previa en cocina o elaboración de licores, aprendió de forma autodidacta para mejorar cada día las recetas. “Hay personas que dicen que prefieren esta versión a las originales”, dijo con orgullo.
Los precios también son muy disímiles. Las botellas de Rablo cuestan entre 350 y 400 pesos, mientras que las versiones importadas de estos licores se consiguen en los supermercados por valores que rondan los mil pesos. Así, son muchos los que optan por esta versión artesanal, que les llega directamente a domicilio.
“Tenemos un público de todo tipo, hay personas jóvenes y también mayores; a las mujeres les gusta más el estilo amarula”, detalló Pablo, que ya piensa en una nueva receta para sumar: un licor con sabor a crema de limón.
Con la incorporación de más equipamiento, que incluye licuadoras y recipientes de tipo dispenser, Pablo y su sobrina elaboran las distintas variedades de licor. Cada botella exige un período de decantación de al menos 20 horas y un proceso de filtrado que se fue perfeccionando con la práctica.
Pablo y Aixa combinan sus ocupaciones previas con este trabajo a pulmón. Producen, envasan, reparten y hacen una cuidadosa estrategia de marketing en redes sociales. Con tanta demanda, el emprendedor espera dejar su trabajo en el petróleo para dedicarse de lleno al nuevos proyecto y colocar sus productos en los comercios, una vez que reciba todas las habilitaciones. Su sobrina, en cambio, planea combinar la actividad con sus estudios universitarios.
“No sé si va a seguir trabajando conmigo, yo la apoyo en los estudios porque es importante recibir formación”, confió el productor. Como no pueda llevar adelante el proyecto solo, ya pensó en algunos candidatos para sumarse a la actividad, que incluyen a otro neuquino que se especializa en la producción casera de aperitivos tipo gancia.
De la sorpresa inicial, Pablo pasó a soñar nuevos caminos para su propuesta. Quiere capacitarse en producción de licores, colocar las botellas en los comercios neuquinos y crear nuevas recetas para seducir más paladares en la región.
Fuente: LMNeuquen