Diana, Lili y Gaby son tres amigas que le abren las puertas de su casa a todo aquel que quiera compartir una hora junto a sus “gathijos”. Ni bien comenzaron, después de la pandemia, se convirtieron en un éxito de la gatoterapia.
Como el ropero secreto que te lleva a Narnia, un largo pasillo de un edificio ubicado en el barrio porteño del Abasto te conecta a un café único. Apenas entras te vas a encontrar con tres Karens y 11 gathijos que te esperan para disfrutar de una hora al aire libre llena de pelitos, mimos y pollito.
Coñi, Bebé, Pipi, Peque, Princesa, Luana, Rubio, Silver y los pequeños Kiki, Chiqui y Nigga son los anfitriones del único Cat Café de Buenos Aires, un espacio para disfrutar del sol, una merienda y el recargo de energía que te brinda esta “gatoterapia”.
Diana, Lili y Gaby son tres amigas que se dedicaban al turismo, pero la pandemia las dejó sin trabajo y tuvieron que reinventarse. Un poco en broma, un poco en serio, comenzó a surgir la idea de organizar “un té para señoras lindas a las que les gusten los gatos”.
Si querés pasar un día rodeado de amor felino, este lugar es para vos, pero hay una condición: jamás preguntes si los michis de ahí están en adopción. “Estos son nuestros y los amamos, perdés una mano si te llevas a un gato de acá”, dijo Diana entre risas a TN. Aunque si tu idea es adoptar, no dudes en consultarles cómo hacer, ya que todas las ganancias del lugar están destinadas a refugios de animales que buscan familias.
Cómo arrancó el Cat Café Buenos Aires
En medio de risas, las ganas quedaron volando en sus cabezas. De a poco comenzaron a compartir con sus vecinos el patio del departamento que antes se utilizaba para alquilar a turistas. Empezó como un espacio para pasar el domingo hasta que, con el boca en boca, todo se descontroló. “Les empezamos a servir nosotras un cafecito, unos mates y después un alfajorcito y cuando nos dimos cuenta estábamos dando turnos para venir”, detalló Diana.
Las redes sociales fueron un eslabón fundamental para el crecimiento de los visitantes. “Abrimos una cuenta de Facebook y alguien nos dijo que abramos un Instagram y cuando lo hicimos no paramos más”, recordó la mujer.
Pero todo estalló con la visita de una tiktoker que las mencionó en sus redes. Hoy su cuenta tiene más de 80 mil seguidores y para poder visitar el Cat Café hay que pedir turnocon anticipación.
“Vienen de otros países a visitarnos con mucha emoción. Vinieron de nuestro catcafé hermano de Montevideo, Cafelino, a conocernos con mucha ansiedad porque estaban abriendo su local y querían ver en qué podían mejorar”, explicó y añadió que fue como sentirse “hermanas mayores”.
Un lugar para salvar vidas
El bar ubicado en el corazón del barrio del Abasto tiene un único objetivo: ayudar a michis enfermos, a los que fueron abandonados y a los que aún esperan por un hogar. “Lo hicimos siempre pensando en los gatos, no en un negocio que te dé ganancia”, explicó Diana.
“Aquí toda la ganancia de los ingresos y de todo lo que se vende en la Michitienda es para ayuda solidaria para refugios y proteccionistas, entonces una vez al mes juntamos todo y dividimos lo recaudado en diferentes lugares, vamos haciendo una distribución como mejor podemos para dar una ayuda”, detalló y agregó que “el Cat Café está a disposición de refugios, proteccionistas y gente que con su magro sueldo hace lo imposible para sobrevivir con sus 30, 40 o 100 gatos”.
Ante las acciones de quienes dedican su tiempo para salvar vidas, sostuvo que sus más de 80 mil seguidores son “una gran ventana para ayudar con las adopciones”. Muchos gatitos son publicados en las redes sociales y rápidamente consiguen familias. “Es toda una cadena de felicidad, nos llena de amor, de placer, es nuestra gatoterapia cotidiana”, manifestó.
La gatoterapia, una alternativa al sol para relajarse acariciando michis
“Ver a la gente que llega y se encuentra rodeada de tantos michis, les da de comer y los escuchas reír a carcajadas con las payadas que hacen estos gatitos, te llena el alma, no hay otra forma de expresarlo, es el alma feliz, volando”, señaló la anfitriona.
Se trata de un momento del relax que se vive al estar en contacto con gatos, “con lo armonioso de su ronroneo, con sus locuras, sus miradas, es algo que solamente al que les gustan los gatos entiende el placer que genera”.
La leyenda dice que los gatos vibran en una frecuencia que es muy buena para el organismo y que cuando te duele una parte del cuerpo, ellos van a ahí y se acuestan para calmar ese dolor.
Cat Cafés en el mundo
En el mundo hay alrededor de 180 países que cuentan con catcafés. En Japón hay más de 100, solo en Tokio hay 40. En Santiago de Chile hay dos, otros dos en Uruguay: uno en Montevideo y otro en Punta del Este. En San Pablo está Ronron Café, en Bogotá, Cusco, en México, Los Ángeles, Washington, y en gran parte de Europa también hay. En la Argentina hay también uno en Rosario.
Sin embargo, hay una diferencia con el bar que atienen Diana, Lili y Gaby: todos son a la calle y con la posibilidad de adoptar a los michis del lugar.
Los anfitriones
Coñita es la mayor de todas y tiene 17 años. Es de pelo largo y con colores que parecen pintados.
Pipi, otra de las anfitrionas, tiene una larga historia detrás. “A ella la llevaba en una bolsa una chica que iba con su hijo llorando por la calle. Le pregunté por qué lloraban y me contó que el dueño del departamento se la descubrió y tenía que entregarla porque no la podía tener”, recordó Diana.
En ese momento hubo magia y sin pensarlo dos veces se llevó a Pipi a su casa: “Esa criatura de 10 años lloraba como si le estuvieran arrancando un brazo. Entonces le dije que la deje en mi casa y que su hijo la venga a visitar cuando ella no esté, porque la había adoptado para que el nene no se quede solo hasta que ella llegara del trabajo. Terminé haciendo una obra de bien sin querer”, comentó.
El pequeño siguió yendo por casi tres años a ver a Pipi hasta que comenzó la pandemia. Sin embargo, el dueño del departamento finalmente recapacitó y los dejó adoptar un gato. “Y yo me quedé con el clavo de Pipi”, dijo irónica Diana mientras la gatita se refregaba en sus piernas.
Bebé tiene un pelaje negro brilloso que simula ser una pantera. Es el más desconfiado de todos porque en los cuatro meses que vivió en calle sufrió mucho. De allí sus primeros seis años vivió escondido y con miedo a todo el mundo. Hoy Bebé ya no le huye a la gente y acepta los mimos aunque se mantiene desconfiado.
Rubio es el más sinvergüenza de todos. Cuando las visitas llegan y se acercan a darles pollito, con sus dos manitos que parecen pompones empuja los brazos de los visitantes y se les tira encima para ser el primero en recibir comida y mimos.
Peque es el “recibidor”. Cuando está despierto y escucha que se abre la puerta, se acerca a ver a las personas que llegan. Si se te refriega en las piernas podés ingresar sin problema. Si no vas a tener que esperar un rato para que él decida que pases.
Luana es una de las más especiales. “Tiene la virtud de encontrar la persona que está vibrando en una frecuencia baja, ella anda, recorre, mira y se te sube a tu falda. Si vos venís estresado, quedás tranquilo”, detalló Diana.
Pero Luana no elige a cualquiera para subirse, es muy selectiva, ya que de dos mil personas que pasaron a lo largo de estos meses solo unos pocostuvieron el honor de ser elegidos por ella. “Cuando ella te selecciona te vamos a dar un pin que dice que Luana te eligió. Solo 64 personas lo tienen”, contó.
“Es venir, pasarla bien, tomar un cafecito, jugar con los michis, ponerse el delantal, visitar la michitienda y convertirse en un michitío”, dijo Diana.
Por qué la gente elige ir a un Cat Café
Hay casos de personas a las que los dueños del alquiler no les permite tener mascotas, otras tienen familiares alérgicos. También están los adolescentes a los que los padres no les gustan los animales. “Por ahí convencemos a algún papá para que la deje a la nena adoptar”, contó risueña Diana.
Nicole es uno de esos casos. A su mamá no le gustan los gatos y sus amigas le regalaron por su cumpleaños la visita al Cat Café para que pueda compartir una hora rodeada de los animalitos que tanto ama. Se llenó de pollito y de mucho amor gatuno.
“Este último año ha sido uno de los mejores años de mi vida, acá hacemos felices a muchas personas disfrutando con cada uno de los michis y después podemos ayudar. Es una cadena de amor que no para”, concluyó Diana.