En su último año tuvo libreta perfecta: ninguna nota que no sea 10. El promedio de todo el secundario fue 9,75. Quiere estudiar Medicina.
El cordobés Tomás Luna tiene apenas 18 años, pero se expresa como si fuese un adulto. Dice que prefiere estar en su casa en vez de salir a bailar. Y asegura que no fue al colegio a zafar. “La clave es querer aprender”, revela a La Voz.
El último lunes tuvo su acto de colación en la ciudad de Río Segundo, vecina de Pilar, donde vive. Allí fue distinguido con el mejor promedio de toda la escuela: 9,75 en todo el ciclo secundario. Pero la libreta de este último año fue perfecta. Obtuvo todos 10.
“La nota más baja que me saqué en todo el secundario fue un 7, en Educación Física. Durante mucho tiempo no me banqué sacarme otra nota que no fuera un 10, pero después modifiqué eso”, cuenta a La Voz.
Además, fue elegido por los demás estudiantes como Mejor Compañero. “Siempre traté de preocuparme por todos los chicos. Ellos sabían que podían contar conmigo. Era mutuo, porque yo también podía contar con ellos”, dice.
La historia no queda ahí. Suma puntos, porque todo eso lo consiguió mientras además trabajaba como cajero en un supermercado de Pilar.
En su casa, donde vive con su mamá y sus hermanos, no tiene una habitación solo para él y estudiaba cada día en la cocina, por lo general a la noche, mientras los demás dormían.
“Quiero ser médico y necesito plata para prepararme en una institución para el cursillo de ingres en la Universidad Nacional de Córdoba. Y no es barato, por eso me puse a trabajar”, cuenta. El 4 de enero empezará a viajar a Córdoba todos los días, durante dos meses.
Detalla que lo que llegó a ahorrar trabajando le alcanza para los pasajes y apenas algo más. Igual, una docente del colegio a donde estudió lo está ayudando. “Si no, tendré que volver al súper mientras me preparo para el ingreso. Lo que pasa es que no me dan los horarios”, explica.
Asegura que “siempre” quiso ser médico. Y dice desde ya que se va a especializar en pediatría. “A los niños es a los que más hay que cuidar”, piensa.
EL LARGO CAMINO DE TOMÁS
Tomás tiene cinco hermanos. Salvo el más chico, que todavía va al colegio, los demás optaron por dejar los estudios y se pusieron a trabajar.
Cuando tenía dos años, falleció su papá. Dice que casi no tiene recuerdos de su padre.
En ese contexto, lo enviaron a vivir con la familia de su tío, al que adoptó como papá del corazón. Eso lo llevó a apartarse de su madre y de sus hermanos. Pero en 2016 volvió a la casa de su mamá, tras el fallecimiento de su tío.
Cuenta que la muerte del tío, que fue “como un papá”, se sintió triste y enojado, y pensó en dejar el colegio.
“Pero con el tiempo entendí que eso me haría peor. Las pérdidas me hicieron temerle al abandono. Pero cada vez voy entendiendo más para qué pasan las cosas”, explica con su joven madurez.
Ahora dice que se ve trabajando “a full” como médico dentro de seis o siete años. “Soy un luchador y quiero ser alguien en la vida”, reflexiona.
LA HISTORIA DE LA BANDERA
Su paso por el Ipet 62 Alvarez Condarco de Río Segundo lo marcó a fuego. “Tengo los mejores recuerdos del colegio. Aun no caigo que ya no voy a ir más”, cuenta.
Pese a sus logros, no fue abanderado. Según explica, fue por algunos cruces con autoridades de la institución. Es que Tomás quería formar un Centro de Estudiantes y no se callaba cuando algo del colegio le molestaba o le parecía injusto. Eso lo llevó a tensar un poco la relación.
En una ocasión le escribió una carta a la inspectora zonal, manifestando algunas preocupaciones. Como no obtuvo respuesta, envió el texto al Ministerio de Educación. “Recién ahí atendieron al reclamo”, evoca.
“Me quitaron injustamente la bandera diciendo que no tenía ética para ocupar ese lugar. Estuve varios días llorando. Igual yo sé que me la merecía”, asegura ahora. Y sigue para adelante.