Hace un poco más de seis meses, el joven de 20 años que está del otro lado del teléfono tocó fondo. Tenía que vender sus cosas para pagar una deuda de 400 mil pesos por su adicción al juego. La ludopatía lo atrapó durante casi tres años. Hizo una cuenta que pondría pálido a cualquiera: en total se esfumaron de sus bolsillos, calcula, unos 10 millones de pesos.
Durante la charla, en la que confesó ese descenso al infierno, J. (será llamado así) estuvo junto a su terapeuta del Centro Las Vertientes, en Córdoba, donde trata su adicción, que lo animó a “ser sincero y contar la verdad” a pesar de sus nervios. Lo que él no quiere es que se conozca su identidad ni su rostro. Es entendible. Y explica por qué: “Con todo lo que me pasó siento inseguridad social, vergüenza, miedo, son emociones que psicológicamente me afectan”.
J. nació en un pueblo del interior provincial, es el hermano menor de cuatro y su familia se dedica al negocio agropecuario, como él. Y punto. No hablará de ellos más allá de agradecer la ayuda que le prestaron.
Su infancia, dice, fue “normal, nunca me faltó nada gracias a Dios. Mis padres se esforzaron para darme todo lo que pudieron. Me educaron con las reglas justas”. Entre esas cosas que le dieron estuvo un teléfono celular a los 13 años, la edad que recomienda la OMS (Organización Mundial de la Salud). En su pueblo estudió en un colegio privado, donde fue “un buen alumno, con notas promedio”. Al terminar marchó a Córdoba capital para estudiar Administración de Empresas. Como era el más chico de su división, aún era menor al ingresar a la facultad. Y allí comenzaron los problemas con el juego, más precisamente en el 2022, luego de la pandemia. Habrá que subrayarlo, porque el encierro —si bien no es la única causa— no fue inocente en esta proliferación de ludopatía.
En Argentina, según estadísticas del Observatorio de Adicciones y Consumos, alrededor de 19 millones de personas juegan en forma frecuente, y 7 de cada 10 son adictos. Por su parte, una encuesta de Opina Argentina indicó que el 16% de los jóvenes reconoció que realiza apuestas on line, y si se añade a los adultos el número trepa a 24%. El 39% de los encuestados señaló que habría que prohibir los juegos de azar online, y un 38% propone regularlos. El sitio *similarweb.com* señala que de los 14,6 millones de usuarios únicos en plataformas de juego online en Argentina, el 78% se registraron en sitios clandestinos, como hizo J.
Del inicio de la adicción a la dependencia
Sus padres y familiares, asegura el joven, “nunca fueron de ir al casino o jugar a la quiniela. Jamás dejaron un peso en el juego. Pero cuando entré a la facultad se empezó a poner de moda el juego virtual. Yo veía gente que jugaba, te hablo de compañeros de facultad”.
—¿A qué jugaban?
—A la ruleta o a las maquinitas, a los slots. Era por poca plata. Entrábamos con 500 pesos y con 2000 o 3000 salíamos chochos. Así empecé. Al principio no le daba mucha bola, era por diversión. Pero después de un tiempo, unos meses, empecé a sentir la adrenalina de tratar de ganar plata fácil.
Al dinero con que jugaba J. se lo daban sus padres para vivir en Córdoba. A la facultad se la pagaban directamente ellos. Él asegura que nunca tuvo que dejar de tomar un transporte por falta de plata, pero al mismo tiempo, admite, “como no trabajaba, no me daba cuenta de lo que perdía. Siempre dicen que quien gana es el casino. Pero era poca plata, no le daba importancia. El tema es que cuando pasa el tiempo, se va el miedo a perder plata, porque te va ganando la ansiedad por ganar”.
Al poco tiempo, J. dejó la facultad. Es tajante: “No me gustaba”. Y comenzó a trabajar en el campo. A ganar su propio dinero… y a dilapidarlo en las apuestas. “Se me fueron los valores. Empecé a jugar más, y también a notar, ahora sí, que perdía plata. Me había acostumbrado a jugar en páginas ilegales, que no están licenciadas. Yo ahora no tendría problemas por la edad, pero conozco muchos menores que como no pueden entrar en los casinos legales, van a los otros”.
El círculo vicioso
Sobre el sentimiento que le provocaba ganar, hoy lo mira desde otro lugar: “Es complicado, al principio te generan una felicidad, una diversión, una emoción linda. Pero cuando ganas un monto que ya habías ganado antes, ya no te genera nada. Querés jugar más para romper esa barrera. Y el tiempo de juego también se incrementó”.
J. cuenta que muy pocas veces ingresó en el mundo de las apuestas deportivas o de los caballos, “de eso no entendía mucho, las veces que hice apuestas deportivas perdí”. Él continuaba con el casino y los slots, sobre todo. El método era sencillo: “Mensajeas a un número de WhatsApp, ellos te pasan un CBU y depositas la cantidad de plata que querés. Ellos te crean al instante un usuario y una contraseña y te pasan el link de la página. Después vos le cambiabas la contraseña y jugabas cuando querías. Si ganabas, mandabas un mensaje y les decías ‘chicos, me retiran a mi CBU tal monto’. Eso podía ser en 15 minutos, una hora, un día, dos, o lo que sea. Dependía del monto que fueras a retirar. Hay veces que, al ser casinos ilegales, nunca sabés a quién le das la plata. Capaz ganabas un millón de pesos y desaparecían…”
—¿Cómo te enterabas de la existencia de esas páginas?
—En Instagram siempre aparece algún casino. Si entrás a uno, al día siguiente te aparecen diez publicidades. O un compañero de la facultad me decía ‘mirá, gané en tal lado’. Vas probando páginas y suerte, digamos.
—¿Cuántas horas jugabas por día?
—Al principio, entre tres y cinco horas. No seguidas. Por ejemplo, un rato en la clase, otro en los recreos, otro cuando volvía a casa, o me juntaba con amigos. Después, más.
—Perdón, ¿dijiste “en clase”?
—Sí, a veces sí.
La inevitable derrota
El joven cordobés también conoció el otro lado del negocio: “Vi cómo funcionaba un casino, porque un amigo tenía su casino ilegal. Tenía cajeros, gente a la que le hablabas por WhatsApp, le pasabas el dinero y ellos te lo cargaban en la página del dueño, que era mi amigo. Para tener ganancias, ellos le compraban las fichas más baratas al dueño que el precio que las vendían”.
J. dejó de jugar hace seis meses, cuando se dio cuenta de que estaba atrapado por la promesa de “un dinero que me daba mucha ilusión” y comenzó una terapia contra esa adicción. Según un cálculo a vuelo de pájaro, “desde que empecé a jugar, hasta la última vez que lo hice, perdí alrededor de 10 millones de pesos. “Unos 10 mil a 12 mil dólares, ponele… En las últimas épocas, jugaba con mucha plata, perdía y entraba con el doble, y perdía de nuevo y entraba con el triple. Por supuesto, conozco gente que perdió muchísimo más que yo. En ese momento, hasta yo les decía que les estaba haciendo mal…”, admite.
En un momento, de forma inevitable, el balance entre pérdidas y ganancias se torció hacia las primeras. Y a pesar de su desesperación, J. no sabía cómo parar de apostar. “Llegó un momento en que la plata de mi sueldo no me alcanzaba ni para diez días, ni lo que podían dar mis viejos tampoco. Eso generó una presión social, porque no tenía ni para salir a comer con mis amigos. Y no encontraba la forma de explicarles a mis viejos que estaba sin dinero. Se me empezaron a generar problemas en todos los ámbitos”.
S.O.S familia
Ir en contra de sus valores y el cambio de conducta que tuvo por su adicción al juego, a J. le generó temor y ansiedad. “Me hizo perder vínculos, me generó un gasto emocional, estaba todo el tiempo bajo presión, nervioso, con miedo a que me descubrieran y en una situación, digamos, mala”, señala.
En un principio, explica, “les pedía plata a mis viejos muy de vez en cuando. Pero después los montos aumentaron. Y un día me dijeron, ‘che, pará un poco, ¿qué está pasando que el sueldo no te dura y me pedís plata todos los días?’”. Las respuestas de J. eran siempre viscosas, elusivas. “Como no estaba mucho en casa, al principio pensaban que salía mucho de joda, que la gastaba en eso y no en una adicción al juego”, sostiene.
El punto final fue cuando se endeudó seriamente. J. había conocido lo que puede significar no tener dinero y estar obligado a pagarle a los prestamistas, un submundo oscuro que pulula en el ambiente de la ludopatía. “Conocí zonas de riesgo con gente que presta dinero a cambio de favores. Por suerte nunca me tocó acudir a uno de ellos. Pero sé cómo se manejan”. En su caso, lamenta, “nadie me prestó plata para jugarla. Yo la tenía para otra cosa y la jugué. Al final le debía entre 300 y 400 mil pesos al que me la dio, que era un amigo. Entonces tuve que vender cosas mías para pagarle: mi computadora, el celular y otras. Pero nunca le saqué nada a mis viejos o mis hermanos. La presión me hizo hacer eso antes de contarle la situación a mis familiares. Pensé que era la mejor opción, pero después vi que hice todo mal”.
En ese momento, sintió que no podía continuar mintiéndole a sus padres. “Eran muchas, una mentira cerraba la anterior, y así… Tuve que acudir a mi viejo y le dije, ‘mirá, necesito que me ayuden, porque no puedo conmigo mismo’. Mi viejo como que ya me había sacado la ficha de lo que pasaba conmigo y mi dinero. Que no podía ni con mis deudas ni con mi vida. Ya había vendido todo y necesitaba más para cubrir las deudas, así que le pedí a ellos”.
Pero todavía le faltaba incrustarse en una pared más para darse cuenta. “Al principio les pedí una oportunidad. Les dije que a ellos les pagaría con mi trabajo, que me lo descontaran del sueldo, pero a la semana volví a jugar y ahí sí, les pedí que me buscaran un lugar, un tratamiento…”.
Paso a paso para salir
En Las Vertientes, desde hace seis meses, J. cursa un tratamiento ambulatorio intensivo con psicólogos y psiquiatras. Cuenta el Dr. Darío Gigena Parker (MP: 23278), médico psiquiatra, magister en adicciones y director de esa institución, que “generalmente los pacientes llegan en estadios tardíos, cuando tienen consecuencias graves. La persona lo vive en privado y el entorno, quizás porque no tuvo las herramientas para ver que podía estar pasando algo, quizás este contribuyó sin saberlo a ese el mantenimiento del problema. Hasta que aparecen las consecuencias todas juntas en una crisis”.
Para Gigena Parker, el encierro durante la pandemia y la dependencia de los dispositivos electrónicos (celular, computadora, tablet) son un factor más que desencadenó la explosión de jóvenes ludópatas. “Los adolescentes son más vulnerables por la impulsividad de su sistema nervioso en desarrollo, no hay madurez en las áreas de control. Por otro lado, la búsqueda de emociones o de experimentar cosas nuevas tiene que ver con la búsqueda de identidad, o de hacer lo mismo que mis amigos para pertenecer. La pandemia fue particularmente difícil para los adolescentes: quedaron aislados y muchos tuvieron cuadros ansiosos, depresivos. Como una forma de escape, el escenario estaba completamente preparado. Lo único bueno que les quedaba era la vida digital. Yo no descartaría a la ludopatía como un efecto post pandemia”.
Como si se tratara de cualquier adicción,durante el tratamiento, que es ambulatorio, lo más duro para J. fue el período de abstinencia al celular y las pantallas. Por supuesto, también a cualquier sustancia como alcohol o drogas, que él no consumía. “Al principio fue jodido. Te sacan un elemento al que tenés todo el tiempo, el celular. Te quedás incomunicado una semana, por ejemplo, sin saber nada de tus amigos, o de lo que sea. No sabría explicarte lo que es, te aburrís, sentís una ansiedad tremenda. Y otra cosa es que tuve prohibido manejar dinero. Me explicaron que al jugar por dinero rompí mi rutina y tenía que armar una donde aquello quedara de lado”.
Luego, al celular lo manejaron sus padres. Cuando se lo daban por un período corto de tiempo, lo vigilaban. “Por lo general yo llegaba del trabajo a las seis de la tarde y me lo daban hasta las ocho de la noche. Encontré una serie de cosas que me abrieron la cabeza y me hicieron despejar, volver a ganar la confianza con mi familia”, celebra.
Una alternativa al azar: la educación financiera
Para la psicopedagoga y especialista en Educación Financiera Gabriela Totaro, la falta de este último conocimiento es un motivo más para que los jóvenes elijan gastar su dinero en juegos de azar a invertirlo en el mercado. “Los juegos online están hechos para crear adicción a través de la tecnología. Los adolescentes no tienen la capacidad de discernir si el juego es para entretener o para causar adicción. Hay causas para que esto ocurra y tienen que ver con la relación que cada uno tiene con el dinero: la avaricia, la codicia, una estructura de personalidad que se va creando a partir de que uno nace. Pero me llama la atención que más allá que un niño pueda mentir la edad y poner que tiene más de 18 años, no tenga un control parental. No hay un límite”.
Ella señala el ejemplo de su propia casa: “Tengo dos hijos adolescentes, y supe que también iban a jugar. Pero confiaba en la educación financiera que les brindé. Mis chicos administran su dinero. Donde vieron que durante el primer y segundo mes perdieron, no jugaron más, prefirieron invertir en el mercado de capitales, que saben cómo funciona. Ahora, cuando no hay detrás un adulto que pueda sostener al chico, ¿qué alternativa le das más en esa edad? En Argentina, la educación financiera es de entre 8 y 12 años promedio, somos niños en eso. Mis hijos me comentaron de amigos a quienes sus padres les daban dinero para almorzar y dejaban de comer para apostar”.
—¿Cree que la educación financiera debería estar en la currícula escolar?
—Trabajo en eso desde 2017. A fin de año voy a presentar un proyecto de ley, que va desde la sala de cinco hasta el último día del secundario. Porque si lo implementan recién en 4to. año, ya es tarde. En sala de cinco un chico puede entender los conceptos de ahorro, donación y disfrute… Cuando le das herramientas reales a un chico y le enseñas que con esfuerzo y tiempo puede lograr metas, no cae en el pensamiento mágico de que ponen uno y ganan un millón. La noticia de que los chicos mayores de 13 años podrían empezar a invertir en el mercado de capitales me puso feliz, porque es darles una alternativa real, regulada, de mercado. Pero los padres no están preparados para acompañarlos y que entiendan que el mercado no es una timba más.
El nuevo camino
En terapia, J. busca saber los motivos que lo llevaron a esta adicción. Aún lo trabaja en las sesiones, pero infiere que “habrá sido por la presión social, por pertenecer, por estar a la moda, hacer lo que todos hacen. La mayoría de mis amigos juegan, aunque no cómo antes. Hay como una visión de lo que significa el juego online de los perjuicios que puede traer, porque recién ahora se empezó a hablar de esto”.
Hoy, hace seis meses que J. no apuesta ni al casino, ni a los slots. Sólo a su futuro. “Me puse las pilas con esto, me llevó a cierto control de mi vida. Estoy limpio y el juego se acabó”, afirmó según publicó Infobae.