Las urnas dejaron tres mensajes consolidados. La Argentina va a ser gobernada por una coalición integrada por el kirchnerismo duro, el peronismo clásico, el massismo y partidos menores; esa coalición es liderada por un dirigente clásico –Alberto Fernández- sin (todos los) votos propios, sin diputados ni senadores y cuyo principal mérito es ser administrador de tensiones ajenas. Por otro lado, hay una oposición liderada por Macri que va a ser el contrapeso del sistema.
Esto dijeron las urnas y –fundamentalmente- es la lectura que hacen los actores que interpretan los papeles en esta novela.
Alberto Fernández es un conocedor de los hilos del poder. Juega, le dice a cada uno lo que quiere escuchar. Le bocha funcionarios a los gobernadores porque los quiere para él. Pero no da mayores pistas sobre el armado de su gabinete.
Todo lo que se diga hoy es mentira. Operaciones cruzadas que se tejen al interior del poder. Alberto repite una y otra vez una vieja frase de Néstor Kirchner a quienes lo consultan por el gabinete: “El que suena, suena”. Traducción: el que hace que su nombre trascienda a los medios, pierde.
Por eso, no queda claro de dónde sale cuando algún nombre aparece para integrar el gabinete: ¿se está autopromocionando él o es de algún competidor interno que quiere que “suene”?
Solo en dos casos Alberto dio gestos claros respecto al futuro en el gabinete: Daniel Arroyo (en Des-Arrollo) al que puso a dar una clase magistral contra el hambre; y Felipe Solá (Ministerio de Relaciones y comercio exterior), con quien hizo el único viaje «presidencial» en la campaña.
El resto son todos trascendidos, incluyendo el lugar que tendrá su mano derecha, Santiago Cafiero. Así aparecen zancadillas varias como un WhatsApp que se armó en cancillería para promover a Jorge Argüello como canciller, bajando a Solá al ministerio del Interior que nunca pidió ni quiere.
O el que postula a Daniel Scioli o Matías Lammens para Deportes; o al rector de la UBA, Alberto Barbieri a Educación. O a Luana Volnovich a la Anses; o a Mirta Tundis al Pami. O a Guillermo Nielsen como ministro de Economía… «El que suena, suena»
La mayoría son rumores que tira “el enemigo” para que no pasen… aunque nunca se sabe… tampoco está claro cuántos ministerios va a tener Alberto en este marco de crisis.
Hablando de nombres que se tiran, A24 informa que en Diputados ya dan como confirmado a Agustín Rossi al frente del bloque del Frente de Todos. Aunque algunos dudan y aseguran que no lo puso nadie ahí y que él se autoproclamó. No se vieron fotos con Alberto en estos días y en el círculo íntimo de Alberto desmienten que se haya tomado una decisión al respecto. Es cierto que tampoco hay muchas opciones y Rossi llegó a Diputados de la mano de Alberto en 2005.
Todavía no se sabe cuál será la conformación de los bloques legislativos del Frente de Todos. En principio, los santiagueños, misioneros, puntanos y otros adherentes van a mantener sus propios bloques. Todos quieren negociar desde afuera el reparto de la torta.
Todavía no queda claro qué van a hacer los gobernadores peronistas que se juntan esta semana para definir su estrategia frente al gobierno que se inicia, entre otras cosas. Lo que está claro es que no quieren repetir los viejos errores de quedar subyugados al kirchnerismo.
En el albertismo también desconfían del kirchnerismo duro. Para apoyar medidas populares somos todos amigos. Pero no están tan seguros de que vayan a apoyar las decisiones antipáticas cuando haya que tomarlas.
En el Instituto Patria se encargan de llevar cautela. Cristina está fuera de juego y no tiene más intereses políticos: su energía está puesta en sus temas personales.
La Cámpora ya ganó lo que quería ganar: algunas (pocas) intendencias, unos 20 diputados y 5 senadores. Todavía se lamentan que perdieron la banca por la minoría en Entre Ríos, que les correspondía a ellos por un acuerdo con el gobernador. Y saben que tendrán varias patas en el gobierno nacional y -sobre todo- en el provincial: Axel no tiene cuadros para llenar los casilleros de provincia.
¿Hubo conflictos entre el kirchnerismo y Alberto el día de la elección? Todos los actores que estaban arriba del escenario aseguran que no, que es parte de una puesta en escena de «policía bueno y policía malo». Las relaciones entre Alberto y Cristina están muy sólidas: de hecho, el día de la elección vieron los resultados y el discurso de Macri juntos (pese a que tenían oficinas separadas en el bunker) en la pantalla de C5N.
La estrategia del día de la elección fue consensuada al igual que los nombres que estaban arriba del escenario: si Juntos por el Cambio exhibía el triunfo en Capital Federal, el Frente de Todos iba a escenificar la provincia de Buenos Aires. “7 de 16 no eran kirchnerismo duro”, replican cuando se les achaca el sectarismo K el día de los festejos. Pero conservaron la mayoría en el escenario.
Son en definitiva nimiedades del poder; simbologías de esas que les gustan tanto a los políticos, cuyo principal goce es la dominación del otro.
Alberto necesita un Remes Lenicov, un ministro potente que tome decisiones difíciles para construir las bases de la economía que viene y que pague los costos políticos de la transición. “El riesgo es que Alberto sea su propio Remes y que Cristina sea su Lavagna”, dice un hombre que opera en los márgenes del Grupo Callao.
Cristina insiste que está lejos de esa teoría conspirativa. Va a participar de la mesa de las decisiones pero la última palabra la va a tener siempre el presidente. Así fue con Néstor y con Cristina cuando les tocó sentarse en el sillón de Rivadavia. La tercera pata de esa mesa era Alberto Fernández, hasta que dejó el gabinete.
En la otra orilla
En el PRO sienten que hay un mandato que les dieron en las urnas, que es el de frenar cualquier avance del kirchnerismo. Cualquier atisbo de duda o de negociación va a significar una traición a quienes los votaron.
Por eso Macri tiene que ser el líder del espacio. Por eso, los críticos pierden peso en el esquema. Por eso, pierde Vidal y gana Peña. Por eso pierde Monzó, que mendiga un puesto como Defensor del Pueblo; puesto que nadie le quiere dar porque (todavía) no tiene nada con qué pagar. Por eso pierde Cornejo (que se dedicó a Mendoza entre las PASO y octubre) y gana Morales (que estuvo en la logística de los #SíSePuede provinciales). Por eso se fortalecen los Negri. Por eso se fortalece la grieta.
Massa intenta demostrar que esto no es así y que no hay espacio para seguir beligerando. Va a usar su “sistema de relaciones” para intentar que todos apoyen las medidas difíciles que va a tener que tomar Alberto los primeros días de su gobierno: renegociación de deuda, reforma impositiva, consejo de seguridad, consejo económico y social son los temas que está intentando impulsar desde Diputados. Confía en que va a tener el apoyo de la oposición, como él lo dio en los primeros tiempos de Macri.
La oposición mientras tanto está preocupada por cosas más importantes: como dejar conformes a todos con los pocos espacios de poder que les toca ocupar: Defensor del Pueblo, Auditoría General de la Nación, Procurador penitenciario, algún director del BCRA y algún cargo en el Consejo de la Magistratura. Bastante poco para repartir entre los 3 (¿o 4? ¿o 5?) espacios que integran la coalición opositora.
Jaime Durán Barba, Peña y su equipo saben que las lunas de miel duran poco, cada vez menos. Y todos descuentan que Alberto, tarde o temprano, va a tener que tomar decisiones antipáticas. En ese momento, se va a demostrar, sienten ellos, que Macri tenía razón.