Nelly tenía una vida de sufrimiento puertas adentro; Heber estaba casado con una mujer que no amaba. Ambos se conocieron trabajando juntos en Uruguay. Fueron amantes hasta que se dieron cuenta que no podían vivir sin el otro. Hace 47 años que están juntos.
El trabajo dignifica y -un poco por necesidad, otro por aburrimiento pero sobre todo como vía de escape a lo que soportaba en silencio en su casa-, la veinteañera Nelly consiguió su primer empleo en OSE (Obras Sanitarias del Estado de Uruguay) como limpiadora. La mujer no tenía la escuela terminada por lo cual, pensaba, “no puedo aspirar a más”, de todos modos el objetivo principal estaba cubierto: encontrar un recreo a su vida, según publicó Infobae.
Nelly Ravera nació un 23 abril de 1948 en Costa del Tala, plena campaña uruguaya, donde pasó su infancia junto a sus padres y sus cuatro hermanos. A los 18 años se casó con su novio pero las cosas no fueron como la joven esperaba. “Sufrí mucho. Y luego del nacimiento de mi segunda hija se agudizaron más los problemas de pareja”, cuenta Nelly. El matrimonio había tenido a su primer hijo Fernando a los 10 meses de la boda, y a Joselin, la segunda, siete años más tarde.
Gracias a su dedicación, Nelly fue ascendiendo de puestos en su trabajo y, de fregar los pisos, ahora ya atendía los teléfonos. Hacía cuatro años cumplía sus tareas en OSE según lo que le iban asignando, hasta que un día “alguien” la pidió para que sea su secretaria, noticia que tomó con alegría y orgullo, “acepté enseguida, me sentí importante de que alguien me vea para ocupar ese lugar”. Ese alguien tenía nombre y apellido: Heber Nelson De Souza, el secretario del gerente, ni más ni menos.
Heber, un uruguayo bonachón, nacido el 22 de junio de 1933 en la ciudad de Artigas, había entrado en OSE a sus 23 años, como obrero. Enseguida sus habilidades y buen trato lo llevaron a ocupar puestos administrativos y, finalmente, uno de los sitios más aspirados por todos: secretario del gerente general, en criollo, ser el número dos de la oficina.
El hombre se había casado a los 22 años y nunca había tenido hijos con la que era su mujer. “Yo siempre había querido tener hijos pero mi señora no podía. Llevábamos 20 años de casados pero era un matrimonio muy solitario. Siempre andaba solo, no teníamos relación. Y el aburrimiento que sentía me hizo salir a buscar…”
Entonces, como el que busca encuentra, a sus 42 años Heber le puso el ojo a una escultural chica 15 años menor que él. “Ella era telefonista y siempre la miraba. Me gustaba, era muy bonita, ¡y es muy bonita! Pero no me registraba. Entonces insistí e insistí y me la traje a trabajar a secretaría”.
Así empezó el cortejo de Heber hacia Nelly. “Era tooodos los días”, cuentan sonrientes al unísono, “pero no tenía resultado”. El hombre pasaba, le ofrecía unas palabras amables y seguía su camino sin ningún punto a su favor.
La realidad es que Nelly vivía en una pesadilla, y todos en la oficina sabían la situación que atravesaba. “Heber también lo sabía porque se comentaba. Para mí, lamentablemente, ya era como una costumbre, estuve así de la muerte y no me daba cuenta, nunca lo pensé”, se sincera ella haciendo un gesto con los dedos índice y pulgar, de como cuando uno quiere medir un centímetro.
Además de los malos tratos, su marido la engañaba. “Era mujeriego, tenía varias mujeres; mi mejor amiga, una empleada de mi casa, no tenía respeto por nada”, y Nelly en su desesperación hacía lo que podía: “Claro que me daba cuenta pero me hacía la que no sabía nada”.
Nelly venía de un mundo más oscuro que la noche, “y yo vine a despejarle un poco el panorama”, dice Heber que, sin dudas, era el único velador que se encendía en sus días negros. De todos modos, ella no registraba en lo más mínimo al que pronto pasaría a ser su jefe directo; sólo lo tenía visto de cruzarlo en los pasillos, “me parecía horrible”, remata y repite enfatizando la última palabra, “horrible”. Pero todos conocían al bueno de Heber que hacía 20 años trabajaba para la compañía. “Él me hizo la de Drexler: remó, remó y remó, así durante un mes. Y bueno, quizá mi falta de tener a alguien que me trate bien hizo que lograra salir con Heber”.
Tal como lo había anunciado, Nelly le dijo a su marido que se quería separar. “No le dije que me había enamorado de otro hombre; le dije que no lo quería más”. Por fin logró que el marido dejara la casa, la cual, increíblemente, era ella quien pagaba el alquiler. Y, a los seis meses, Heber cumplió su parte y se fue a vivir con ella, “fue todo muy rápido”.
“Él era mi jefe; yo una oficinista más, casada con dos hijos. Él casado sin problemas ni hijos. Nos enamoramos con locura. Yo 27 años; él 42, sentí mucho desprecio de su familia al ser yo una mujer joven y con hijos, pero la luchamos…”
Los comentarios malintencionados no tardaron en llegar; su entorno celoso pensaba que Heber la estaba viviendo o que todo lo que ocurría eran falsas ilusiones de Nelly. “Mi hermana mayor Irma, que es como una madre para mí, lo citó y le dijo de todo”.
-Usted no se da cuenta que ella es una niña, está haciendo todo mal, ni siquiera piensa.
El amor fue más fuerte
Nada ni nadie hizo que Heber y Nelly se separen. En los comienzos todo fue duro para ella pero en comparación con el sufrimiento que venía soportando, el desprecio de su suegra le hacía cosquillas. “Vos no te das cuenta que dejaste sola a una mujer que hacía 22 años que estaba con él”; “hiciste que él la dejara”; “sos una egoísta”; eran algunos de los comentarios que tenía que escuchar de parte de su nueva familia. Pero Nelly había encontrado por fin el amor y estaba decidida a empezar a escribir su verdadera historia feliz, en la cual sólo cabían intenciones positivas.
Así fue que enseguida quedó embarazada y, al año, con Heber tuvieron a su primera hija juntos: Maria Eloisa, un bebé que terminó de unir a la familia y hacer que acepten a Nelly.