El stock de Letras de Liquidez (Leliq) del Banco Central aumenta a velocidad con intereses que crecen en forma exponencial. Esos activos que los bancos pueden integrar como encajes son contrapartida de plazos fijos. El antecedente del Plan Bonex de 1989.
En la primera semana, los intereses devengados sumaron 5900 millones de pesos. En la segunda, subieron a 6300 millones pesos. En la tercera, avanzaron hasta más de 8400 millones de pesos. La proyección es creciente y exponencial en la cuenta intereses a pagar por las Letras de Liquidez (Leliq) emitidas por el Banco Central.
La tasa de interés máxima de esos instrumentos de absorción monetaria es de casi el 74 por ciento anual que, con renovación cada 7 días, se eleva al 103 por ciento efectiva anual. En apenas 20 días del comienzo de otro experimento de la ultraortodoxia monetarista en el BCRA, el stock de Leliq aumentó casi en 50 por ciento, al totalizar 605 mil millones de pesos. Pocos días antes, el 17 de septiembre, sumaba apenas 258 mil millones de pesos. Si la Bomba Lebac inquietaba cuando alcanzó 1,2 billón de pesos con vencimientos mensuales, la Bomba Leliq debería encender todas las luces de alerta.
A menos de un mes del nuevo plan monetario presentado por la conducción tuitera del Banco Central, el stock de Leliq es equivalente a la mitad del máximo alcanzado por las Lebac, pero a una tasa que casi lo triplica. El Fondo Monetario Internacional exigió desarmar la Bomba Lebac como parte del acuerdo de salvataje financiero a los dueños de bonos argentinos. El camino elegido fue reemplazarla por otra con un potencial más devastador.
El cálculo es sencillo. Cuando las Lebac alcanzaron un monto máximo, la tasa de interés que pagaba el Banco Central era de 26,3 por ciento anual, el 18 de abril pasado, y el plazo de vencimiento era cada treinta días. Con un stock que hoy es la mitad de esa suma pero con una tasa tres veces más elevada, las Leliq están devengando un monto de intereses a una velocidad mayor y a un plazo más corto, de siete días. Es un cuadro monetario-financiero explosivo y más peligroso que el que había con las Lebac.
Bicicleta
Las Lebac se convirtieron en un vehículo de inversión en pesos de grandes fondos internacionales y locales, y también del pequeño y mediano ahorrista. La megadevaluación, que duplicó la paridad cambiaria en pocos meses, licuó en forma fulminante esos pasivos del Banco Central. El costo directo de una eventual alza del dólar lo asumía quien apostaba a las Lebac. Y así fue. La devaluación tuvo efecto inflacionario y esa licuación no generó un problema para el sistema bancario. Las Lebac permitieron una bicicleta financiera que fue aprovechada durante dos años y quienes no salieron a tiempo recortaron ganancias acumuladas o perdieron si ingresaron tarde a ese frenesí especulativo.
Las Leliq, en cambio, están sólo en manos de entidades financieras que, con las tasas altísimas que cobran por ellas, tientan, a la vez, a ahorristas con tasas elevadas por plazos fijos, aunque menores a las de las Leliq. Con gran parte del dinero que reciben por las colocaciones a plazo, las entidades compran Leliq. En esa diferencia de tasas, los bancos obtienen una utilidad importante facilitada por el Banco Central.
El factor distintivo con respecto a las Lebac es que una porción de las Leliq son contrapartida de depósitos a plazo, por eso esta bomba es más peligrosa. Publicistas del macrismo dicen lo opuesto, en una muestra de desconocimiento la dinámica financiera y cambiaria de la economía argentina.
Los bancos pueden además utilizar las Leliq para integrar parte de los encajes (la porción de los depósitos que deben inmovilizar, es decir, que no pueden prestar) en el Banco Central. De esa forma, esos encajes que antes no rendían nada ahora pasaron a ser remunerados por la autoridad monetaria.
Las Leliq son un canal de trasmisión financiero-monetario que involucra al Banco Central, a los bancos y a los ahorristas. El BC las utiliza como un mecanismo de absorción monetaria; las entidades, inducidas a suscribirlas para integrar parte de los encajes, las eligen porque consiguen un diferencial de tasa espectacular; y los ahorristas, seducidos con tasas nominales elevadas, se quedan entonces en plazos fijos y no corren al dólar. Cada una de las partes integra la Bomba Leliq. O sea, a diferencia de la Bomba Lebac, el riesgo del estallido involucra a los principales protagonistas del sistema bancario doméstico.
Emisión
El último informe de FIDE precisa que los pagos de intereses anuales de las Lebac fueron equivalentes a 2 por ciento del PIB, señalando que con las Leliq la situación es más grave porque el Banco Central no define la tasa, sino que lo hacen los bancos. Tasas arriba del 70 por ciento anual “no sólo consolidan la redistribución de ingresos públicos hacia el capital financiero, sino que también vuelven a generar una fenomenal fuente de emisión monetaria hacia delante”, explica el reporte.
Como se ha vuelto habitual en la economía argentina, quienes se presentan con las credenciales de ser los mejores profesionales, formados en las mejores universidades del mundo y cargando en la mochila el corpus teórico dominante, son los responsables de los mayores descalabros. Además de estudiar modelitos, regresiones y series de tiempo, acercarse un poco a conocer la historia financiera argentina desde la década del 70 evitaría que transiten caminos que derivaron en crisis de proporciones.
La postulación, concepción e instrumentación de las Leliq reúne muchos parecidos a los encajes fraccionarios remunerados utilizados por el Banco Central como instrumento de control monetario, entre 1977 y 1989. Así fue con la Cuenta de Regulación Monetaria, que nació con José Alfredo Martínez de Hoz en la dictadura militar y se extendió hasta 1985, y con las diferentes denominación de encajes remunerados (Bonor, Bonorcito, Denor, Denorcito, Bono Vicens, Cedep), con Juan Vital Sourrouille y José Luis Machinea en el gobierno de Alfonsín. La evidencia histórica muestra que esas experiencias culminaron en crisis traumáticas.
Ese tipo de política monetaria no frena el alza de la tasa de interés, genera una impresionante burbuja de deuda del Banco Central con las entidades financieras y debilita aún más el mercado de crédito bancario. Resulta obvio que no hay diferencia entre remunerar encajes en forma directa y la opción de exigir a las entidades a constituirlos en títulos emitidos por el Tesoro (Bote 2020) o por el Banco Central (Leliq), como se permite ahora.
Remunerar significa que los bancos reciben una compensación (dinero), determinada por una tasa de interés, por la inmovilización (encajes) de una parte de los depósitos. Es un gasto del Banco Central (déficit cuasifiscal) que se cancela finalmente con emisión de dinero. Es un mecanismo que sólo puede salir airoso si aumenta persistentemente la demanda de dinero, esto es, que la población quiera tener en su poder cada vez más pesos. Con una inflación minorista muy elevada, del 6,5 por ciento de septiembre y de un piso del 5,0 por ciento en octubre, y una inflación mayorista desbocada en el 16,0 por ciento en septiembre, la tasa de interés del 50 por ciento anual por plazos fijos sólo neutraliza en el cortísimo plazo la fuga hacia el dólar. Se posterga así el derrumbe de la demanda de dinero, que en el momento que se produzca no habrá tasa de interés que pueda detenerlo.
Plan Bonex
Para desarmar la Bomba Lebac, que generaba un costo inmenso al Banco Central, la economía macrista diseñó tres nuevas bombas: la de Letes, de Lecap y de Leliq, para absorber los pesos de la no renovación de las Lebac. Los dos primeros pasivos (Letes y Lecap) generan un costo (déficit fiscal) al Tesoro, y las Leliq al Banco Central (déficit cuasifiscal). Para eliminar el riesgo de las Lebac, se avanzó en un esquema que extendió el costo hacia el Tesoro y amplificó el del Banco Central. O sea, el riesgo se multiplicó.
La estrategia de restricción monetaria encierra su propia contradicción, puesto que se presenta como la vía para controlar la emisión de dinero para provocar una reducción de la tasa de inflación, pero va acumulando creciente emisión futura por la tendencia exponencial de intereses devengados, lo que termina acelerado el desborde monetario. En esa lógica económica monetarista, el saldo es una inflación descontrolada.
A diferencia de la Bomba Lebac, una megadevaluación como la de este año no es suficiente para licuar la deuda inmensa que se va acumulando con las Leliq (emisión monetaria reprimida), sino que tiene que haber un ajuste cambiario aún más fuerte que desemboque en una hiperinflación que limpie ese pasivo.
La experiencia del ‘89 muestra que igual no alcanzó sólo con la híper y se necesitó de otra dosis de licuación por vía de la reestructuración de la deuda pública.
Esto último es lo que se aplicó a fines de 1989, cuando el gobierno de Carlos Menem, con el ministro Antonio Erman González, instrumentó el canje compulsivo de plazos fijos por Bonos Externos 1989. Fue el Plan Bonex que eliminó el mecanismo de encajes remunerados, afectando a los bancos por la iliquidez inmediata provocada, pero que rápidamente alivió el Banco Central. Las entidades además empezaron a realizar un negocio especulativo espectacular al comprar a precio de remate los Bonex, de los que ahorristas desesperados se desprendían para recuperar parte del dinero de los depósitos.
El Plan Bonex permitió al gobierno de Menem relajar la restricción presupuestaria, pero los ahorristas sufrieron una pérdida de riqueza agravada luego de la confiscación de los depósitos por la prohibición temporaria de la operatoria a plazo fijo. El contexto era muy desfavorable: desmonetización, aumento de la tasa de inflación y del tipo de cambio.
En esos años también había un festival de bonos con nombres que remitían a un botiquín de medicamentos. En la plaza bursátil cotizaban los Tidol, Tacam, Ticof, Bagon, Ledo, Leda, como ahora existen los Bote, Lebac, Letes, Lecap, Leliq. La denominación de estos papeles de deuda no es lo más relevante, sino el nivel de tasa de interés que el Tesoro o el Banco Central se comprometen a pagar y el plazo de vencimiento.
El período de la Bomba Leliq es a siete días (a partir de mediados de los 70 y hasta la convertibilidad, los plazos fijos también eran a siete días), y todos los días hay renovación de esas Letras. La economía macrista se lanzó de ese modo a una trampa conocida, con tasas de inflación elevadísimas y fuga hacia el dólar: la exigencia de tasa de interés más alta para retener depósitos en pesos será persistente, hasta un nivel que resultará indiferente y la codicia será castigada por el colapso.