Después de fracasar en su matrimonio con quien había sido su primer novio y quedar en la calle, Viviana se propuso nunca volver a enamorarse y dedicó la vida sólo a ser madre. Marco, por su parte, se había prometido jamás estar con una mujer que fuera madre
“Me casé con mi primer novio, el que tenía de toda la vida, pero la pasé tan mal que no quería saber nada con nadie más”, se sincera Viviana. Por fortuna, todos tenemos la libertad de cambiar en cualquier momento, y así lo quiso su destino.
Viviana Herrera Siles nació el 15 de noviembre de 1987 en Dulce Nombre de Tres Ríos, un pequeño pueblo de Costa Rica, donde vivió casi toda su vida. Ahí, entre cafetales y mucha naturaleza, conoció a Verónica, su mejor amiga, con quien primero compartieron juegos de niñas y, más adelante, travesuras de adolescentes. Tenían 15 años y Verónica le confesó que estaba loca por Jerry, un chico del barrio. Vivi no dudó ni un segundo y prometió a su amiga que la ayudaría a acercarse al candidato: “Era el crush de mi amiga y ella me insistió que lo conociera para que le haga los puntos”, dice con el sinónimo tico de la expresión argentina ‘hacerle gancho’. La Cupida hizo tan bien su trabajo que, como resultado, terminó ella de novia con el aclamado Jerry: “Duramos 9 años de novios, aunque teníamos ese tipo de relación tóxica que terminábamos y volvíamos. Mi entorno me decía que él no era bueno para mí, pero yo seguía ahí, súper enamorada”, recuerda Viviana.
Así, entre idas y vueltas, el 10 de mayo de 2012 Viviana y Jerry se casaron con una gran boda, por iglesia, vestido de princesa incluido, y vivieron en la tranquila Dulce Nombre. Menos mal que el cura que los desposó no sabía lo que había sucedido hacía sólo una semana: “Nos habíamos ido con mis amigas a una playa de Guanacaste y en ese viaje todas bromeamos que nos iba a venir la menstruación a todas el mismo día, y nos iba a echar a perder el paseo. Resulta que a mí no me pasó, entonces mis amigas empezaron a decir ‘¡usted está embarazada!’”, y tanto fue la broma que la flamante novia las desafió: “Okey, me voy a hacer la prueba para que vean que no estoy embarazada”, pero el reto le salió mal, o mejor dicho dio positivo: la pequeña Amanda ya estaba en camino hacía tres meses.
Los novios dieron “el sí” con su secreto bien guardado y, a los seis meses, justo el 21 de noviembre de ese mismo año, nació Amanda, una bebita bien recibida. El primer año de matrimonio fue todo normal. Luego empezaron a tener algunos problemas económicos, deudas e inestabilidad laboral, lo que provocó peleas en la pareja, “pensaba que era lo normal de un matrimonio, una crisis que íbamos a superar juntos, de hecho, empecé a buscar trabajo en mi profesión -es decoradora- y ayudar a la economía”. Hasta que un día el codiciado Jerry no la trató tan dulcemente como prometía su lugar de morada: “Un lunes 16 de marzo del 2015, lo recuerdo como hoy, salí a trabajar y cuando volví él se había llevado absolutamente todo. Me dejó”, revive ella la noche en que Jerry la abandonó con su beba de 2 años. “Lo llamé y, por teléfono me dijo: ‘yo a usted ya no la amo más, y no quiero vivir con usted’. No me dio explicaciones de nada, ni tampoco quiso conversar conmigo para arreglar algo de la nena. Desde ahí hasta la fecha nosotros no hablamos nunca más. Fue todo súper dramático, lloré mucho porque él se comportó muy moncho, grosero, frío y distante. Fue mi primer novio, mi primer todo”.
Viviana se sintió abatida y triste. Lloró lagos pero así abandonada se enfocó en mantenerse ocupada y trabajar: tenía una hija que mantener, “me puse a trabajar como una hormiguita loca”. Empezar de cero fue muy difícil, por eso lo primero que hizo fue vender sus cosas y volver a vivir a la casa de sus padres que compartían con sus tres hermanos, más una chica de intercambio que alojaban. “Amanda perdió sus cosas, su cuarto, su casa y fue muy duro ese momento. Tuve que dormir en un colchón en el piso con mi beba varios meses mientras nos acomodamos. Por dicha conté con el apoyo de mis papás que me dieron donde vivir y en esos años lo único que hice fue trabajar y pagar deudas”.
Con el paso de los meses, a mediados del 2016, Viviana fue recuperando su autoestima. “Empecé el gimnasio, me puse más guapa y pensé ‘ya es hora de empezar a salir, conocer muchachos’ y me metí a Tinder”.
Marco Gonzalez Barboza nació el 27 de diciembre de 1985 en San Antonio de Coronado -uno de los 20 cantones en que se divide San José de Costa Rica-, donde vivió casi toda su vida con Etelvina, su madre. “Mi vida no fue tan trágica”, se disculpa él. En el 2009 estudió Ingeniería Telemática en la universidad pública, le ofrecieron un trabajo y, en cuanto a relaciones, tuvo dos o tres novias con vínculos muy estables, “nunca nada dramático, sin rencores, ni enojos, mucho menos pleitos”. Por el 2015, luego de que una novia lo dejara, soltero y con ganas de divertirse se instaló Tinder en su teléfono móvil y comenzó a surfear el mar de las apps de citas.
Luego de un año de frustraciones en la aplicación, en septiembre de 2016 encontró una morocha que lo atrajo y apuntó directo: “Marco me dio un súper like, y cuando vi a este muchacho tatuado, musculoso, ingeniero, dije ‘sí, interesante, vamos a hablar’”, cuenta Viviana expresiva. Se pusieron a chatear, se cayeron bien desde el inicio y enseguida pasaron al Whatsapp, “y el domingo yo lo invité a salir”, se ríen y ella remarca que dio la iniciativa. Se encontraron el 4 de septiembre en el Terra Mall a tomar un café con queque -como le llaman a la torta en Costa Rica- de chocolate. Cuenta Marco que “desde que nos vimos empezamos a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, con mucha confianza y sin esconder nada. Me habló de la hija y, para ser honesto, en ese momento yo no tenía pensado tener ninguna relación seria pero curiosamente el ver cómo ella hablaba de la hija y, más adelante, cómo se comportaba con Amanda; conocer el tipo de mamá que Vivi es, fueron puntos a favor y me enamoraron. Siempre había dicho que jamás iba a salir con una mamá, y más bien fue una sorpresa bonita. Sentí que me gustaría que la madre de mis hijos sea exactamente como ella”.
A pesar de su apariencia de “macho conquistador”, según las propias palabras de Viviana, Marco es tímido y tranquilo, así que en la puerta del Mall se saludaron con la mano y nada más. Pero él había quedado obnubilado por esta mujer tan fuerte. Entonces se metió a participar en el negocio que estaba trabajando Viviana, una empresa de nutrición y comercialización de múltiples niveles. Así, con la excusa de asistir a las cenas de negocios y otras actividades que organizaba la compañía, Marco podría verla seguido. Un día para probar los productos, otro para registrarse, otro para conocer el funcionamiento y, como resultado, se frecuentaron toda esa semana. “Pero no me daba ni un beso ni nada. Por fin llegó la invitación formal, no de negocios, salimos a cenar a un restaurante oriental, me puse un vestido guapísima, toda seductora y dije ‘este es el día que me da un beso’, ¡y nada! Lo más gracioso es que nos habíamos conocido en Tinder, así como para divertirnos, y él todo tímido y correcto. Apenas lo vi había pensado que era todo galán, ‘chico-malo’”, se queja ella bromeando. “Me gusta la fiesta pero no soy fiestero. Soy hogareño, un chico bueno y si no pasaba nada era por nervios, no porque no quería”, agrega Marco.
A los dos días él la invitó al cine. Así, luego de que Bridget Jones besara apasionadamente a Mark Darcy bajo la nieve, Viviana y Marco reprodujeron la misma escena a la salida, en la puerta del mall: “Es que pasó toda la película, comimos los pochoclos, ¡y nada! Nos estábamos por despedir y yo le di el beso. Quería saber cómo besaba porque si no me gustaba para qué esperar”, cuenta ella. Parece que el beso le gustó porque todo fluyó y se siguieron viendo cada día hasta el 22 de octubre que Marco, como si estuvieran en el colegio, le preguntó si quería ser su novia.
La pequeña Amanda enseguida se encariñó con el novio de su mamá. “Tuvieron muy buena química. A mi hija le cayó súper, Marco interactuaba muy bien con ella y se llevaron excelente desde el inicio. Lo mismo que yo con la familia de él”.
Lo curioso es que Viviana y Marco ya habían vivido casi en la misma casa: “En 2010, en una de mis idas y vueltas con Jerry, dije ‘Nunca más vuelvo con él’, y con mi amiga Verónica nos alquilamos un apartamento de solteras en San Antonio de Coronado, donde pasamos un año. Pero lo chistoso es que sin saberlo, quedaba a tres casas de donde vivió Marco toda su vida. Fuimos vecinos y nunca nos cruzamos”, cuenta Viviana, aclarando la particularidad de que en Costa Rica las calles no tienen nombre sino que la gente vive ‘al lado del Mall Multiplaza, frente a la casa naranja’, por decir algo.
Todo marchaba en armonía y el amor de la pareja durante un año se fue consolidando. Pero de repente los miedos de Viviana volvieron a habitar en su cabeza. “La veía a Amanda muy encariñada; un amiguito le dijo que tenía un padrastro que era el novio de la mamá. Entonces mi hija con cuatro años dijo, ‘Marco es mi padrastro’. Y así lo empezó a llamar, hasta que le dijo ‘pá’. A mí me empezó a entrar el pánico y sentía que todo estaba demasiado bien, que algo iba a salir mal”. El problema no era lo que le decían sus fantasmas del pasado; el problema era que ella les creía.
Viviana venía de algo tan doloroso que le era difícil entender que también existen hombres sanos, buenos y sin ninguna otra intención que la de permanecer cerca de la persona que aman. No lo creía. Sólo podía pensar en el sufrimiento de Amanda cuando Marco las dejara, “me iba a volver a pasar lo mismo; nos iba a romper el corazón a las dos”. Así que, sin muchas vueltas, un día de enero de 2018 le dijo que ya no quería seguir siendo su novia, ni que se sigan viendo, ni nada más.
Marco quedó desconcertado. Respetó su decisión pero también le dijo que él la quería, que dejaba la puerta abierta, que lo que sentía por ella no iba a desaparecer, que era decisión de ella y que iba a estar esperándola, “pero tampoco iba a estar como un tóxico insistiéndole”. Y se separaron.
Durante los meses que siguieron Amanda sólo hablaba de Marco. Su madre le proponía diferentes planes y la chiquita siempre sugería invitarlo a él y preguntaba por qué no venía. “Le dije que ya no éramos amigos y ella me contestaba ‘pero sí es mi amigo’”. También la madre de Viviana insistía en que volviera a llamar a ese chico tan amoroso, la veía triste a su hija. Y la realidad es que ella lo extrañaba; Viviana sentía que Marco le hacía falta.
Podía quedarse a vivir en la prisión del pasado o dejar que el pasado sea el trampolín que la ayude a alcanzar la vida que deseaba. Entonces un domingo, luego de seis meses de haberlo dejado, Viviana apagó las voces de su mente y le escribió a Marco para verse. “Me hice el difícil… como por cinco segundos”, se ríe él. Y al rato, ahí estaban los dos caminando por Bajos del Toro, uno de los paseos más románticos de la zona, junto a una cascada y rodeados de naturaleza. Hablaron largo y tendido, ella expuso todos sus temores y, por fin, Marco le dio un abrazo que le partió los miedos y le besó el alma: “él me prometió que no iba a ser igual a lo que me había pasado”.
“Lo de nosotros siempre fue algo muy natural”, dice Marco, en referencia a que poco tiempo después de la reconciliación se mudaron los tres juntos, y Amanda no podía estar más feliz junto a su mamá y su papi -como lo llama- Marco.
El 5 de marzo de 2021 agrandaron la familia: nació la pequeña Abigail. Lo que sigue es la boda: será el próximo 22 de octubre. Luego de exactamente 6 años de ponerse formalmente de novios, Viviana y Marco darán ‘el sí’.
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