Dejar Buenos Aires en la adolescencia fue desgarrador, pero México lo abrió al mundo y lo llevó hacia un destino inesperado: Estocolmo.
Juan Martín Lucena nació en Buenos Aires, creció allí y amaba su ciudad. Siempre había asistido al mismo colegio, por lo que conocía a casi todos sus amigos desde los 4 años, con ellos había forjado un lazo especial, inseparable.
Corría el año 2011 y todo parecía fluir por un sendero calmo, hasta que un día sus padres le anunciaron que se irían a vivir a México. Impactado por la noticia, su mundo se vino abajo. Acababa de terminar el secundario, el fin de una etapa en la vida, pero jamás hubiera imaginado que el nuevo comienzo sería tan inesperado y alejado de su universo conocido: “A los 18, nadie quiere dejar a sus amigos e irse a vivir a otro país”.
Los primeros años en Monterrey, México, no fueron muy buenos. Martín padecía estar separado de su entorno querido, algo que afectó su adaptación y le dificultó el camino para entablar nuevas relaciones.
Pero un buen día, otra noticia lo cambió todo. A los dos años de estar viviendo en aquellas tierras que tan ajenas se sentían, su mejor amigo le anunció que su universidad en Buenos Aires le permitía hacer un intercambio en Monterrey: “Apenas escuché esto le dije que se tome el primer avión. No tomó mucho tiempo en avisarme que lo habían aceptado en la UDEM (Universidad de Monterrey) y que en un par de meses empezaba a cursar”, rememora el joven argentino.
Sin saberlo, a Martín, la magnífica novedad le estaría por cambiar su vida para siempre.
Tener a su mejor amigo, Pablo, viviendo en México trajo consigo un nuevo comienzo. Con su compañía, poco a poco, Martín fue capaz de abrir su cabeza y su mirada en un país donde no se hallaba; lo ayudó a conocer una gran cantidad de personas y lugares que, si no hubiese sido por él, jamás hubieran ingresado en su vida.
Y fue gracias a Pablo, que Martín conoció a los hermanos Mariscal, dueños de ISE (International Student Embassy), una empresa organizadora de viajes y eventos, principalmente orientada a estudiantes de intercambio: “Este proyecto era algo que a mí me interesaba bastante, combinaba viajar y conocer personas, así que decidí empezar a trabajar con ellos”.
A partir de entonces, Martín conoció gente de todas partes del mundo, recorrió México y, por fin, sintió que pertenecía al país. Y allí, entre todas aquellas personas que se cruzaron por su vida, apareció Ellen, la chica que lo enamoró.
“Ella es sueca. Salimos durante el tiempo que estuvo en México y todo era color de rosas, hasta que, en junio de 2017, su intercambio terminó y tuvo que volver a Suecia. Fue muy duro para mí, ya que no sabía cuándo iba a ser la próxima vez que nos volveríamos a ver”, revela Martín, quien en ese momento estaba cursando su último año para recibirse de ingeniero químico: “No era prudente dejar todo e irme a Suecia con ella”.
Por esas casualidades de la vida, en diciembre del 2017, Martín descubrió que le era posible postularse para una visa Work and Holiday en Suecia, lo que, tras culminar sus estudios, le permitiría vivir y trabajar en el país escandinavo por un año. Decidió inscribirse: lo peor que le podía suceder era no ser aceptado.
Después de tres largos meses plenos en incertidumbre, llegó la carta de migraciones anunciándole que le habían otorgado la visa: “Me puso muy feliz, pero nervioso al mismo tiempo”, confiesa. “Durante esos últimos tres meses viviendo en Monterrey, todas las noches pensaba si hacía lo correcto, si era una buena idea mudarme a Suecia, nación de la cual sabía poco y nada, y tenía que arrancar desde cero, una vez más”.
Con el apoyo de su familia y amigos, Martín hizo sus valijas, cargó con su mochila, y el 31 de julio del 2018 voló hacia una nueva vida en Estocolmo.
Ellen lo esperaba del otro lado, feliz, nerviosa, confundida: había pasado un año desde la última vez que se habían visto. A partir de entonces, tal como le había sucedido a su llegada a México, a Martín le tocó adaptarse a nuevas costumbres, comidas y paisajes. Sin embargo, en ese volver a empezar también debía incorporar otro idioma y hallar empleo en una tierra en la que le costaba comunicarse.
“La cosa se puso difícil, buscaba trabajo y nadie me respondía. Este momento fue de los más estresantes, ya que Estocolmo se caracteriza por ser una ciudad cara y yo en ese momento no contaba con muchos ahorros. Era fundamental encontrar algo, ya sea de ingeniero químico o de lavacopas en algún restaurante”, rememora.
Después de recorrer cientos de bares y restaurantes de la ciudad, Martín consiguió su primer trabajo en Suecia lavando platos. No era el mejor empleo del mundo, pero por lo menos se había garantizado un ingreso: “En el bar trabajaba de 17 a 02 de la madrugada, un horario que no me favorecía para pasar tiempo con Ellen, que lo hacía en un horario de oficina, de 8 a 17. Esto no me gustaba para nada”, cuenta.
Sin renunciar a su empleo, pero decidido a cambiar el rumbo laboral, todas las mañanas Martín se levantaba y enviaba currículums a diversas empresas en las que creía que podría desempeñarse como ingeniero químico: “Mandé unos 400 CV”.
El invierno llegó en su peor estado anímico. El frío era cada vez más intenso y los días más cortos. Ninguna empresa le respondía los mails ni lo llamaba. Poco a poco, las esperanzas de Martín comenzaron a marchitarse. Tal vez, se dijo, debía desistir de la idea de trabajar como ingeniero.
“Me acuerdo que todos los días me replanteaba si esto era realmente lo que quería hacer, si valía la pena y si en algún momento el teléfono iba a sonar. El tiempo no estaba a mi favor, en tres meses mi visa vencía y si no encontraba un trabajo que pudiera patrocinarme una nueva, debía dejar el país”.
La primavera ya estaba en sus últimas semanas y la naturaleza en Estocolmo parecía estar de fiesta. El clima ayudaba, pero la angustia en Martín no hacía más que crecer. Aun así, con Ellen salían con frecuencia a pasear para disfrutar de las maravillosas postales que obsequiaba la ciudad.
Y fue en un sábado de mayo, mientras recorrían uno de los tantos parques, que Martín escuchó el sonido de una notificación entrante en su celular. Se trataba de un mail, más precisamente de una empresa que lo invitaba a entrevistarse para un puesto de trabajo como ingeniero en automatización: “Recuerdo que mi corazón latía a una velocidad anormal, aunque yo sabía que era solo una entrevista”.
A los tres días, Martín se dirigió a la empresa que lo había contactado. Sus manos le transpiraban, las piernas le temblaban, mientras intentaba calmar sus emociones para transmitir confianza: era su oportunidad y no la quería desaprovechar. Tras la entrevista, todavía sentía la adrenalina, pero, por primera vez, se encontró levemente esperanzado.
Dos semanas más tarde lo volvieron a llamar anunciándole que había pasado la primera instancia y que iba a tener una segunda entrevista con quien sería su jefe en caso de quedar. “En estos días te llamaremos para darte a conocer nuestra decisión”, le comunicaron cuando aquella reunión llegó a su fin.
Las horas parecían días y los días años, la llamada se hacía desear. Un lunes por la tarde, en un franco, Martín se encontraba con Ellen viendo una película, cuando el teléfono sonó: “Eran ellos, querían que me sume al equipo”, cuenta Martín, complacido. “Con Ellen no lo podíamos creer, después de todo este tiempo, al fin conseguía un trabajo que me permitía quedarme a vivir en Estocolmo”.
“Este nuevo empleo me trajo muchas alegrías. Después de un tiempo y tras haber ahorrado lo suficiente, pudimos comprarnos nuestro primer departamento. Además, tuve la posibilidad de viajar por Suecia, recorrer diversos países de Europa y hasta vivir unos meses en Cuba”.
Allá, por el 2011, cuando Martín supo que debía dejar su país de origen, su mundo se derrumbó. Ni en sus fantasías más alocadas imaginó que, con aquel cambio de destino, un día llegaría a vivir en Suecia.
Tras una experiencia en México que lo abrió al mundo, y una llegada a Suecia que lo desafió a ser paciente y perseverante, finalmente encontró felicidad en suelo escandinavo. Argentina, a veces, parece otra vida. Su tierra natal, sin embargo, jamás abandona sus pensamientos.
“Cada vez que vuelvo a la Argentina me llena el corazón el reencuentro con mi suelo y ver a mis amigos de toda la vida. Me encanta disfrutar del hermoso país, mostrarle a Ellen nuestra cultura y ver cómo se sorprende de los distintos lugares, comidas y tanto más. Ella tiene ganas de vivir en un país de habla hispana, es por eso que siempre pensamos en volver a Argentina para vivir, aunque sea, por unos años. Pero primero toca, una vez más, aventurarse a un nuevo destino”, cuenta con una gran sonrisa.
“Tres años más tarde y con un sentido de pertenencia en este país escandinavo, una nueva oportunidad se presenta. Después de buscar y buscar, Ellen consiguió un trabajo en Nueva York, lo cual, a pesar del miedo y las dudas que genera mudarse a otra nación, nos pone felices”.
“Pero no todo es color de rosa y adaptarse a una cultura distinta a la nuestra no es fácil. Aunque hable todos los días con mi familia y mis amigos, la verdad es que se extraña mucho y que me gustaría viajar más a menudo a visitarlos”, dice conmovido. “Cada vez que armo las valijas para mudarme a otra tierra, los mismos sentimientos recorren mi cuerpo: nerviosismo, ansiedad, intriga, tristeza, felicidad y tanto más. Pero si hay algo que aprendí en estos últimos años es que siempre hay que animarse a hacer estas `locuras´, intentar cosas nuevas y seguir al corazón”, concluye.
Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a [email protected] . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales
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