Robó el sable corvo de San Martín y contó cómo lo hizo: “Prometí cuidarlo como el corazón de mi madre”

Con el propósito de levantar la moral del peronismo, un grupo de jóvenes militantes entre los que estaba Osvaldo Agosto se propuso dar un golpe de efecto: robar el sable corvo de San Martín. Los…

viernes 12/08/2022 - 9:19
Compartí esta noticia

Con el propósito de levantar la moral del peronismo, un grupo de jóvenes militantes entre los que estaba Osvaldo Agosto se propuso dar un golpe de efecto: robar el sable corvo de San Martín. Los detalles de una insólita operación llevada adelante en 1963, cuando el radical Arturo Illia se proclamaba presidente

Los muchachos que llevaban con los ojos vendados a esa estancia bonaerense, para que no pudieran ubicar el lugar, no podían creer que estuvieran frente al histórico sable corvo. Levantando una mano hacían un juramento a Juan Perón y al movimiento. Para ellos fue como una recarga de baterías en medio de un peronismo que vagaba en la nebulosa, según publica Infobae.

En 1963, el peronismo sentía los años de proscripción que arrastraba desde 1955 y sus militantes, especialmente la juventud, observaban cómo se cerraban los espacios democráticos de participación.

Ese mismo año, se celebraron las elecciones presidenciales donde el radical Arturo Illia había resultado ganador.

En ese contexto, un grupo de jóvenes militantes se reunieron para idear qué se podría hacer para levantar la moral militante. De esta manera, decidieron robar el icónico sable corvo del general José de San Martín.

Cuando el Libertador renunció al ejército español y se embarcó al Río de la Plata, en el interín estuvo unos cuatro meses en Gran Bretaña. En ese tiempo en Londres, en 1811, se relacionó con políticos, intelectuales y con logias masónicas. Vivió en el número 23 de Park Road, en el distrito de Westminster.

En esa ciudad, adquirió el sable corvo que dicen es un fiel reflejo de su personalidad. Se destaca su sencillez, la ausencia de destalles en oro o de piedras preciosas. Su empuñadura es de ébano, su largo total es de 95 centímetros y se llegó a determinar que habría sido forjado en el Lejano Oriente.

En su cláusula tercera de su testamento, redactado en enero de 1844, estableció que “el sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina D. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla”.

Cuando Rosas se exilió en Southampton, recibió el sable. A su muerte quedó en poder de su yerno. Fue en 1896 cuando su hija Manuela lo donó al Museo Histórico Nacional, y desde entonces se exhibió allí. Hasta que en 1963 la historia cambió.

Osvaldo Agosto, cumple 82 años el 17 de este mes. Vivió más de lo que se atreve a contar. Es uno de los sobrevivientes de aquel grupo de la Juventud Peronista que quiso sacar del letargo al partido, robando un ícono de la liturgia sanmartiniana en agosto de 1963: el sable corvo.

En aquella ocasión, el hombre tenía 23 y junto a su gran amigo, el ingeniero Alcides Benaldi se preguntaron -¿Con qué levantamos el espíritu? Se les ocurrieron tres acciones: robar el sable corvo de San Martín; volar a las islas Malvinas, izar la bandera argentina y cantar el himno, o robar las banderas argentinas que los franceses exhibían como trofeo de guerra en el Museo de los Inválidos en París, y que habían capturado en el combate de la Vuelta de Obligado, en 1845.


La bandera argentina que está en Los Inválidos, en París.

Con las banderas que permanecían en Francia, estaban urgidos ya que un par de ellas habían terminado deshilachadas por el paso del tiempo y hubo otra que algún nazi se la llevó de recuerdo durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo hacerse de esa bandera? Conocían al representante argelino de la Liga Arabe y, a través suyo, se armaría el operativo. Pero enseguida vieron la inviabilidad del plan, lo mismo que el viaje a las Malvinas. Quedaba el sable.

Se conformó un grupo formado por los mencionados Agosto y Bonaldi, a los que se sumaron Manuel Félix Gallardo, un ex policía, Luis Sansoulet y un tal Emilio, cuyo apellido ha quedado en el anonimato.

Se dio la casualidad que en esos días se contactó con el grupo Héctor Villalón, por entonces delegado de Juan Domingo Perón, exiliado en Madrid. Les traía el mensaje del general de la necesidad de unificar la resistencia y a encarar acciones en conjunto. Pero los muchachos ya tenían sus propios planes y no iban a echarse atrás. “Que Villalón haga otra cosa…”, respondieron.

Osvaldo Agosto, a sus 82 años, comentó los detalles de la operación.

Decidieron robarlo el lunes 12 de agosto. Por la tarde, se reunieron en un bar a unas pocas cuadras del museo. Fue el propio Agosto el que, correctamente vestido con traje, golpeó la puerta pasados 10 minutos de las 19. El museo ya estaba cerrado. Así se lo hizo saber el ordenanza Roberto Jiménez, de 72 años que esperaba las 20, hora de la llegada del sereno.

Agosto explicó que en forma educada, “insistimos en poder entrar, ya que le dijimos que éramos estudiantes tucumanos, y que esa misma noche regresábamos a la provincia”. Cuando Jiménez entreabrió la puerta, la empujaron violentamente y lo encañonaron.

Enseguida se dirigieron a la sala de San Martín, a la que conocían ya que habían estado anteriormente. El sable se exhibía en una mesa octogonal. Rompieron el cristal, envolvieron el arma en un poncho y salieron. Antes cortaron el cable telefónico y cerraron la puerta de entrada, dejando la llave del lado de afuera.

Sobre la vitrina rota, dejaron un sobre lacrado con la siguiente nota:

“Al pueblo argentino. Comunicado número 1. La Juventud Peronista, pocas veces como hoy, señala una crisis moral y espiritual y por ello ha comprometido más entrañablemente el honor de la Patria y la felicidad del pueblo. En efecto, en pocas coyunturas como en ésta, la soberanía argentina ha sido tan vejada, la economía nacional más entregada, y la justicia social más negada. Frente a esta realidad angustiosa y vejatoria, la elección del 7 de julio fraudulenta en su proceso y realización, difícilmente pueda dar las soluciones honradas y profundas que la realidad de la Nación exige imperiosamente».

»A pesar de ello, los beneficiarios del pueblo han prometido reivindicar el honor de la Patria y los derechos del Pueblo, produciendo los siguientes actos: nulidad por decreto de los infamantes contratos petroleros suscriptos por el gobierno radical del Dr. Frondizi; ruptura con el FMI; nulidad de los convenios leoninos con SEGBA; levantamiento de la proscripción que pesa sobre la mayoría del pueblo argentino. Se afirma que a los argentinos solo nos queda para venerar la figura del general San Martín su símbolo, el sable glorioso que remontó los Andes para llevar su mensaje de libertad y fraternidad, y aquella espada volverá a ser el santo y seña de la liberación nacional», sostenía la nota.

»El sable del general San Martín quedará custodiado por la juventud argentina, representada por la Juventud Peronista, y juramos que no será arrancado de nuestras manos mientras los responsables directos o indirectos de esta vergüenza que nos circunda no resuelva anular los contratos petroleros, anular los convenios con los trusts eléctricos; decretar la libertad de todos los presos políticos, gremiales y Conintes, y dar al pueblo la libertad para pensar y ejercer su voluntad al amparo estricto de la ley. El pueblo argentino no debe albergar ninguna preocupación: el corvo de San Martín será cuidado como si fuera el corazón de nuestras madres. Dios quiera que pronto podamos reintegrarlo a su merecido descanso. Dios quiera iluminar a los gobernantes”.


Agosto cuando viajó a España a conocer a Perón.

Emilio los esperaba en el auto, con el motor en marcha. Debían encontrarse con Aníbal Demarco, quien se ocuparía de esconder el sable. Llegado al punto de reunión, comprobaron que no estaba, y lo llamaron usando un teléfono público. Había confundido la hora y quedaron en encontrarse en una feria.

Una vez con el sable en su poder, Demarco viajó por la ruta 2, y en una estancia ubicada entre Maipú y Mar del Plata, dejaron el preciado tesoro. Allí, jóvenes peronistas participaban de un ritual de juramento.

Los diarios informaban sobre “sujetos que se titulan peronistas…”, destacando la “irresponsabilidad e irreverencia incalificables”.

La idea original era enviárselo a Perón. Lo sacarían del país en lancha a Carmelo, luego irían a Brasil y de ahí en avión a España. Pero consideraban que en algunas de las aduanas las autoridades podrían descubrirlo, y desecharon el plan.

Se disparó una cacería en búsqueda de los autores del hecho. La policía, el Ejército, los servicios de inteligencia, todos estaban detrás de la mínima pista que pudiera dar con el sable. El caso cayó en manos del juez federal Angel Bregazzi. En un primer momento, actuó la División Robos y Hurtos, pero cuando se comprendió que estaban ante un hecho político, tomó el caso Coordinación Federal.

Mientras tanto, se sucedieron las ceremonias de desagravio de instituciones como la Sanmartiana, la Belgraniana o la Liga Patriótica, entre tantas otras. Encima, se acercaba otro aniversario del fallecimiento del prócer, y el sable no aparecía.

El 17 de agosto dieron a conocer el comunicado número 2, redactado por Agosto y por el periodista Julio Bordic.

“Al cumplirse el 113 aniversario de la muerte del general José de San Martín la Juventud Peronista, custodio del glorioso sable libertador hasta que la Soberanía mancillada y la Justicia Social olvidada vuelvan a tener vigencia en la República Argentina, quiere volver a señalar los motivos por los que el intrépido sable de la Soberanía dejó su santuario para convertirse en bandera inmaculada de la lucha por la liberación nacional. Anulación lisa y llana de los convenios petroleros; de los convenios con Segba; ruptura con el FMI; levantamiento de las proscripciones; libertad de todos los presos políticos, gremiales y Conintes».

»La juventud peronista podría haber señalado otros puntos no menos justos que los enunciados en su comunicado 1, y que todo el pueblo argentino espera ver concretados: devolución al pueblo, para que guarde cristiana sepultura, del cadáver de Eva Perón; retorno a la Patria de su líder, General Perón; castigo para los militares que, manchando el uniforme y la memoria del Gran Capitán, ordenaron los fusilamientos de argentinos por argentinos, el 9 de junio de 1956; castigo para los esbirros que secuestraron y asesinaron a Felipe Vallese, Medina, Bevilacqua, Mendoza y tanto otros…” señalaba.


Agosto, de anteojos, con un amigo

Al primero que detuvieron fue a Gallardo. Lo sorprendieron, junto a otros militantes, en un auto robado, camino a la planta transmisora de Radio El Mundo, con el propósito de tomarla.

Luego de ser torturado por policías de la Brigada de San Martín, delató a Agosto, quien también fue sometido a vejámenes durante una semana, aunque siempre negó su participación.

“Yo siempre insistí, en los interrogatorios en las distintas dependencias donde estuve detenido, que no sabía nada, que no tenía nada que ver”, contó.

A los investigadores le quedaba una carta: realizar un careo con Jiménez, el que les había abierto la puerta del museo. Pero fue inútil. “No me pudo reconocer porque yo me había maquillado y me había teñido el pelo”, recordó, risueño.

Demarco era dueño de una compañía de seguros. Allí trabajaba el ex capitán Adolfo César Philippeaux, quien había sido dado de baja del Ejército por haber participado en el alzamiento del General Valle, de junio de 1956.

Cuando supo lo del sable, no lo podía creer. “Hay que devolverlo”. El también había estado con Perón y tenía en mandato de estructurar a la resistencia peronista.

Al principio, todos se opusieron a la restitución. Pero la posición de Philippeaux fue la que se impuso.

Llamó al general Tomás Sánchez de Bustamante, jefe del Regimiento 10 de Tiradores de Caballería Blindada Húsares de Pueyrredón, que estaba en Campo de Mayo, y le dijo que se había enterado dónde estaba el sable y que al día siguiente lo devolvería. Así lo hizo. Fue al regimiento, acompañado por Alfredo Oliva Day.

“Restituyo ahora el sable del Libertador San Martín al ejército, por intermedio del 10 de Caballería. Este regimiento ha demostrado una línea de conducta que ha sido expresión de argentinidad y ejemplo para todos, amigos o adversarios”, dijo Philippeaux.

Sánchez de Bustamante comunicó la buena nueva al jefe de la guarnición, general Alejandro Lanusse y al general Pascual Pistarini y posteriormente al Secretario de Guerra. El sable fue envuelto en una bandera argentina y llevado al Regimiento de Granaderos a Caballo, donde se lo exhibió en el hall central. Esa misma tarde, el presidente electo Illia se hizo presente en el regimiento.

Una vez que el sable apareció, Agosto fue liberado de culpa y cargo, ya que nunca lo pudieron ligar con el hecho, aunque Gallardo fue procesado, al haber confesado su participación.

Agosto continuó su vida como publicista, siguió militando, fue jefe de prensa de José Ignacio Rucci y estuvo con él en el momento de su asesinato. “Por poco no me mataron a mí también”, destacó.

En 1969 viajó a Madrid a conocer a Perón. Este, en broma, le reclamó que no le había llevado el sable, que sería nuevamente robado en 1965. Hasta festejaron los cincuenta años del hecho, con una comida en la peña Eva Perón.

Agosto hace un balance positivo de esos convulsionados años que precederían a años de inestabilidad política, dictaduras y violencia.

“En definitiva, se cumplieron las tres acciones que nos habíamos propuesto: en septiembre de 1966 un grupo de compañeros aterrizó en Malvinas; cuando Jacques Chirac visitó Argentina en 1997 devolvió una de las banderas de Obligado (otra permanece en el Museo de los Inválidos) y además, robamos el sable corvo. Pudimos cumplir todo lo que en un momento eran ideas alocadas”.

Recordó que casi once años después, hubo otro robo de una reliquia histórica. Fue una de las espadas de Simón Bolívar y los responsables fueron miembros del M 19, un grupo guerrillero nacido en 1970, y al que pertenecía un joven Gustavo Petro, actual presidente de Colombia.

“Qué sintió al tener el sable de San Martín en sus manos”, le preguntamos. “Y, era algo así como decir San Martín, Rosas y yo”. Y nuevamente esa risa entre pícara y sincera, del que se sabe protagonista y sobreviviente de algo importante.

Compartí esta noticia