Por primera vez en mucho tiempo, Melchora Caucota, más conocida como “Reina”, observó a su flamante esposo feliz y sonriente. Mientras bailaban en plena celebración de la boda, que se llevó a cabo en el patio del templo Nuestra Señora De la Merced de la ciudad de Mendoza, lo vio emocionado como nunca antes. Tan conmovido como ella.
Es que Reina y Daniel sintieron que cruzaron sus vidas en el momento justo y pudieron dejar atrás la pobreza, desolación y soledad en la que vivían. El sábado pasado decidieron sellar con su casamiento ese amor que nació a primera vista cuando ambos vivían en la calle, publica Infobae.
La noche que nació el amor
Reina, que tiene 51 años y es salteña, atesora ese momento con precisión y una memoria que sorprende: “Fue una noche en Plaza Sarmiento. Alguien nos había dado empanadas para repartir entre quienes estábamos deambulando por allí. Daniel y su amigo me ofrecieron cenar con ellos y así, de a poco, comenzamos a conversar”, recuerda ella.
Si bien en un principio se hicieron amigos y confidentes, para Daniel fue amor a primera vista. Nunca antes se había sentido tan escuchado ni valorado.
“Parecía que el destino nos había unido. Pasaron algunas semanas y la amistad se transformó en noviazgo. Me siento afortunado porque encontré a una persona difícil de describir, una gran compañera, trabajadora y buena gente que sabe cuidarme”, la define orgulloso.
La vida los había golpeado duro. Aunque tal vez de distintas formas, las secuelas seguían allí para ambos, que ahora, al menos, se tenían el uno al otro.
Daniel nació y creció en La Favorita, un barrio pobre al oeste de Mendoza. La muerte temprana de su mamá lo marcó para siempre y su casa, llena de deudas, fue rematada. Durante un tiempo se mudó junto a su hermano mayor, hasta que un día ya no pudo alojarlo más tiempo.
“Quedé en la calle mucho tiempo haciendo changas, cuidando autos, durmiendo en plazas, parques o en la terminal de micros. Fueron años muy duros a la intemperie y, a causa de las heladas, mi pulmón derecho se dañó, por eso fui a parar al hospital y anduve un tiempo con un drenaje”, recuerda el hombre.
Reina quedó en la calle apenas se separó. Si bien siempre vio a sus hijos, ellos quedaron con su padre en Tunuyán. Vivió un tiempo en Salta pero enseguida volvió a Mendoza sin dinero.
“La plata se me terminó enseguida y un día dormí en la calle, algo que se transformó en rutina. Estuve tres años de acá para allá y muchas veces en un albergue del que tengo los peores recuerdos. Había mujeres violentas que habían salido de la cárcel. Sufría amenazas y agresiones constantes. Una tarde me dieron una patada y me destrozaron la nariz”, evoca la mujer.
Y vuelve a recordar aquella noche de las empanadas, cuando “palabra va, palabra viene” se encontró con aquel amigo que el destino le tenía preparado para que se convirtiera en su esposo.
Amor a primera vista
“Yo vivía triste, angustiada, lloraba todo el día. Daniel cambió mi vida por completo, me llenó de alegría y felicidad. Me enamoré enseguida”, repasa Reina, mientras exhibe el traje de novia que pudo confeccionarse gracias a unos ahorros.
Por las numerosas carencias materiales, el noviazgo no fue un lecho de rosas. Con altibajos en sus trabajos, a veces estuvieron en la calle y otras veces compartieron algún albergue. “Eso sí, siempre juntos desde hace siete años”, aclaran los dos.
Más tarde, comenzaron a trabajar en el sector de limpieza de un conocido shopping de Mendoza y pudieron alquilar una piecita en la capital.
Reina cuenta que desde que era una niña siempre había soñado con casarse de blanco, con entrar a la iglesia del brazo de su papá.
La propuesta de casamiento
“Un día le pregunté a Daniel si quería casarse conmigo. Era mi sueño. Se sorprendió, pero enseguida empezamos a organizar la boda. Jamás imaginé que iba a hacerlo a los 51 años y que iba a entrar a la iglesia del brazo de mi hijo”, señala.
En todo el noviazgo hubo un lugar que siempre los albergó y que representó un espacio de alegría y contención: el Patio Callejero, una organización diocesana que brinda asistencia alimentaria en las instalaciones del templo Nuestra Señora De la Merced, en Montecaseros 1647. Luego de la pandemia ese lugar reemplazó las recorridas que los grupos realizaban todos los días del año al encuentro de la gente necesitada.
Fue el lugar donde finalmente celebraron la boda religiosa y donde también la Pastoral de Calle organizó la fiesta a la canasta. Y fue Cristian García, coordinador y gran referente para ambos, quien ofició de padrino de bautismo de Reina.
Dicen quienes estuvieron presentes en la boda, que tanto la celebración religiosa como la fiesta resultaron todo un éxito y que no faltó nadie a la cita, incluso muchos de los que diariamente viven en la calle y se acercan a compartir la cena en ese Patio Callejero que tanto representa para Reina y Daniel.
“Con esta historia sentimos que cumplimos con la misión de la Pastoral de Calle, es decir, reconstruir lazos afectivos y ayudar a que las personas puedan insertarse en el mundo laboral”, dijo Cristian “Kiki” García.
“Queremos vivir en un lugar mejor porque la piecita que compartimos es muy precaria y el baño pierde agua por todos lados. Soñamos con progresar en lo laboral y con poder llevar a casa a mis dos hijos más chicos cuando tengamos un lugar adecuado”, se esperanza Reina.
Daniel cierra con una reflexión profunda: “Yo creí que nunca iba a poder salir, que el amor no era para mí. Sin embargo estaba equivocado porque encontré a una persona que siento que es perfecta. No puedo definirla de otro modo”.
Una misión para la Pastoral de Calle
Cristian García, coordinador de la Pastoral de Calle y padrino de bautismo de Reina, trabaja desde hace años por las personas que más lo necesitan. Y fue en ese ámbito donde conoció a Reina y a Daniel.
“La pandemia nos obligó a repartir viandas en Mendoza capital, Guaymallén y otros lugares del Gran Mendoza. Por eso fue una felicidad inaugura el Patio Callejero ya que es una propuesta mucho más abarcativa, es un momento donde además de comer, se comparte con otras personas un rato agradable”, sostuvo.
Con la boda, Cristian confesó que la Pastoral de Calle tuvo un logro concreto, porque su finalidad no es solamente brindar asistencia alimentaria, sino compartir la vida y el amor.
“Desde reunirse a cenar hasta compartir una fiesta de casamiento, es el corolario de un vínculo afectivo e íntimo entre todos. Uno no invita a cualquiera a su casa, a su boda, a su familia. Nosotros en el Patio Callejero somos una gran familia”, reflexionó.
Dijo, además, que los acontecimientos, algunos felices y también de los otros, como los duelos o el ingreso a un trabajo o un noviazgo se comparte y se acompaña.
“La dignidad de cada uno es propia y particular y cada uno se promueve a sí mismo. Nosotros somos un puente, un brazo que se tiende, pero siempre interpelados por el Evangelio de Jesús, que nos invita a amar y, como decía el Papa Francisco, con lugar para todos. El compartir genera fraternidad por eso a través del vínculo se promueve la dignidad”, añadió.
La Pastoral de Calle es un organismo de la Iglesia Católica de Mendoza que nuclea a 12 parroquias que realizan el abordaje y acompañamiento a las personas en situación de calle.
“La calle no se reduce específicamente a algo habitacional sino a un montón de estrategias que la persona realiza para subsistir. Tal vez tiene resuelto lo habitacional pero no lo emocional, físico o mental”, concluyó.
Es por eso que la misión es abordar a estas personas que requieren un plato de comida y también otros derechos como salud y educación, más allá de la vivienda.