En el mes el dólar pegó un salto de 11,4%. Hay causas múltiples y de lo más variadas para explicar el fenómeno. Van desde motivos externos, como un cambio en las condiciones financieras internacionales, a razones locales, tanto económicas, como relacionadas con la política y la incertidumbre acerca del resultado de las elecciones presidenciales de octubre próximo.
Pero la respuesta quizás no habría que buscarla tanto en la coyuntura, ni requiera demasiada sofisticación. La razón última de la firmeza del dólar tiene que ver con la incapacidad del peso para cumplir una de las tres funciones que son requisito para que cualquier divisa sea considerada una moneda: sirve como unidad de cuenta (para algunos bienes), tiene poder cancelatorio para los pagos, pero no es reserva de valor.
Tomemos por caso el relativamente nuevo y colorido billete de $1.000 con la imagen del simpático hornero. Si se confirma un IPC del 4% para marzo, habría que modificar la cifra nominal por 960 pesos. Y si se toma la inflación desde que comenzó el año, el billete argentino en curso de más alta denominación debiera decir “890 pesos”.
Para neutralizar esta manifiesta pérdida de valor de la moneda local, la tasa de interés actúa como un incentivo para conservarlo. Por ejemplo, colocar ese hornero a plazo fijo por 30 días a una tasa del 4% mensual, serviría para que el billete conservara con algo de legitimidad el número 1.000 en términos de poder adquisitivo.
El tema es que no siempre coincide el rendimiento de un depósito con la inflación del período. En marzo, la tasa que ofrecieron las entidades financieras estuvo en 42,67%, según las estadísticas oficiales del Banco Central para esta franja de colocaciones. Esto, traducido e 30 días, equivale a 3,5%. Lo que se llama una tasa de interés negativa en términos reales.
Si la comparación se hiciera respecto de la capacidad de compra del peso en términos de dólar, a fin de año con un hornero se podían adquirir u$s26,50. A fin de febrero ese mismo billete podía comprar u$s25,50 y sobre el cierre de marzo, apenas u$s22,80. Esto es, un 14% menos, en apenas tres meses.
No debe extrañar entonces que la función de reserva de valor del fruto del trabajo y el ahorro de los argentinos la venga cumpliendo, desde hace décadas, el dólar estadounidense. Sea en la versión más elemental, que es guardar los billetes verdes en una lata de galletitas o debajo del colchón, pasando por la caja de seguridad, un depósito en cuenta de ahorros en dólares, hasta alternativas más sofisticadas como pueden ser las letras o títulos soberanos emitidos en moneda extranjera, o acciones de empresas cuya producción está vinculada a la cotización de la divisa estadounidense.
La Argentina es uno de los dos países donde circulan más dólares físicos, fuera de los Estados Unidos. La conclusión se desprende de un informe de la Reserva Federal sobre “El uso y falsificación de la moneda de Estados Unidos en el exterior”, publicado en 2006 con datos de 2005, recabados en 31 países emergentes. Según el trabajo, el stock de dólares en Argentina rondaba los u$s50 mil millones. Algo menos de la existencia estimada para Rusia, el primero de la tabla.
Sobre un total de 450.000 millones de dólares físicos que circulaban entonces fuera de los EE.UU., un 11% se movía en Argentina. Conviene aclarar que la estadística se refiere a dólares billete, no depósitos ni reservas del BCRA. Hace casi un lustro se disparó una alarma en Washington a raíz de la inusual cantidad de billetes deteriorados que una entidad financiera argentina remitía a EE.UU. para canjearlos por unidades en buena condición. Eran más de 4 millones de dólares en billetes cortados, parcialmente quemados, humedecidos por haber quedado en un bolsillo que fue al lavarropas, podridos por haber estado guardados bajo tierra o con inocentes inscripciones en birome.
La inusual cantidad concentrada en un solo envío y una misma procedencia llevó a que el Servicio Secreto iniciara una investigación tendiente a determinar si se trataba de un intento de lavado de dinero procedente de actividades criminales. Finalmente la situación se aclaró favorablemente y los billetes fueron canjeados.
Más allá de esta anécdota, lo concreto, es que de acuerdo a estas estadísticas, en el país circulan o están atesorados físicamente algo más de 1.200 dólares billete por habitante. En Brasil, la cifra no llega a 10 dólares per cápita.