La exitosa edición que conduce Santiago del Moro ya es la 11° que se realiza. En aquel 2001 tan convulsionado vio la luz la original. La ganó Marcelo Corazza, con Gastón Trezeguet -hoy en el debate de GH 2022- como gran figura. Pero sobre Lorena González también cayeron los focos de la atención pública. Y terminó pagando un alto precio
Era un domingo por la mañana más, de los muchos domingos menos que venía teniendo. Y entonces Lorena González se descubrió llamando al número de teléfono -otros tiempos, impolutos de redes sociales- que aparecía sobre el final de una publicidad televisiva, según publica Infobae.
—¿Qué te gustaría hacer acá?—, le consultaron del otro lado del tubo (con ese llamado realizado desde un aparato fijo), luego de un par de preguntas de rigor: nombre y apellido, profesión, edad, lugar de residencia.
—¡Son 200 mil dólares! Y sé que voy a ganar—, respondió ella, desde la convicción de quien toma una decisión por impulso. O por intuición.
—¡Pero si ni siquiera sabés de qué se trata!—, le dijeron al otro lado de la línea.
Pero nadie lo sabía. Meses antes de aquel diálogo telefónico, los diarios argentinos se sorprendían con un fenómeno televisivo nacido en Holanda, que ya causaba furor en toda Europa.
Se trataba de unos jóvenes encerrados durante días en completo aislamiento para ser filmados las 24 horas. Algo nunca visto, en todo sentido.
El formato llegó a Argentina poco después. Y aquel domingo de diciembre de 2000 Telefe abría la inscripción para los voluntarios desconocidos, tal como Lorena lo observó en el anuncio de su televisor.
De las 60 mil personas que se anotaron, ella consiguió estar entre las 12 que ingresaron a la Casa el 10 de marzo de 2001. A los 15 días se iría, convirtiéndose así en la primera eliminada de la historia argentina del reality más famoso del mundo.
—Entre miles de aspirantes, ¿por qué pensás que te convocaron a vos?
—Una persona en sus casillas, centrada, no hace un reality como este. Tenés que estar muy vulnerable. O no tener un carajo que hacer.
Esta mujer nacida en Río Gallegos, pero habitante de Buenos Aires desde la adolescencia, se hallaba «bastante vulnerable», según explica: vivía sola con su pequeño hijo, Franco, a solo cinco meses de haberse divorciado. Tampoco tenía mucho para hacer, había renunciado a su puesto en la empresa constructora de su exmarido.
“Después de diez años de casada creía que tenía la familia feliz: el perro, el gato, el hijo… Y me encontré con una situación donde no la estaba pasando bien. Anímicamente no me sentía muy bien», contó.
«Un sábado a la noche una amiga se quedó conmigo para que yo no estuviera sola en casa. A la mañana siguiente estábamos tomando unos mates, haciendo zapping, cuando le dije: ‘¡Eso es lo que voy a hacer!’. ‘¿Qué es eso?’. “¡No sé! Están preguntando si te animás a ser vos…‘. Fue la primera publicidad que hicieron de Gran Hermano. Y ese ‘¿Te animás a ser vos?’ me atrapó”.
Llamó por teléfono y en aquella conversación, la convocaron. Se presentó en la productora el lunes a primera hora: «iba saltando obstáculos: salía de una habitación y entraba a otra y a otra y a otra, así sucesivamente, con un combo de gente psicólogos, psiquiatras. Al terminar, me dijeron que ya me iban a llamar».
Recién a las 16 se fue: “Sentí que estaba adentro…”, rememora. “Lo primero que hice fue llamar a mi ex: le dije que por ahí tenía que alejarme tres o cuatro meses de mi hijo, o 20 días. Porque ganaba o me iba primera. ¡No le erré ahí! Salí primera… (sonríe). Necesitaba tener la seguridad de que Franco iba a estar con su papá, que iba a estar bien”.
Vinieron más entrevistas. Incontables, a lo largo de dos meses. Y surgió una condición, que Lorena dejó en claro de inmediato.
“No quería exponer ni a mi exesposo ni a mi hijo: la decisión de entrar a Gran Hermano era mía, no de ellos. No quería que se nombrara a nadie. Por eso siempre era: ‘Lorena González, divorciada, un hijo y del sur’. Fue como recuperar el apellido: ya no era más de nadie. De nadie”.
Su objetivo no era ser famosa, ni su prioridad aparecer en televisión. “En mi caso, el motivo fue estrictamente económico. Y jugar un juego que creía que iba a ganar”.
—¿Entrar al reality fue la mejor decisión?
—Dentro de las peores decisiones que he tomado en mi vida, esa fue la mejor…
—¿Qué significa que estabas vulnerable?
—Significa que a la noche me sentaba en la cornisa del edificio en el que vivía porque me daba exactamente lo mismo estar parada ahí, a metros de poder caerme. Y tal vez, hasta lo pensaba.
Lorena González se suelta el pelo, se lo vuelve a atar: ahora lo usa un poco más largo que en GH. Con amabilidad, pide un café alguien que trabaja con ella: concede esta nota desde el escritorio de su oficina. Locuaz, verborrágica, con el correr de los minutos se distiende. En un momento vuelve a liberarse el pelo. Y cuenta.
“Yo era consciente de que no estaba psicológicamente bien. Miro para atrás y noto que esa etapa mía, en la que yo pensaba en suicidarme, en la que sentía que mi vida no tenía sentido, que no tenía mucho para darle a Franco, fue la peor etapa de mi vida…”, hace una pausa.
Golpea suavemente la mesa, suspira. Contiene las lágrimas: “Me acuerdo y me quiebro… No lo recuerdo desde hace mucho ese momento”, dice.
Y continúa. “Era una persona que a este formato le servía porque no le importaba lo que le pasaba. Por eso me eligieron: porque podía ser una bomba de tiempo para un formato que a lo mejor le generara mucho rating”.
Segunda de siete hermanos, las dificultades familiares hicieron que Lorena, allá en su Santa Cruz natal, se encargara de la crianza de los cinco menores siendo apenas una niña.
“A los 11 años trabajaba de empleada doméstica y cuidaba chicos para poder comer”, grafica. Reparando en su historia de vida, hace una “segunda lectura” de su convocatoria al reality: sospecha que en la producción notaron que ella, por sus cualidades, tenía la capacidad de “contener a personas encerradas”.
“Además, yo era la mayor de grupo. Y la única mamá. Sintieron que podía ordenar la Casa. Con los años me di cuenta de que lo único importante era lo que yo podía llegar a disparar en el reality”. En ese sentido, menciona como ejemplo una “relación pasajera con un director técnico de algún club importante”, por aquellos años, reciente. ¿De quién se trataba? Prefiere no mencionarlo. El tiempo pasó. Y esa aventura amorosa prescribió pronto.
Lo que no prescriben son ciertas emociones. El 24 de marzo, luego de 21 días de encierro -contando los siete que estuvo en un hotel, antes de que arrancara el reality-, Lorena dejó Gran Hermano. Y los resabios del malestar permanecen.
“Sentí que con mi salida estafaron a la gente. Había una confusión, que era tramposa: en el 0800 vos votabas a ganador, no a perdedor. A mí me votaron para salir de la Casa, pero porque la gente interpretaba que me votaba para seguir”.
—¿Te costó mucho el después?
—¡Uff…! Vivía de gorrita y anteojos para que la gente no me conociera cuando salía. Y tenía rotos los nudilllos de las manos… Me paraba en algún lado, mirando una vidriera o cualquier cosa, y desde adentro sabían quién era. Entonces me volvía llorando a mi casa, pegándole a las paredes. O bajaba corriendo del departamento, compraba en el supermercado y me volvía a meter. Tenía un nivel de fobia importante.
Además, Lorena relata que también se veía en las paredes de la ciudad.
“Buenos Aires estaba forrada con mi cara. Me miraba y decía: ‘Todo el mundo sabe cómo se llama mi hijo, cómo me llamo yo. ¡¿Qué carajo hice de mi vida?!’. No estaba preparada psicológicamente para poder manejar eso afuera. Y que todo el mundo se codeara (al verme), hablara de mí, me criticara».
«Y en realidad, no entré buscando eso: yo quería los 200 mil dólares. Pero había que pagar un precio que no medí”. Y todavía se sorprende: “La gente me agredía y me insultaba en la calle. Pero también estaba el que me arrancaba un pedazo de pelo para tenerlo en su casa. Es tan perversa la sociedad… Eso era Gran Hermano”.
Siempre es hoy
El tiempo paso, y Lorena pudo volver a sonreír, nadie la reconocía por la calle. “¡Era feliz! Y empecé a ser nuevamente yo cuando me dejaron de preguntar por Gran Hermano”.
En 2005, luego de incursionar en la gastronomía y la decoración, regresó a la empresa constructora de su exesposo. Y allí continúa, ya como directora y accionista. Nunca más volvió a enamorarse: armó un único vínculo profundo que expiró a los tres años, sin probar la convivencia.
“Me encantaría tener un compañero con quien tomar las mejores botellas de vino. Y también tener menos celulitis, unos kilos menos… Pero cuando tenía mejor lomo, no tenía la cabeza de ahora. Me siento feliz así. Vivo en la etapa más plena de mi vida”.
Su hijo pronto cumplirá 28 años: Franco es músico y compositor. Y como cuando era un niño y su mamá estaba en la tevé, no quiere saber nada con los medios. Lorena tampoco: en su momento rechazó cada propuesta que le acercaron, tanto teatral como televisiva.
Llegó a decirle que no a Gerardo Sofovich, quien la quería en su Polémica en el bar. “No era lo mío: no quería estar en ninguna tabla de la Avenida Corrientes”. También evitó seguir como espectadora las siguientes ediciones de Gran Hermano: “Apuesto a cosas genuinas”, aclara. ¿Y si alguien, en una reunión social, le pregunta por su pasado en el reality? “¡No, no, no! -se pone seria-. Lo corto. No puede ser tema de conversación”.
Si bien se describe como dueña de una gran personalidad y carácter, segura de sí misma, le cuesta reconocerse al observar alguna grabación suya, en esos 15 días en los que todo un país reparó en ella.
“Me veo y no me reconozco: ‘¿Esa era yo? ¡Qué hija de puta!’, pienso. Hasta yo me veía mala, desagradable… Ni siquiera los gestos en mi cara eran míos. Era una persona muy dura”.
Durante un periodo extenso, su pasado en la pantalla estuvo vedado para ella.
“Por una cuestión de salud mental, y de lo que pasó en los últimos 20 años, no miré más para atrás. Yo sufrí mucho Gran Hermano porque Lorena entró a jugar un juego que no conocía, entró a ganar un dinero, a cambiar de vida. Y de repente me encontré en un ámbito totalmente opuesto a lo que tenía que ver con mi vida”.
Reflexiva, quizás buscando comprender a la distancia al menos una parte de todo aquello, Lorena González no logra escapar de la contradicción. “A mí nadie me obligó a entrar a Gran Hermano: me anoté con convicción, no me preguntes por qué. Ahora, ¿qué me pasó después? No era lo que tendría que haber hecho: tendría que haber buscado ayuda psicológica para contenerme a mí, o a mi hijo».
«No fue la mejor elección que tomé: me alejé de mi hijo cuando nunca me había separado un minuto de él. Pero busco el lado positivo de esa mala decisión: tendría que agradecerle a Gran Hermano que no me haya matado…”.