Por qué vale la pena visitar Comodoro Rivadavia

Habitualmente asociada a las actividades petroleras, la ciudad del viento ofrece barrios con historia, un museo renovado y buenos mariscos, en Chubut. Por Pierre Dumas para La Nación. ¿Pero es un destino turístico? ¿No era…

domingo 05/01/2020 - 17:28
Compartí esta noticia

Habitualmente asociada a las actividades petroleras, la ciudad del viento ofrece barrios con historia, un museo renovado y buenos mariscos, en Chubut. Por Pierre Dumas para La Nación.

¿Pero es un destino turístico? ¿No era solo la capital del petróleo, la ciudad siempre barrida por el viento, aquella donde no hay nada para ver? Son palabras que se oyen cada vez menos, a medida que se impone el trabajo de los pioneros capaces de demostrar que hay vida para el viajero más allá de Puerto Madryn o Trelew.

Son los mismos que no se desanimaron y hace ya algunos años empezaron a recibir algunas visitas cuando la ciudad se puso a la cabeza de la Ruta Azul. Fue un intento por desarrollar la región costera de la Patagonia entre el sur de Chubut y las rías de Puerto Deseado y Puerto Santa Cruz.

Lo cierto es que Comodoro no está en la lista de los destinos preferidos de los viajeros. Y sin embargo es un lugar fantástico para dos o tres días y desvela distintas caras, cada una más atractiva de la anterior.

Museo del Petróleo

No se puede pensar en visitar Comodoro sin conocer el Museo del Petróleo. Es toda una institución y un buen punto de partida para entender como se formó la ciudad. Sus barrios distan tanto unos de otros que en otras partes del país serían pueblos distintos. Sin embargo, todo queda en un mismo municipio a lo largo de la RN 3, más de dos veces más grande que la Ciudad de Buenos Aires.

Uno de estos barrios es el Mosconi. Es el de YPF por excelencia. Ha sido la vidriera paternalista de la empresa en sus tiempos de mayor esplendor, a mediados del siglo pasado. El Museo abrió sus puertas en 1987 en el predio del histórico Pozo Nº2, el lugar preciso donde empezó la explotación del oro negro, 80 años antes.

Una de las leyendas más ancladas en la ciudad dice que los sudafricanos y los galeses que se instalaron en la costa buscaban agua y encontraron petróleo. En realidad hay muchas dudas, porque las perforaciones se hicieron con medios mucho más importantes que para buscar una vertiente subterránea. Novelada o no, la historia de aquellos inmigrantes es de todos modos muy llamativa. Y es una buena revancha sobre todos los que buscaron petróleo y encontraron agua.

El interior del museo fue renovado de punta a punta en noviembre de 2016 para convertirlo en uno de los museos más modernos del país. Quien lo haya visto antes de esta fecha puede volver sin dudarlo. Encontrará una muestra totalmente distinta: interactiva y muy bien puesta en escena. Hasta se puede «bajar» a un pozo de extracción gracias a un simulador.

El petróleo no viene de los dinosaurios. Se formó a partir de microorganismos marinos que quedaron atrapados y presionados bajo capas de sedimentos que se solidificaron al pasar millones y millones de años.

La ruta de los ladrillos de ostras

La Ruta Provincial 1 es un camino de ripio que aparece y desaparece a lo largo de la costa de Chubut. En las afueras de Comodoro es transitable con cualquier tipo de vehículos y permite llegar hasta Caleta Córdova, un pequeño pueblo de pescadores donde un par de cantinas sirven los mejores platos de mariscos y pescados de la región.

En camino se pasa por el Barrio Kilómetro 5, otro de los más antiguos, donde quedan todavía algunas cosas construidas con ladrillos calcáreos hechos de ostras petrificadas. Es algo impensable en la actualidad, ya que estos fósiles están protegidos y no se debe siquiera levantarlos del suelo.

El mismo camino pasa luego al pie del Faro San Jorge, una torre construida en 1925 y emplazada sobre una loma para ser más visible desde el mar. La base de la construcción también es de ladrillos de ostras. Un poco más lejos, la ruta bordea una costa de vertiginosos precipicios. Son los Farallones. Hay que bajar con mucho cuidado, por el viento y porque no hay protección. Los acantilados están copados por colonias de cormoranes y gaviotas: por lo general, no hay nadie más en los parajes así que la escena es para uno solo. Aunque basta girar la cabeza para ver basura empujada por el viento y atrapada en los matorrales, un flagelo muy común en la Patagonia.

Finalmente se llega a Caleta Córdova. Basta que haya un rayo de sol para que las pocas casas de la única calle cobren un aire de balneario y de vacaciones. Hay barcos amarrados y aves marinas que nadan entre ellos, esperando el regreso de los pescadores. Las cantinas abren los fines de semana, cuando los citadinos vienen a pasear. ¿Las mejores mesas? Dicen que son las de Cordano y El Polaco.

El Tercer Reich del petróleo

Desde Caleta Córdova, para volver a la Ruta 3 se pasa por el Barrio Astra. En el camino se avistan guanacos -los de metal y los de lana-. Los primeros son las máquinas de extracción del petróleo. Los llaman así en Comodoro, aunque también reciben el nombre de cigüeñas.

Astra es un barrio en plena reconversión y que ensaya el turismo. La empresa no existe más pero durante la primera mitad del siglo pasado fue una colonia modelo. Tenía capitales alemanes y luego suizos, y gran parte del personal inicial fue traído de Alemania. Se instalaron donde está el Pozo Nº 1, sobre terrenos de la familia Du Plessis (para la anécdota: colonos sudafricanos que descendían de la misma familia que el Cardenal de Richelieu).

Unos trescientos habitantes todavía se aferran a la historia de su barrio. Algunos de ellos son los que reciben a las visitas en la sede de la biblioteca pública/centro de informes/casa de la cultura. Como Cristina, una enérgica mujer que hace revivir bajo el fervor de su charla los momentos de esplendor del barrio, cuando tenían uno de los cines más modernos del interior, una escuela modelo, un hospital y un parque que sus abuelos le habían sacado al desierto.

Las viejas paredes recuperan una nueva vida, como un lejano eco de los tiempos en los cuales su público hablaba principalmente alemán. Esta alemanidad los llevó a ostentar banderas con esvásticas durante el Tercer Reich, como se ve sobre fotos exhibidas en la biblioteca, la exsede de la administración de la empresa Astra hasta su ocaso.

El centro desde arriba

De regreso en Comodoro por la Ruta 3, se atraviesa de nuevo el Barrio General Mosconi y se pasa delante del Chalet Huergo. Antes de emprender el ascenso al Cerro Chenque, no está de más pararse en este parque que es ahora el pulmón verde de la ciudad. El chalet en cuestión es uno de los edificios más antiguos.

Comodoro tiene una geografía gigantesca pero su centro es más bien chico. Se lo puede ver acurrucado al pie del cerro Chenque desde el mirador de la ruta que lo cruza en parte. Es una montaña de tierra de más de 200 metros de altura, que amenaza con deslizamientos cuando llueve más de lo habitual.

Desde el mirador, las calles en damero lucen prolijas y rectilíneas entre el cerro y el mar. La iglesia apenas se hace notar, al igual que la estación, cuyo edificio es un museo. Lo más sobresaliente en realidad son las torres de dos hoteles, el Comodoro y el Lucania.

La costa y el puerto lucen bordeados por el azul metálico del Atlántico Sur.

Rada Tilly, la playa donde se ven ballenas todo el año

A pocos kilómetros de Comodoro se llega al cartel de Rada Tilly, el balneario más austral del país. Su ancha playa está delimitada por dos cerros, que no la protegen de los vientos. Como son muy fuertes, esa playa se ha ganado la fama de ser uno de los mejores lugares de carrovelismo del mundo.

Pero lo más interesante no está tanto abajo, sobre la arena dura y gris, sino arriba, en la cima del cerro que se llama la Punta del Marqués. Es una reserva natural que domina la costa desde 160 metros por encima de las olas. Hacia el sur, se ve hasta la provincia de Santa Cruz. Hacia el norte, la torres del centro de Comodoro forman una incongruencia urbana en medio de tanta naturaleza.

Al pie del cerro vive una de las mayores colonias de lobos marinos de la Patagonia. Se los puede ver con binoculares que prestan los guías. Alberto es uno de ellos. Aconseja apuntar las lentes hacia el mar abierto: «Mirá hacia allá. Hay una ballena. Aquí las vemos pasar todo el año. Hacemos unos 800 registros anuales. Y no es una sola especie como en Madryn. Vemos varias: las mink, las jubarta, las sei y por supuesto algunas francas australes. Fijate en este cartel que hemos instalado, según el chorro de vapor de su respiración vas a poder saber cuál estás observando». También se avistan delfines y orcas en este mirador hacia algún rincón del paraíso, muy poco conocido fuera del ámbito local.

Por Pierre Dumas para La Nación.

Compartí esta noticia