La contagiosa variante ómicron puede hacer estragos en un país empobrecido que no ha administrado una sola vacuna y que, además de implicaciones sanitarias, afectaría seriamente en los planos alimentario, económico y geoestratégico.
Si bien Corea del Norte tiene entre 30 y 40 doctores por cada 10.000 habitantes, nivel similar a Francia o su vecino del sur, y ha desplegado con éxito campañas de vacunación con coberturas del más del 90 % de la población para la polio o la difteria y, al menos hasta hace una década, superaba a Corea del Sur en camas por habitante, es la falta de equipamiento y medicinas lo que más preocupa.
Los años de escasez de los noventa y principios de los 2000 han afectado a Corea del Norte, ya que esquilmaron los suministros sanitarios en las provincias y a eso hay que sumar el efecto que las sanciones internacionales tienen a la hora de obtener piezas para reparar equipos o los meses en los que las importaciones desde China han estado suspendidas por la pandemia.
“La ONU y la comunidad internacional tienen que donar urgentemente ayuda humanitaria incluyendo medicinas para tratar síntomas de covid, antivirales, además de vacunas y la infraestructura necesaria para las cadenas de frío; desde camiones a combustible para el transporte y para generar electricidad”, cuenta a Efe Lina Yoon, investigadora para Corea del Norte de Human Rights Watch (HRW).
Corea del Norte ha rechazado casi cinco millones de vacunas de AstraZeneca y Sinovac ofrecidos por COVAX, aparentemente por la negativa del régimen a dejar entrar al país a personal que asesorara las cadenas de frío. Otra posibilidad defendida por algunos expertos es que Corea del Norte, que ha hecho de la autosuficiencia su máxima, no quiere depender de nadie ni mostrar ante el pueblo que es incapaz de solventar esta situación por sí mismo.
Aunque no lo ha publicitado por todo lo alto, el régimen dijo el año pasado que estaba desarrollando su propia vacuna sin ofrecer más detalles desde entonces. Medios con contactos dentro del país afirman que los científicos norcoreanos estarían tratando de aplicar una suerte de “ingeniería inversa” a muestras de vacunas obtenidas en China y Rusia, al tiempo que distintos laboratorios han denunciado ataques de piratas informáticos norcoreanos.
Corea del Norte reconoció el jueves su primer brote de covid-19 desde el inicio de la pandemia y declaró una «grave emergencia nacional» ante la que el líder Kim Jong Un ordenó confinamientos por todo el país.
Muchos se preguntan cómo llegó el virus al país tras implementar durante más de dos años un sistema que impedía la entrada de nadie -ni siquiera norcoreanos- desde el extranjero, duplicarse las vallas fronterizas o dar orden de disparar al que se acerque a la divisoria, ya sea del lado norcoreano o desde China, Rusia o Corea del Sur. La ausencia de ONGs y observadores sobre el terreno imposibilita saber hasta qué punto estas medidas han afectado al comercio ilegal transfronterizo, parte básica de la economía del norte del país, pero es muy posible que algún traficante de mercancías haya sido el origen de la propagación de ómicron.
Otra opción plausible es que gente asintomática que ha participado en las rutas comerciales permitidas con China (ferrocarril y alta mar) haya transmitido la contagiosa variante pese a lo estricto del sistema de entrada de bienes importados, que implica desinfectar los productos y almacenarlos durante semanas o cuarentenas de un mes para los marineros antes de poder desembarcar.
De cualquier forma, preocupa que ante los actuales brotes, el régimen, que ha instado a confinar cada “ciudad y condado”, endurezca más un sistema de prevención que ya de por sí es tremendamente estricto y las consecuencias económicas que pueda tener para un país que depende de sus compras a China.
La detección de ómicron en Corea del Norte llega en un pésimo momento por un doble motivo, empezando porque mayo-junio es la principal ventana de siembra de arroz, una campaña vital para la despensa del país que implica, según recuerda Yoon, la movilización de todo mayor de 14 años en los campos durante un mes, que puede verse afectada por los confinamientos. El país se encuentra también en pleno “borigogae” (“la cuesta de la cebada”), periodo primaveral de mayor escasez puesto que se están terminando ya los cultivos cosechados en otoño e invierno y aún es pronto para recolectar la cebada o el trigo.
Un confinamiento a gran escala puede dañar además enormemente la ya de por sí maltrecha economía de los norcoreanos, muchos de los cuales dependen de actividades a cuenta propia al no recibir ayudas alimentarias del Estado, y a ese contexto hay que sumar el hecho de que este es el tercer año de cierre pandémico “y la gente puede haber gastado ya sus ahorros”, añade Yoon
Un trabajador sanitario desinfecta una oficina en Corea del Norte, tras los primeros casos de COVID confirmados en el país. (AP)
El régimen dice que los brotes comenzaron a mediados de abril, pero esperó hasta ahora para reportarlo, justo una semana antes de que el presidente estadounidense, Joe Biden, visite Corea del Sur- está dando que pensar a los analistas. Muchos apuntan a posibles motivaciones políticas en un momento en el que régimen está realizando además un número récord de pruebas de armas y preparando un nuevo test nuclear.
El objetivo último, sin embargo, parece más difícil de dilucidar, sobre todo en lo que respecta a aceptar o no -tras más de dos años rechazando envíos- una ayuda humanitaria que es más necesaria que nunca y que la comunidad internacional está dispuesta a exportar.
Por un lado, aceptar esta ayuda puede, además de salvar muchas vidas y la economía, crear un clima propicio para retomar el diálogo con Washington, aunque por otro, contar con una salida para la pandemia que proceda de fuera supone para el régimen admitir su fracaso ante la ciudadanía y poner fin a un cierre fronterizo que le ha servido a Kim Jong-un para reforzar la coacción física e ideológica sobre la población.