¿Por qué el Peronismo Federal no puede romper la polarización?

Corría el año 2000 cuando Ariel Ortega anunció su vuelta a River. Se sumaría al trío de Pablito Aimar, Javier Saviola y Juan Pablo Ángel, que venía de ser campeón el año anterior. Los nombres…

domingo 13/01/2019 - 11:33
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Corría el año 2000 cuando Ariel Ortega anunció su vuelta a River. Se sumaría al trío de Pablito Aimar, Javier Saviola y Juan Pablo Ángel, que venía de ser campeón el año anterior. Los nombres prometían. Jugaron algunos partidos lindos y les pusieron un apodo: los 4 fantásticos. Pero en el largo plazo, los cuatro ídolos se neutralizaron y no llegaron a nada. Los dream team no suelen funcionar. Amontonar figuras ya consagradas para lograr un objetivo suele presentar dificultades operativas. Algo así es lo que está sucediendo en el espacio de Argentina Federal (ex peronismo federal) donde la sumatoria de egos y la ausencia de planificación impiden que el espacio termine de consolidarse.

¿Cuál es el mensaje que baja el espacio? ¿Quiénes son sus líderes en las sombras? ¿Quién maneja la campaña? ¿Qué los une? Dudas que nadie, ni siquiera ellos, saben cómo responder.

Encuentros y desencuentros

Desde que decidió separarse del Frente para la Victoria, Sergio Massa nunca tuvo un jefe de campaña que bajara la estrategia a todo el equipo. En 2013 cumplió ese rol Juan José Álvarez, un oscuro operador con pocos conocimientos de estrategia electoral. Siempre con una “visión negativa”, según describen quienes participaron en aquella instancia, con muchos contactos pero sin saberes reales de cómo se maneja una campaña.

Pasaron muchos, ninguno con conocimiento integral para conformar equipo compacto. Luego llegó el español Antonio Sola (hoy con Urtubey) que funcionó como jefe de campaña pero duró dos semanas, al advertir las dificultades del espacio. Siguió como consultor pero sin aspiraciones de liderazgo.

En otro momento apareció el exjefe de gabinete de Cristina Kirchner, Alberto Fernández, que fue clave en el armado de Néstor Kirchner presidente. Pero en el massismo nunca tuvo poder. De hecho, otros dirigentes del massismo se encargaban de desautorizarlo por lo bajo. En 2015 hasta Francisco De Narváez llegó a ser jefe de campaña. Duró menos de seis meses en el espacio y se retiró de la política.

Y luego Graciela Camaño, una diputada técnicamente brillante (tiene en su haber decenas de premios a la legisladora más laboriosa entregados por la revista Parlamentario) pero que no es especialista en campañas políticas. En 2015 metió también la cola Gustavo Sáenz, intendente de Salta y compañero de fórmula de Massa en las presidenciales.

Hoy ese lugar de jefe de campaña lo comparten Camaño con Diego Bossio, según el massismo. En cambio, cerca de Bossio plantean que él trabaja para Massa pero dentro del marco de Argentina Federal. Una diferencia sutil, pero diferencia al fin.

Un hombre que colaboró mucho tiempo con Sergio Massa atribuye sus dificultades de organización a su poco apego al rol de conducción en tiempos de elecciones. No opta por a «delegar funciones» y a menudo no deposita la confianza necesaria «en las personas correctas”.

Urtubey y la cuerda floja

La cosa no está mucho mejor en el equipo de Juan Manuel Urtubey. El hombre no levanta en las encuestas y no encuentra una estrategia que le permita diferenciarse y adquirir volumen político frente a la opinión pública.

También es pobre en sus armados políticos. El único dirigente de peso que lo acompaña es Eduardo Fellner, cuyo nombre había sido filtrado como jefe de campaña pero que nunca terminó de oficializarse. El resto de sus armadores son dirigentes de Salta.

Urtubey se caracteriza por dejar jugar a todos, darle soga libre y  en algún momento tomar decisiones en soledad… un esquema muy parecido al que tenía Daniel Scioli quien, contra todos los pronósticos, terminó perdiendo contra Mauricio Macri. Pero a diferencia de Scioli, al salteño parecen lo inmovilizarlo esas múltiples voces. Tanta soga parece ahorcarlo.

Al respecto vale preguntarse quién es Urtubey. ¿El que llegó a la gobernación de Salta con apoyo de la iglesia local? ¿O el que en los últimos días se pronunció a favor del aborto? ¿El que fue jefe de bloque del menemismo en diputados en 2002? ¿O el que se paseó el sábado por Mar del Plata con el piquetero Humberto Tumini?

Miguel Pichetto, el último presidenciable del espacio, es quizás más prolijo con sus acciones. Aunque carece de experiencia en campañas electorales a nivel nacional. Es un hombre «de palacio» al que le cuesta ponerse el traje de candidato.

¿Unidos o dominados?

«Se los ve poco juntos», se le preguntó a Urtubey en una de sus últimas apariciones televisivas. Él contestó: “Nosotros no somos todos lo mismo los que somos parte de este espacio”.

Más tarde se le mostró una foto de Sergio Massa: “Podemos pensar igual o diferente en muchísimas cosas. Hasta ahora no trabajamos juntos políticamente. Y espero que entre ambos podamos construir algo diferente que le ofrezca una alternativa superadora a la Argentina”

“¿Diálogo permanente con él?”, preguntó el entrevistador. “Hablamos”, contestó, sin precisar frecuencia.

Antes de fin de año intentaron todos hacer un acto conjunto con presencia de los gobernadores en Costa Salguero. No prosperó y apenas terminó siendo otra reunión cerrada de dirigentes.

En aquella reunión se comprometieron además a unificar sus bloques legislativos. Sin embargo, fuentes del bloque Justicialista ponen en duda que esa unidad se vaya a concretar tan fácilmente.

De hecho, en Diputados ya aparecieron los primeros problemas: el histórico dirigente riojano Luis Beder Herrera (que integra ese espacio) tendría casi definido competir en las elecciones provinciales con el sello del kirchnerismo. Difícilmente pueda permanecer sentado en ese bloque.

Mientras todo esto sucede, algunos armadores del peronismo insisten en la figura de Roberto Lavagna. Es cierto que es uno de los hombres con mejor imagen positiva del mundo de la política. Imagen sostenida fuertemente en que estuvo inactivo al menos públicamente durante los últimos diez años.

Si bien todos reconocen su capacidad técnica, cuando compitió apenas orilló el 17% y quedó tercero. En ese momento  tenía 66 años. Hoy tiene 76. Edad difícil para encarar los desafíos de la Argentina del siglo XXI. Su mayor problema electoralmente hablando son los jóvenes: no lo conocen.

Mientras todo esto pasa en el peronismo, el PRO sigue aplicando las herramientas más modernas en gestión de campañas electorales. Campañas pensadas por un estratega claro (Durán Barba), gestionadas por un organizador indiscutido (Marcos Peña) con el aval político de un líder que confía y deja hacer (Mauricio Macri).

En cualquiera de las alternativas, el peronismo necesita llegar a un segundo lugar para entrar a un balotaje. Para eso es fundamental que encuentre un jefe (o una jefa) de campaña con una mirada macro, conocimiento electoral, que unifique los criterios, baje las estrategias  y que sus lineamientos sean respetados por todos –según publica A24-.

Algo muy difícil de encontrar en el convulsionado mundo peronista, donde los egos pueden más que la construcción política.

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