La pobreza merece una lectura estructural porque al menos en la Argentina no es un fenómeno coyuntural, y requiere de un análisis profundo y políticas de Estado que no se han tomado ni se están debatiendo. El problema no comenzó en agosto ni en diciembre de 2015.
Según publica urgente24.com, quizá en 2008 arrancó su capítulo más reciente, pero hay una historia antes que si no se comprende tampoco se puede abordar. El siguiente contenido es muy interesante para conocer qué está sucediendo con la degradación del sueño argentino.
Por ser la Argentina un país poco poblado y recostado sobre las llanuras del este, exhibió desde comienzos del siglo XIX una tendencia compulsiva a las migraciones desde el Interior hacia la Pampa Húmeda. Ya durante la Organización Nacional, gobiernos como los de los tucumanos Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca diseñaron un sistema de retención de la población de las zonas poco irrigadas para darle al sistema federal de gobierno una consistencia que la geografía le denegaba. Ese, y no otro, fue el sentido del -a todas luces artificial- polo azucarero tucumano y, en menor medida, del vitivinícola cuyano.
La Pampa Húmeda se llenó de inmigrantes eu ropeos cuyo ascenso fue garantizado por el pleno empleo, la educación y los salarios altos. Configuraron el origen de nuestras emblemáticas clases medias urbanas y rurales.
El Interior marchó a la saga de ese proceso en medio de servicios educativos y sanitarios insuficientes compensados parcialmente en el curso del siglo XX por trenes, caminos, radios, deportes y los grandes movimientos de masas como el radicalismo y el peronismo.
La crisis de 1929-1930 devastó a las economías de la denominada Pampa Gringa. Sus víctimas, ex agricultores procedentes de los remanentes inmigratorios europeos que tentaron suerte en la agricultura, emigraron; y en poco más de una década, sentaron las bases de un vasto proletariado industrial promovido también a clase media por el peronismo de los ’40.
Pero ya durante los ’60 el ingreso en una industrialización más compleja que segme ntó el consumo interno, diezmó a aquellos cultivos e industrias regionales relativamente prósperos desde las últimas décadas del siglo anterior y sobre todo durante los ’30 y los ’50.
Las compuertas diseñadas por Roca se rompieron y nuevos contingentes llegaron desde el Noroeste y los extremos del Nordeste (Chaco y Formosa) hacia los conurbanos de Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Una nueva pobreza de contornos todavía contenidos ya era palpable bajo la forma de villas más paupérrimas y permanentes, informalidad laboral de los nuevos inmigrantes ocupados preferentemente en la construcción y los servicios domésticos; y una capacidad disminuida respecto de sus antecesores litoraleños para adoptarse a los exigentes requerimientos de las nuevas industrias de punta como las automotrices, siderúrgicas y petroquímicas.
Ninguno de estos procesos hubiera tenido un desenlace tan infeliz como el que procede de los índices de pobreza e indigencia contemporáneos si el sistema político hubiera funcionado como lo manda nuestra Constitución. Fue exactamente al revés: al pretorianismo militar pos peronista lo sucedió un peronismo escindido en una guerra civil a principios de los ’70; y, nuevamente, un régimen castrense fallido.
El Rodrigazo de 1975 fue el punto de partida de una secuencia de crisis recurrentes y disruptivas como las de 1981, 1984, 1989, 1995, 2001 y la actual que, con sordina, ya lleva casi una década. Fue luego de cada una de estar torsiones que nuevos contingentes de trabajadores de baja calificación procedentes de las ramas industriales menos dinámicas así como de empleados públicos, maestros y jubilados se sumergieron por debajo de las denominadas “necesidades básicas”. Sería de todos modos un error representarse esta caída como una explosión. Fue más bien un proceso sordo y progresivo concomitante a la modernización económica comenzada en los’80.