Una nota de Raúl Acosta para Urgente 24.
Importante advertir que cualquier relación entre la realidad y el siguiente texto, no es ficción ni es casualidad. El único problema es que sucede en la Argentina 2018, que padecen los argentinos e inmigrantes. Podría ser un país mejor pero… no funciona.
Agosto trajo la posibilidad de un cuentito de aquellos que atrasaban el sueño en la primera juventud porque tenían eso, condimentos como para demorar el cierre del día.
El cuentito de los cuadernos y la absolución de los pecados tiene un comienzo que es sencillo.
Desde una oficina que vigila todo un señor con jinetas le dijo a un operario suyo, operario irregular, disimulado, que anotase todo y le informase todo. Que no importaba si robaba, que su objetivo era informar. Que para eso estaba.
Durante días primero, meses después, finalmente años el operario irregular informaba. Anotaba todo en cuadernitos diarios que repasaba y entregaba. En algunas ocasiones dictaba por telefonito.
En la oficina del señor con jinetas se anotaba todo con la prolijidad que da el oficio de anotar.
Un día, un bello día le dijeron al operario irregular, disimulado, que fuese, que lo precisaban durante varias mañanas. Hacía un tiempo que estaba aburrido porque, esto es cierto, en los últimos años otros operarios irregulares, también disimulados, desde mitad de diciembre de 2015 hacían su trabajo pero él no trabajaba. Se aburría.
Tenía sus dineros, había hecho sus negocios, el jefe con jinetas nunca se enojaba por eso, siempre y cuando contase todo lo que hacía cuando viajaba. Fiestas con los hijos, peleas con su concubina, dineros que se pierden y vejez que se acerca.
Lo sentaron frente a un escritorio y le dijeron escribí. El escribió. Era sencillo escribir porque estaba escribiendo, en otros cuadernos que olían a nuevo, cuestiones viejas que recordaba perfectamente. Estaba escribiendo lo que ya sabía, con menos faltas de ortografía y hasta con detalles de días que, a veces, se le mezclaban, pero que en el orden que le dictaban salían bien, ordenadas, perfectas. Era su letra, era su trabajo. Era él. Es cierto que el no hablaba así, tan fácil, pero entendía todo lo que escribía. Le dijeron que bueno, que suficiente.
Escribió y escribió. Escribió no menos de 12 cuadernos. En algunos el orden era el que recordaba pero a algunos empresarios no los mencionaban. Si el supiese porque mencionaban todos los que tenían negocios con los chinos y no negocios con los yanquis tal vez tendría una preocupación menos pero de algo estaba seguro. Lo que escribía había sucedido realmente.
A los pocos días le dijeron que se llevase los cuadernos que ya lo llamarían, que los guardara bien guardados, que los guardara en la casa de un conocido que los de jinetas conocían muy bien, que era de confianza.
Ese señor de confianza le dijo que estuviese tranquilo que no iba a pasar nada porque lo que pensó, cuando volvió a su casa, en mitad del vino, los lío s con la concubina, los negocios que armaba y no le salían bien, la preocupación de ocultar dineros que no podía haber ganado trabajando de remisero, lo que pensó es ya está, esta gente que menciono es poderosa, ahora no valgo un peso….
El conocido, el hombre de confianza con los que tenían escritorio y jinetas, llevó y trajo esos cuadernos y un día le dijeron quemalos. Son todos cuadernos de un modelo de cuaderno que salió después de la fecha de tus viajes, quemalos. Y la tinta puede ser rastreada y se sabrá que tiene la misma fecha de desgaste. Que es la misma tinta del mismo mes y del mismo año y que no debe quedar nada. Quemalos. Quemó 9 cuadernos.
Quedate tranquilo, le dijeron, no te pongás en pedo, todavía haces falta. Certificar que era su letra le resultó fácil. Pidió no hablar en público porque iba a tartamudear. No iba a tener problemas porque lo de los cuadernos no era mentira y así se lo d ijo al juez que le mostró las fotocopias, si le dijo, son las fotocopias de los cuadernos, si es mi letra, si lo escribí porque era cierto. Todo era cierto. El no se iba a poner a decir que faltaban algunos datos porque si lo decía tenía que decir cuales y se iba a meter en líos. Mas vale decía la verdad. Es mi letra, es de los cuadernos que escribí, en todos esos lugares estuve. Los cuadernos los quemé. Tuve miedo. Listo.
Cuando leyó que una señora gorda y rubia, decía que la Virgen de San Nicolás había ayudado a descubrir la corrupción se rió. Eso no era corrupción, era su trabajo. Y además lo que veía es que volvía todo a la infancia, cuando el cura les decía que rezasen tres padrenuestros después de confesar los pecados y los absolvía. El veía a todos esos personajes que decían eso. Padre pequé, absuélvame. La bendición padre, no lo volveré a hacer. Lo recordaba perfectamente. Esos empresarios er an pecadores, esos ministros eran pecadores.
Le dijeron que lo iban a esconder y proteger. Que se quedase tranquilo. Que ni siquiera le iban a quitar ni la plata ni los departamentos ni el auto. Que el era ladrón pero como ayudaba no era ladrón. El también, a su modo, rezaba los Padrenuestro y los Avemaría.
Hubo uno que le explicó que esto es como con el Ayatollah. Que en las sociedades teocráticas es Dios quien te perdona y dice si es delito o no es delito y que delito y pecado, para el Ayatollah, es lo mismo. Dijo que si pero no entendió. Para él era mas fácil la explicación de la gorda, que dijo que fue la virgen.
Las cosas que no entiende ya se las explicarán. Que harán con sus hijos, que harán con los otros cuadernos. Que harán con el que lo remplazó y ahora hace su trabajo, porque ese trabajo se sigue haciendo. Él cree que lo conoce pero no está seguro. De lo que está seguro es que no fue pecado ni delito lo suyo. Fue tr abajo. Fue un servicio. Va a tener que preguntar algo. Qué pasó con los otros tres cuadernos.