El volumen de importaciones entre enero y abril de este año marcó un record histórico. De acuerdo a los datos que presentó el Indec esta semana, fueron 22.994 millones de dólares, un 21,6 por ciento más que en igual período del año pasado, cuando las compras de productos del exterior habían totalizado 18.906 millones. Los máximos anteriores para el primer cuatrimestre se habían registrado en 2013, con 22.346 millones, y en 2014, con 22.232 millones.
De ahí para atrás, las importaciones promediaron 17.000 millones de dólares en los cinco años anteriores. Es decir que la situación actual es excepcional. Otra diferencia entre lo que va de 2018 y aquellos años de mayores compras durante el kirchnerismo es la evolución de las exportaciones, ya que mientras en la actualidad sumaron 19.574 millones de dólares en el cuatrimestre, en 2013 fueron 23.344 millones y en 2014, 20.315 millones. En conclusión, el saldo de la balanza comercial presenta este año un enorme déficit de 3420 millones de dólares, también holgado record histórico, en tanto que en 2013 hubo superávit por 998 millones y en 2014 se anotó un rojo de 1917 millones. Cuando el presidente Macri dice que evitó una crisis se debe referir a la economía de otros países, porque los datos oficiales en relación a la Argentina muestran que a este ritmo los desequilibrios que se están acumulando preanuncian una corrección explosiva.
Más allá del impacto de la avalancha importadora sobre el entramado productivo, en materia de divisas la apertura aduanera forma parte de una dinámica que solo podía derivar en lo que está pasando, una fuerte devaluación de la moneda en cuanto se complicó el financiamiento externo, que tendrá severas consecuencias recesivas, hundirá el poder adquisitivo de los salarios, aumentará el desempleo y provocará una disparada de la pobreza y la desigualdad social. En resumen, una crisis como la de 2016, la segunda en dos años y medio de mandato de Cambiemos, que ya no sabe qué otros malabares hacer para descargar la responsabilidad de sus decisiones y sus políticas en una ficticia pesada herencia. Pesada herencia, en todo caso, fue la que tuvo que afrontar Néstor Kirchner en 2003 después de la destrucción masiva que dejaron los antecesores neoliberales del actual oficialismo, varios de ellos otra vez en la función pública.
El acuerdo que hoy negocia el Gobierno con el FMI es una demostración categórica del fracaso de los caminos emprendidos. El costo de ese manotazo de ahogado para no sucumbir ante una corrida cambiaria que podía desatar una corrida contra los depósitos en dólares lo pagará no solo la actual administración, sino que efectivamente se convertirá en una pesada herencia para el gobierno que lo suceda. Las proyecciones de economistas de la city como Miguel Angel Broda o Roberto Frenkel para este año ubicaban el déficit comercial entre los 11.000 y 12.000 millones de dólares. La contracción de la actividad económica que provocará el ajuste fiscal que reclama el FMI, junto con la devaluación ya producida, hacen prever que se achicará en algo esa cifra. Sin embargo, analistas del establishment también señalan que el aumento del dólar debería ser aún mayor, en torno a los 30 pesos hacia fin de año, para ayudar a cerrar más rápido la brecha del sector externo. Es lo que se estima pondrá como condición el Fondo Monetario, por lo cual suponer que la presión cambiaria de estos días llegará pronto a su fin es un exceso de optimismo. Más bien parece que sucumbirán antes las fantasiosas metas de inflación, ya que la variación de precios de este año no bajará de 27 por ciento, según los amigables analistas del mercado que en enero proyectaban 17,4 por ciento para 2018 en el Relevamiento de Expectativas del Banco Central. La confesión de Federico Sturzenegger de que las tasas de interés por las nubes no bajarán a corto plazo ratifica ese escenario.
Tal vez con menos análisis y apelando a la memoria histórica, los ahorristas se cubren con dos acciones. Por un lado aumentan sus compras de divisas y por otro iniciaron un lento pero persistente retiro de depósitos en dólares. Entre el 2 de mayo, cuando los ahorros en moneda extranjera en los bancos alcanzaron el record de 26.565 millones de dólares, y el 22 de este mes, último dato disponible, cuando los depósitos bajaron a 25.879 millones, la salida de divisas del sistema financiero totalizó 686 millones. Es apenas el 2,6 por ciento del total que había cuando arrancó el mes, pero la tendencia refleja el nerviosismo instalado entre los actores económicos. Las encuestas de opinión pública, a su vez, coinciden en que una mayoría en torno al 65 por ciento perdió la confianza en la palabra oficial. Esa, tal vez, sea una de las mayores dificultades del Gobierno para revertir la situación: la confirmación para muchos de que no era el mejor equipo de los últimos 50 años y que el desconcierto y las contradicciones en la gestión pública pueden agravar los problemas antes que encontrarle una solución. Sobre 14 jornadas hábiles del mes, en 12 los depósitos en moneda extranjera cayeron. Estos resultados, además, se producen cuando al mismo tiempo están subiendo las compras de divisas, que en un primer paso generan transferencias hacia cajas de ahorro en dólares, por lo cual la salida bruta seguramente se está dando a un ritmo superior.
La evolución de las reservas del Banco Central evidencia la profundidad del desafío. Desde el 19 de abril cayeron nada menos que en 10.357 millones de dólares, desde los 62.456 millones a 52.099 millones, a pesar del crédito por 2000 millones de dólares contraído con el Banco de Pagos Internacionales de Basilea y el acuerdo con los fondos de inversión Templeton y Blackrock para la compra de bonos Bote por unos 3000 millones de dólares. El único salvataje al que pudo echar mano el Gobierno ante semejante sangría fue acudir al FMI como prestamista de última instancia, a quien Nicolás Dujovne le está pidiendo que integre rápidamente 10.000 millones de dólares del stand-by ni bien concluyan las “negociaciones”. El Gobierno necesita mostrar de manera urgente que tiene aunque sea ese canal de crédito abierto para poner un dique a la inestabilidad. Sin embargo, la pregunta que no logra contestar, porque ni siquiera se atreve a formularla en público, es cómo cortará la hemorragia permanente de divisas por la dolarización de carteras. Desde el mismo levantamiento del “cepo” cambiario en diciembre de 2015, los ahorristas se volcaron a una compra imparable de dólares que en contextos de crisis como el actual se intensifica hasta alcanzar cifras record, pero que también se sostuvo en tiempos de paz cambiaria.
El plan en marcha, en definitiva, parece ser solo ganar tiempo para continuar con la aplicación del verdadero plan que vino a imponer la alianza del PRO, la UCR y Elisa Carrió: una reformulación estructural del patrón distributivo del ingreso nacional, en beneficio de sectores concentrados y en contra de las mayorías populares. Una indisimulable pesada herencia.