En medio de cierta euforia triunfalista -desaconsejable y peligrosa- no son pocos los lectores que reclaman renovar advertencias ante la posibilidad de un nuevo fraude electoral por parte del Gobierno.
Desde ya que no hay ninguna evidencia de que lo haya habido el 11 de agosto pasado. Nadie puede asegurarlo. Pero tampoco desmentirlo. Y no son pocos los convencidos de que fue providencial que a la hora del conteo al gobierno le fallara la trampa preparada.
No se sabrá jamás si hubo verdaderos «problemas técnicos» o acaso un «hacker bueno» que les escupió el asado. Pero lo cierto es que cuando se les detuvo todo a las 7 de la tarde de ese domingo asombroso, el macrismo entero estuvo tres horas en pelotas -para decirlo en criollo– hasta que la presión de propios y extraños los forzó a divulgar y admitir los números verdaderos del comicio. Fue así como la paliza los dejó colita al aire; sintetiza una columna de Mempo Giardinelli hoy en el matutino porteño Página|12.
¿Que ahora son sólo conjeturas? Ciertamente, pero harto probables. Y en base a las cuales conviene reencender todas las alertas para el ya inminente domingo 27 de este mes. Porque es seguro, y parece obvio, que van a reintentar el fraude. Mucho más difícil, claro está, pero recuérdese que estos tipos no se curan. No tienen moral, son estafadores seriales y han dado sobradas muestras de caradurismo de traje y corbata, de manera que es esperable cualquier nuevo intento de trampear la elección presidencial.
Cabe por lo menos preguntarse: ¿y si esta vez el software de Smartmatic «corregido» no falla? ¿Y si, aunque pierdan, se lanzan a esgrimir argumentos marrulleros para ensuciar la cancha? ¿Y si empañan el triunfo popular con recursos sucios, como estilan? Es por lo menos dudoso que sean buenos y dignos perdedores; nada de lo andado hasta aquí autoriza a pensarlo.
Veáse nomás el comportamiento de estos tipos en el gobierno, y de los ceos y mafiosos que los rodean, ahora mismo, en estas horas. Ya están inventando todo tipo de recursos para enturbiar, ensuciar, cuestionar, deslegitimar el casi seguro triunfo del Frente de Todos, o sea el triunfo de Alberto y Cristina. Ahí está el sincericidio de Elisa Carrió: «Nosotros vamos a decir ganamos, aunque no sabemos si ganamos”. Nadie la desmintió ni corrigió. Y véanse otras evidencias: las movilizaciones macristas son flacas, pero la prensa canalla las agranda. Se agita el gorilismo arcaico de fósiles y dinosaurios todavía activos y con dinero, decisión de lucha y resistencia. Por eso aunque todas las encuestas los dan perdiendo por paliza, los mentimedios no las publican. Y en cambio agrandan las poquísimas que «dicen» o «sugieren» que están creciendo y que sí habrá ballottage.
La última semana fue gracioso el esfuerzo de La Nación titulando en grande: «¿Qué chances hay de un ballottage? Simulá el resultado de las elecciones de octubre y verificá si habrá o no segunda vuelta entre Alberto Fernández y Mauricio Macri en función de tus previsiones. Redistribuí los votos de las PASO y obtené los posibles escenarios». Y seguidamente «los cálculos» de la compu del diario daban como «posible resultado: Alberto 49,5 y Macri 41,2». O sea, ballottage seguro, para ilusionar a su adelgazada tropa con que Macri será heredero del 10 por ciento restante.
Ahí el charlatanaje televisivo juega a fondo, desde luego, ya recompuestos de las «autocríticas» oportunistas que balbucearon después del 11 de agosto y que por supuesto nadie les creyó.
La mentira, se sabe, no sólo es la esencia de comunicadores degradados. También es muchísimo el dinero que los conmueve, y demasiados los negocios que van a perder con el nuevo gobierno. Que es de esperar –todo hay que decirlo– que no cometa el error de creer en arrepentimientos camaleónicos como tantas otras veces. Basta recordar a los muchísimos empresarios y periodistas que siempre lamieron botas de milicos, pero rápidamente se reposicionaron en cada amanecer democrático.
Lo cierto es que con el fraude no se juega, y conviene no distraerse. Ni mucho menos negarlo, como todavía hacen algunos dirigentes. No hay que olvidar que la propia empresa Smartmatic asegura haber «corregido errores» y ahora garantiza «mejoras técnicas» para evitar demoras en la carga de los resultados; ni que ha sido ratificada por la Justicia Electoral para realizar el conteo; ni que a Smartmatic le paga el gobierno, por lo que no hay ninguna razón para descartar abominables tramoyas que alteren los resultados y desvirtúen o ensucien el triunfo electoral popular del 27.
El fraude sigue siendo posible porque no hay ninguna razón para confiar en el gobierno, en el voto electrónico ni en Smartmatic. En consecuencia es muy probable que con la audacia que ya mostraron en otras cuestiones salgan a proclamar falsos resultados, diciendo que «las mejoras técnicas funcionaron» y cosas por el estilo.
Van a intentarlo. Es demasiado lo que se juegan y el 27 es su última carta. Ahí está el «debate» entre candidatos, que será controlado por una selección de «moderadores» amigos, casi todos prebendarios del macrismo en los últimos tres años. Y lo harán en la ciudad de Santa Fe el domingo que viene, y en la Capital Federal el 20, no casualmente las dos grandes ciudades argentinas gobernadas por el macrismo duro.
La respuesta que cabe a todo esto es estar alertas, participar activamente en las fiscalizaciones, controlar cada telegrama y cada mesa, y salir a protestar masiva, democrática y pacíficamente si estos tipos llegan a ser capaces de seguir incendiando la república como lo vienen haciendo desde hace 1397 días de hambre y saqueo.