Macri abandonará la Casa Rosada dejando un desastre económico con un control de cambios improvisado. El próximo gobierno deberá convivir con la brecha cambiaría y la tensión de un imprescindible sistema de administración de divisas.
Mauricio Macri termina su gobierno con un control de cambios improvisado y desordenado. Es un régimen imprescindible para la economía argentina, debido a que es una que tiene una crónica escasez relativa de divisas. Pero él lo ha lanzado sólo con objetivos electorales. En principio para llegar con un dólar sin sobresaltos a la primera vuelta de la elección presidencial del domingo pasado, que perdió por amplio margen. Después, con la derrota consumada, para culminar su mandato sin una desborde mayor del mercado cambiario. No lo hizo por el pedido del presidente electo, Alberto Fernández, de cuidar las reservas. Más bien las dilapidó sin culpa y sin importarle el cuadro dramático que enfrentará el próximo gobierno. Lo hizo por el interés propio para mejorar su resultado electoral y para no terminar su mandato con un descalabro económico y financiero todavía más pronunciado. Esta estrategia no es inocente. Se presenta «responsable» para el período de la transición pero, en realidad, traslada el peligro de un derrumbe cambiario mayor hacia la fuerza política que pasará a ocupar la Casa Rosada el próximo 10 de diciembre.
Antes, cuando fue oposición, y en estos últimos cuatro años, como presidente de la Nación, según PAGINA 12, lo que se debería haber aprendido es a no confiar en la palabra de Macri. Cuando el macrismo habla de que está comprometido a realizar una transición «responsable» están haciendo todo lo contrario.
Varias medidas de estos días prueban ese comportamiento, que forma parte de la esencia de la alianza Cambiemos. A la semana siguiente de la derrota electoral, el gobierno habilitó aumentos de precios generalizados (combustibles, prepagas, no prorrogó el programa Precios Esenciales). La gobernadora María Eugenia Vidal convalidó otra ronda de tarifazos del servicio de electricidad, el mismo día que tenía agendada la primera reunión con el gobernador electo Axel Kicillof. En varias dependencias del Poder Ejecutivo nacional comenzó una carrera veloz de nombramientos de cargos políticos. El presidente del Banco Central, Guido Sandleris, rifó reservas en cantidad mientras dejaba trascender que se estaba ocupando de cuidarlas, para después de liquidarlas imponer restricciones más duras.
Esta conducta obscena quedó expuesta con el jefe de Gabinete y conductor de la estrategia de la mentira planificada del macrismo, Marcos Peña, impulsando a la prensa adicta a presentar una derrota contundente en las urnas como un éxito del oficialismo. El ejército de trolls del macrismo además no ha sido desarticulado por la Casa Rosada, sino que sigue operando con intensidad, para inventar que Alberto Fernández estaba internado cuando estaba cenaba con amigos en San Telmo.
Frente a esta forma de entender la política, las relaciones con el adversario y la gestión de la administración pública, la clave es no caer en el voluntarismo político o en la inocencia en el trato personal con quienes dejarán una devastación de las funciones básicas del Estado.
«Cepo»
Desde noviembre de 2011, cuando Cristina Fernández de Kirchner comenzó su segundo mandato con un régimen de control y administración de divisas, la palabra «cepo» fue la elegida para descalificar la política del control de cambios. Se llegó al absurdo de postular que la libertad estaba en peligro por la «dictadura K» porque no se podía comprar dólares sin límites. Un sistema de cuidado de las reservas era señalado como un instrumento de tortura financiera y de avance sobre «el derecho de las personas a ahorrar en dólares».
La usina de críticas no estaba alimentada solamente por economistas ortodoxos y analistas conservadores; gran parte de la heterodoxia consideraba que el control de cambios era una mala política.
El argumento principal para desaconsejar los controles es que si existen restricciones no vendrán inversiones: si no pueden retirar los dólares no tendrían incentivos para ingresarlos. Lo que no se dice es que un sistema de administración de divisas puede ser diseñado para privilegiar a quienes traen divisas en lugar de fugarlas.
Los instrumentos de política económica, ya sean monetarios, cambiarios o fiscales, no son malos en sí, dependen de cómo se utilicen en función de objetivos pre establecidos y comunicados en forma explícita.
Con el régimen que duró cuatro años, de 2011 a 2015, y con el actual, lanzado en forma desesperada por Sandleris como aporte a la campaña electoral de Macri, se impone la necesidad de un debate riguroso acerca de cómo administrar las divisas.
El factor determinante para evaluar las restricciones para acceder a los dólares es la estructura productiva y financiera desequilibrada de la economía argentina. El régimen de administración y control de acceso a la moneda extranjera, resumido en el espacio público con cuatro letras de un aparato de tortura, no es el problema, sino una consecuencia.
Objetivos
El sistema cambiario del segundo gobierno de CFK fue impuesto con el objetivo de cuidar los dólares para garantizar el pago de las deudas, al tiempo que buscaba evitar una corrida.
El diseñado a las apuradas por Sandleris inicialmente tuvo un objetivo opuesto: garantizar que la mayoría de las personas y empresas que querían dolarizarse pudieran hacerlo, lo que derivó en un default parcial de la deuda, aceleró la corrida cambiaria y precipitó la bancaria sobre los depósitos en dólares (casi el 40 por ciento se fugó de los bancos). Queda claro que lo hizo así para privilegiar a la base electoral del macrismo, además de evitar una disparada de la paridad.
El día después de la derrota de Macri en la elección presidencial, el Banco Central revisó la prioridad del control de cambios. Pasó a privilegiar el pago de la deuda de bonos que no fueron alcanzados por el «reperfilamiento». Cerró entonces casi al máximo el torniquete de dólares para atesoramiento.
Sandleris exhibió de ese modo el desquicio que hace en la gestión de un área clave para la estabilidad financiera y económica. No desentona con el desastre realizado por la conducción de Federico Sturzenegger que, con la impunidad que ofrece ser parte del establishment, se lanzó a evaluar el fracaso de Macri sin hacerse cargo de lo que hizo para provocar el derrumbe económico.
Queda más en evidencia ahora el destrozo que hizo Sturzenegger por haber liberado en forma absoluta el mercado cambiario, habilitando además que los exportadores no liquidaran divisas. Si se quiere buscar el origen del actual descalabro cambiario y no caer en trampas de confusiones, hay que remontarse a esas medidas iniciales del gobierno de Macri para entender esta crisis.
Festejar el fin del «cepo», utilizado como una de las principales banderas de la campaña electoral 2015, tuvo como desenlace una de las peores crisis económicas argentinas, con un cierre de ciclo que impuso otro «cepo», aún más estricto del que había.
Brecha
El control de cambios genera una diferencia entre la cotización oficial y la paralela. Es una consecuencia previsible de las restricciones. En una economía bimonetaria como la argentina aparece el siguiente dilema: una mercado desregulado sin brecha pero muy inestable en términos económicos y financieros; o controles que generan una brecha con impacto negativo en las expectativas de devaluación, pero con la posibilidad de administrar la escasez de divisas en función de un proyecto consistente de desarrollo de mediano y largo plazo.
Lo cierto es que el régimen de control de cambios hasta el 2015 careció de esa última condición y quedó atrapado de las presiones de los buitres y de las tensiones políticas que generaban en la minoría intensa que atesora dólares y viaja al exterior. Lo que sí evitó es una crisis de proporciones como la que se precipitó con un mercado totalmente desregulado.
Una y otra experiencia han exhibidos sus propias limitaciones, aunque la liberación total genera costos más elevados que la existencia de la brecha cambiaria. Esto quedó en evidencia en estos años de economía macrista. La brecha que generan los controles es un costo menor respecto al impacto que un descontrol cambiario genera sobre la estabilidad de la economía y el bienestar de la población.
Los verdes
A lo largo de décadas de inestabilidad cambiaria, los dólares eran aportados en algunos momentos por el superávit de la balanza comercial; en otros, por el endeudamiento externo y, en menor medida, por la inversión extranjera directa. Pero en ningún caso se logró el salto cualitativo en la estructura productiva y financiera para aliviar la escasez relativa de divisas o, en otros términos, contar con todos los dólares necesarios para responder a la demanda.
Esos dólares de la economía doméstica son disputados por diferentes sectores. Cada uno presiona con intensidad para obtenerlos porque considera que su pedido es prioritario sobre el resto. La puja por los dólares adquiere más fuerza cuando la escasez relativa se hace presente, ya sea por una merma en la provisión por las vías comercial o financiera, o por un aumento de la demanda por encima del promedio gatillado por crisis locales o internacionales.
La pelea para capturar los dólares disponibles tiene los siguientes protagonistas:
* Particulares que desean dolarizar sus ahorros, y dentro de ese grupo quienes también piden billetes para viajar al exterior.
* Importadores que requieren de dólares para comprar bienes y servicios.
* Multinacionales que quieren dólares para girar utilidades a sus casas matrices.
* El Estado, nacional y provincial, que necesita dólares para cancelar obligaciones externas.
* Empresas privadas que precisan divisas para abonar vencimiento de intereses y capital de deuda externa.
* El Estado nacional también busca dólares para acumular reservas internacionales con el objetivo de garantizar mayores grados de autonomía frente a corridas cambiarias y a crisis externas que pueden provocar situaciones de inestabilidad financiera.
¿Se puede satisfacer al mismo tiempo toda la demanda de dólares que pretende cada uno de esos sectores?
El recorrido histórico de la economía argentina muestra que se trata de un objetivo muy ambicioso, casi imposible, desde el comienzo de la industrialización por sustitución de importaciones en la década del ’40 e integración financiera al mercado mundial en la década del ‘70. Se requiere como condición básica para lograrlo modificar la estructura productiva desequilibrada.
Daño
El argumento de que el control cambiario no sería necesario si se aplicara un fuerte ajuste fiscal para que, con un gasto público reducido, disminuyera la inflación y, por lo tanto, se aliviaría la presión cambiaria porque se alejaría la restricción externa, es una muestra de un desconocimiento importante del funcionamiento de la economía argentina o de un fanatismo ideológico conservador.
El control de cambios en la economía macrista fue muy tardío. En realidad, no debería haberse eliminado el existente en 2015. Podía haberse pulido, adaptándolo a nuevas condiciones políticas. Pero no eliminarlo. Hacerlo provocó un daño muy grande a la estabilidad económica sólo por cumplir con un dogmatismo ideológico que ignora la presencia dominante de la restricción externa (la escasez relativa de divisas, que significa que no hay dólares para todos en todo momento y en la cantidad que se quiera).
Son tantas las experiencias de crisis derivadas de la insuficiencia de dólares en la historia de la economía argentina que resulta sorprendente que todavía existan economistas que postulen un esquema de desregulación total del mercado de cambios y de la cuenta capital. En realidad, detrás del velo del análisis académico, lo que defienden es que los sectores sociales entrenados en fugar capitales puedan seguir haciéndolo sin interferencias.
El saldo de esta apertura financiera, como sucedió con la realizada durante la última dictadura militar y en la década del ’90 con la convertibilidad, fue un endeudamiento externo insostenible y una crisis inmensa. La economía macrista ha provocado una masiva transferencia de ingresos desde la economía real hacia el capital financiero, y este resultado no puede ser disociado del régimen monetario, cambiario y financiero impulsado desde el Banco Central.
Eliminar el «cepo» al comienzo del gobierno para terminar con uno más rígido deja en evidencia el daño innecesario y evitable de una medida demagógica del macrismo. A esta altura se sabe, y quien no lo sepa es porque no ha estudiado la dinámica de la economía argentina, que los dólares no alcanzan para hacer frente a la demanda del sector externo, el pago de la deuda y la fuga de capitales.
El debate central a partir del próximo 10 de diciembre apuntará a determinar qué sector deberá limitar su capacidad de demandar dólares. No habrá billetes verdes para todes. Será una restricción que políticamente deberá aceptarse para luego saber explicarla.
El próximo gobierno tendrá que prepararse para transmitir que es conveniente adaptar los instrumentos económicos disponibles y graduar las respuestas posibles de política cambiaria, dado el conjunto de restricciones internacionales y locales, en función del bienestar general y del desarrollo nacional.