Subió las escaleras del Monumento de los Dos Congresos, cual estrella de Hollywood, a recibir su Oscar y, con orgullo, alzó con sus dos manos la pancarta que decía: . Aún hoy ese lema provocaría el escándalo al que incitó en aquella época”.
Ocurrió el 8 de marzo de 1984. Hace exactamente cuatro décadas, con una democracia que había retornado recientemente y exponía sus deudas pendientes hacia las mujeres. Fue en el marco de la primera actividad masiva de la Multisectorial de la Mujer, creada en 1983, un colectivo que congregaba a amas de casa, agrupaciones políticas de izquierda, organizaciones de derechos humanos y sindicatos de distintas filiaciones.
La escena quedó inmortalizada en una foto que se hizo presente inmediatamente en la prensa, acompañada de epígrafes indignados. De fondo, se veían carteles con otras consignas como: “Despenalizar el aborto”, “Machismo es fascismo”, “Lo personal es político. Maternidad libre y consciente”, “Si los platos limpios son de ambos, que los sucios también lo sean”.
La interrupción voluntaria del embarazo no era una demanda central de la época para los partidos mayoritarios. Citando a Bellucci, durante el alfonsinismo parecía quedar claro que con la democracia se comía, se curaba, se educaba… pero no se abortaba. Claro que la voluntad de activistas y autoconvocadas era otra.
En aquel 8M icónico, Oddone representaba, aunque no sin conflictos internos dentro del grupo y del movimiento de mujeres en general, a la Organización Feminista Argentina (OFA), que había fundado durante la transición democrática. Su trayectoria, sin embargo, se remontaba a los convulsionados setenta.
María Elena Oddone llegó a la Argentina tras haber vivido en Canadá, donde había entrado en contacto con los movimientos de derechos civiles, los hippies, las feministas de la Segunda Ola, y la oposición a la guerra de Vietnam. Con ese espíritu, ya en Argentina, inauguró los primeros grupos feministas de “autoconciencia” (que habían cobrado fuerza en el norte del continente) y comenzó a establecerse como una referente local.
Su marido la obligó a elegir: el feminismo o él. Indomable, decidió separarse y redoblar la apuesta. En 1972, creó el Movimiento de Liberación Femenina (MLF), uno de los grupos pioneros de la época, que buscó llevar al centro de la vida pública las problemáticas antes consideradas como “domésticas” o “personales”.
Las tensiones (y cruces experimentales) entre el feminismo y la izquierda revolucionaria marcaban el panorama. Oddone se oponía a la “politización” del movimiento y a la entrada de debates que estaban ocurriendo a nivel continental (desde los fusilamientos de Rawson al golpe de Estado en Chile). Su objetivo era que la batalla contra la opresión específica contra las mujeres no quedara subsumida por determinaciones de clase. La preocupación tenía fundamentos concretos, aunque podría argumentarse que limitó el campo de acción y discusión de las feministas del MLF.
De todas formas, no era ajena a otros movimientos de liberación. Se vinculó al Grupo Política Sexual, de militancia por la diversidad, que bregaba en su manifiesto contra “la moral sexual en la Argentina”. Enfrentándose a la posible represión, les prestó la oficina donde publicaba la famosa revista Persona como espacio de reunión. Así, se hizo amiga de Néstor Perlongher, quien entonces militaba en el Frente de Liberación Homosexual.
La dictadura implicó un fuerte golpe a todos los militantes por el cambio social. La represión física e ideológica marcó el paso durante los oscuros años de régimen militar. El feminismo entró en un marcado retroceso, del cual salió durante la década del ochenta, con nuevas demandas y protagonistas.
El MLF regresó, renombrado como OFA, con Oddone todavía a la cabeza. Ella decidió hacer de la visibilización una herramienta: aparecía en radio, en televisión, en medios gráficos. No todas sus compañeras compartían sus formas, ni su estrategia. De hecho, el 8 de marzo de 1984, muchas no querían que cobrara protagonismo y ya circulaban rumores acerca de su “mala fama”. Pero complacer nunca fue su característica. Sola, espléndida, taconeó las escalinatas de uno de los escenarios de tantas batallas políticas argentinas.
La activista no estuvo exenta de controversias y actuaciones cuestionables. En 1985, mientras las valientes mujeres de la Plaza buscaban aliados y aliadas en su lucha por memoria, verdad y justicia, Oddone redactó una carta en la que expresaba: “Las presiones que reciben algunas de las integrantes del M.F. (Movimiento Feminista) para que este grupo adhiera a las Madres públicamente y se tenga un contacto frecuente con esas señoras, es resistido por unas pocas feministas, entre las que me encuentro, porque no vemos entre ambos grupos otra coincidencia que no sea la de ser mujeres, punto en común que no es suficiente para desarrollar una línea ideológica que conduzca a otras coincidencias que no existen. La popularidad en el país y en el extranjero adquirida por las Madres de Plaza de Mayo, ha llevado a algunas feministas a rendirles una adhesión fanatizada que les hace desdibujar los objetivos del M.F.”.
Incluso llegó a sugerir que existía una igualdad de responsabilidad entre las fuerzas armadas y las víctimas del terrorismo de Estado. El repudio dentro del movimiento no tardó en llegar. Oddone, destacada iniciadora de discusiones y formas de organización, se apartó –y fue apartada– del movimiento.
Su proclama de 1984 permanece hasta hoy como testimonio de que no hay movimiento vivo sin hitos, controversias, combates internos, evoluciones no lineales, contradicciones. Como una prueba más del lema que implícitamente motivó su recorrido (“lo personal es político”), cuando el divorcio se legalizó y se separó formalmente de su expareja, los jueces remarcaron durante el proceso que ella “denostaba la maternidad” en nombre del placer.
En el 2001, tras una ausencia del ojo público, lanzó su autobiografía, La pasión por la libertad. Memorias de una feminista. En cada línea, se observa una disputa con el feminismo de inclinación política, las feministas setentistas que realizaron experiencias con las izquierdas y los grupos surgidos durante los ochenta.
Oddone no se oponía –contra cualquier exceso de literalidad propio de los tiempos que corren– a la reproducción; ni juzgaba a las madres o a las amas de casa, con las que compartió aquella plaza colmada en los albores de la democracia recuperada. En cambio, ponía énfasis en la libertad. Para elegir, para criar en un ámbito propicio y disfrutar de la decisión de maternar o no.
Contra la hipocresía misógina, que atiza mandatos centrados en la familia tradicional y busca relegar a las mujeres al hogar, mientras atenta contra su libertad, fueron las- feministas quienes primero cruzaron los horizontes entre gestación y goce en un sentido amplio. En distintas latitudes y tiempos históricos, reclamaron maternidades deseantes, deseadas y deseosas.
Este fue –entre otros– uno de los temas del Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina, celebrado en mayo de 1910. Ya entonces, militantes socialistas y activistas feministas señalaban la contradicción entre las exigencias sociales y la realidad económica de gran parte de la mujeres. Planteaban, por ejemplo, la cruel realidad en las fábricas y lugares de trabajo, donde las obreras embarazadas eran despedidas, sometidas a jornadas extenuantes y tareas riesgosas que ponían en riesgo su salud y la de sus hijos. En este sentido, exigían al Estado guarderías, licencias, derechos. Reclamos que siguen vigentes, sobre todo para el gran universo de mujeres con empleos no registrados.
“No a la maternidad, sí al placer“ es una frase disparadora, que condensa debates históricos dentro del movimiento de mujeres. Incomoda, porque aún hoy da en el blanco de la estructura patriarcal, de los estereotipos desteñidos y de un capitalismo voraz que vuelve cada vez más irreconciliables ambos términos.