El objetivo número uno de Mauricio Macri es ganar tiempo. Es decir, que el antimacrismo y el no-macrismo le den aire hasta fin de año. Que se hagan los tontos ante la Ley de Presupuesto. Que si deciden moverse, tambaleen. Que se enreden y se caigan. Que se peguen un tiro en el pie. Y que, mientras tanto, el dólar no se dispare otra vez.
El objetivo número dos es que la gente se atonte, olvide sopesar si su vida cotidiana está mejor o peor y crea que el juego recién empieza. Casi casi como si la Argentina estuviera en el 10 de diciembre de 2015 y fuese el tiempo de las promesas.
Aquel discurso de 2015 incluyó la promesa de entrar en el siglo XXI, un hecho que según Macri se habría retrasado. Luego, ya en 2016, vendría la promesa de un maravilloso segundo semestre. Y más tarde, la certeza de la lluvia de inversiones.
Dos años y siete meses después de su asunción, el Presidente y su equipo parecen apostar a la licuación de la historia. El aumento en el valor del dólar en un 47,5 por ciento solo durante este año queda incluido en el rubro “tormentas”. Es el sueño de las compañías aéreas. Si te quedás varado en el aeropuerto cinco días por un tornado, corrés con los gastos. Son razones de fuerza mayor. Las aerolíneas solo te pagan hotel y comida si el problema fue de ellas y la demora culpa suya.
En el relato de Macri la megadevualuación fue obra de Madre Naturaleza. No computa ni la supresión de restricciones al movimiento de capitales, ni la anulación de límites para remesar dividendos al exterior, y tampoco los dólares gastados en turismo y, entre otras cosas, la pérdida de trabajo argentino y de impuestos percibidos cada vez que una familia volvió a la patria con ropa nueva made in Extranjia. Entonces, como todo es fuerza mayor, a embromarse.
El planteo no solo es falso porque no se trató de una tormenta sino de un bombardeo. Busca opacar que incluso los fenómenos naturales afectan de modo distinto a cada sector social. Entonces, la calidad popular de un Estado se mide también por el tipo de reacción ante las catástrofes. Cuando las ciudades se inundan siempre el agua destruye más las casas de los barrios bajos. Es simple: los centros urbanos escurren de arriba hacia abajo. El cuidado es selectivo y la prevención suele ser clasista. También el sistema de alarmas.
Hay ejemplos históricos notables. Mientras en agosto de 2005 el huracán Katrina arrasaba Louisiana, Mississippi y Alabama, con más de mil muertos y un daño de 100 mil millones de dólares, el presidente George Bush seguía de vacaciones en su rancho de Crawford, Texas. Cuando dejó el rancho y observó el desastre desde el aire, la difusión de esa foto estampó la imagen de un presidente distante en un momento de catástrofe. Hasta los fenómenos naturales desnudan la esencia de un político.
La batería de Macri se completa estos días con la idea de que recurrir al Fondo Monetario Internacional era inevitable cuando se trata, en verdad, de una decisión política. El Gobierno hace circular las parábolas sanitarias. La Argentina sería el paciente y el Fondo un médico. Si fuera así, la historia revela que habría que demandarlo por mala praxis por desparramar infecciones controlables. Iatrogenia. También hay parábolas caseras. Si no tenés plata y gastaste de más, pedís prestado. Otra falacia: desde chiquito aprendés que nunca hay que acudir al prestamista del barrio. Podés terminar con un balazo en la rodilla, y ni hablar de lo que pasa si la suma es grande.
El Gobierno comete errores, naturalmente. Pero no en el rumbo: transferir ingresos al sector financiero, asegurar superganancias a las empresas de energía y fugar divisas en libertad están en su ADN. Como la lejanía de Bush.