A principios del nuevo siglo, Nickelodeon se presentó como el canal infantil de vanguardia, el que rompía los esquemas de lo que se consideraba la televisión hecha para niños. Todo era color, movimiento, frenesí. Uno de los puntales creativos de esta revolución del entretenimiento fue Dan Schneider. Un ex actor devenido en showrunner de programas que remedaban clásicos para público adulto pero en clave infanto juvenil, publica Infobae.
Así, All That era una especie de Saturday Night Live para menores de 11 y sus otros shows usaban fórmulas que triunfaban en las mejores sitcoms. Uno de los grandes méritos de Schneider era su ojo para encontrar niños y niñas con encanto y que tuvieran gracia natural frente a las cámaras. Así sus programas se convirtieron en una fábrica de estrellas infantiles.
Al mismo tiempo sus programas eran una aceitada factoría de presiones, vicios y hasta delitos aberrantes sufridos por sus jóvenes actores. Todas las tensiones y los males del mundo del espectáculo recaían sobre los niños que aparecían, espléndidamente sonrientes, delante de cámara.
El horror detrás del éxito
Pocas semanas atrás Max estrenó la serie documental Quiet On Set, en la que en cuatro capítulos (ahora se agregó un quinto con nuevas entrevistas y con repercusiones del estreno de la serie), se narran las condiciones en las que esos chicos trabajaban bajo las órdenes de Schneider y dentro del mundo falsamente idílico de Nickelodeon. Un clima cotidiano tóxico, repleto de exigencias desmedidas, maltratos, desprotección absoluta y expuestos a predadores sexuales (en un año tres participantes del equipo técnico y artístico del programa principal fueron detenidos y condenados por abusos sexuales contra chicos del elenco).
El documental lleva en castellano el título (explícito) de El Lado Oscuro de la Fama Infantil. En el original juega con el doble sentido: Quiet On Set es la frase que se dice pidiendo silencio antes de empezar a filmar y también refiera al silencio de la cadena, sus directivos y otros productores importantes ante las vejaciones y abusos sufridos por los niños.
El documental ha tenido gran impacto. Un productor estrella, actores juveniles que tuvieron status de estrella (luego caídos en desgracia) denunciando abusos y violaciones a cámara, la descripción de un ambiente hostil y enfermizo, los testimonios de los que padecieron el maltrato y luego fueron desechados por la industria.
Si bien los señalamientos sobre Schneider y sobre Nickelodeon (y la increíble pasividad de sus directivos) son novedosos, la situación es muy antigua: Hollywood, y cualquier otra industria del espectáculo, suele destrozar a los niños. No los cuida, los expone a presiones, a una vida que no es acorde con su edad, los somete a maltratos y, siempre, termina siendo impiadoso con ese niño. Y muy desagradecido.
Los ejemplos son múltiples. Algunos más dramáticos que otros. De Jackie Coogan a Macaulay Culkin, pasando por Drew Barrymore y Corey Feldman. Hasta podríamos llegar a las estrellas infantiles de los 90s y 2000s de Nickelodeon y Disney.
Ascenso y caída de Amanda Bynes
Amanda Bynes fue un descubrimiento de Dan Schneider. Le habían hablado de una nena de 9 años muy desenvuelta y una tarde fue a un club de comedia a escucharla en una fecha infantil. Unas pocas horas después, Amanda firmaba contrato con Nickelodeon. Después de un gran paso por All That tuvo su propio show. Se convirtió en una estrella. Tapas de revistas, presentaciones, contratos millonarios, películas. Su caída fue estrepitosa. Adicciones, delitos, rehabilitaciones fallidas. Y toda ante la mirada del público. Otra chica que Hollywood devoró.
Junto a ella trabajaba Drake Bell en un personaje secundario que a fuerza de simpatía, belleza física y una buena voz se ganó su propio protagónico en Drake and Josh. Drake fue otro que no superó la barrera para trasladar su éxito infanto juvenil a la adultez. Pero su caso, nos enteramos gracias a Quiet on The Set, se agrava porque fue víctima de reiterados abusos sexuales por parte de Brian Peck, entrenador de diálogo y actor de la serie.
Brian Peck, de más de 40 años en su momento se fue acercando a Drake. Cada vez más, hasta que una noche, ya ganada la confianza de él y su familia, derribadas las precauciones, cometió el primer abuso. Luego se reiteraron. Cuando a Drake le preguntan en el documental qué fue lo que este hombre hizo con él sólo atina a responder: “Lo peor que puedas imaginar”. Los responsables del documental, con algo de mal gusto, toman algunas palabras que definen esos actos del expediente judicial posterior y las resaltan en pantalla. Drake soportó los abusos por varios motivos. Por un lado no llegaba a comprender del todo qué era lo que estaba mal; por el otro él- como tantas otras víctimas- se sentía culpable del daño que le propinaban. Pero principalmente porque temía perder su lugar en la industria, lo que tantos años le había costado conseguir. Estaba a meses de encabezar su primera serie en una de las cadenas de moda como Nickelodeon y el miedo a quedarse sin aquello que había ambicionado desde que había hecho su primera audición a los 4 años lo llevó a refugiarse en el silencio. Esos años merodeando los estudios y los sets de filmación le habían hecho entender que al que hablaba no le iba bien. Y también había visto a productores desechando a primeros actores por otros menos conflictivos. Los chicos del mundo del espectáculo saben, como pocos, que nadie es imprescindible.
La madre de la novia de ese entonces de Drake descubrió que algo malo pasaba. Lo llevó a un terapeuta y al poco tiempo, Drake pudo contarle a su madre toda la verdad. La mujer hizo la denuncia a la policía. Drake en largos interrogatorios describió cada uno de los encuentros y tuvo que brindar detalles físicos minuciosos para que la denuncia cursara. Peck fue detenido y luego juzgado y condenado. El documental muestra que varias personalidades de Hollywood –casi medio centenar- escribieron cartas al juez para pedirle clemencia y hablando bien del abusador. Drake cuenta que en las audiencias había más gente que apoyaba al abusador que a él.
Poco tiempo después, todavía con la condena condicional vigente, Brian Peck fue contratado por Disney.
En su momento no se supo el nombre del denunciante porque Drake era menor de edad y la justicia lo protege de la exposición pública. Lo que sí se supo fue que en el lapso de un año hubo tres adultos que trabajaban en Nickelodeon en contacto con los niños actores que fueron condenados por pedofilia. Pero nada sucedió, nada cambió. Nadie hizo escándalo, las autoridades no removieron a los productores, no iniciaron investigaciones especiales, no crearon protocolos de prevención y muchos menos equipos de protección para los niños del elenco. Como si fueran malos directores técnicos del torneo de ascenso de Argentina parecían decir: equipo que gana no se toca.
El calvario en las grabaciones
Dan Schneider producía, mientras tanto, éxito tras éxito. Era como el magnate de los programas juveniles. El clima de trabajo en sus shows era irrespirable. Todos (adultos y niños) sometidos al arbitrio, a los caprichosos, de un ser todopoderoso que hacía y deshacía en el estudio. Omnipresente, reía y gritaba, mandaba sin contemplaciones, obligaba al personal femenino del equipo a hacerle masajes, maltrataba. Nadie le decía nada: tenía mucho rating. Y el rating es poder. Los directivos preferían mirar para otro lado y los empleados temían perder su trabajo. Pero no sólo perder ese empleo que tenían con Schneider sino cualquier posibilidad en la industria. Lo más probable es que su destino fuera el exilio definitivo del ambiente. Era conocido que las denuncias por ámbitos laborales hostiles, discriminación y conductas impropias terminaban perjudicando al denunciante, a la víctima.
Algunos de esos excesos comenzaron a verse en la pantalla. Había chistes y gags muy sexualizados, situaciones que simulan eyaculaciones y una obsesión por los pies que rozaba el fetichismo.
El documental Showbiz Kids, estrenado un par de años atrás, abre con una leyenda impresa, corta e impactante, un epígrafe perfecto para ilustrar su tema: “Por año 20.000 niños se presentan a audiciones en Hollywood. El 95% no consigue ningún papel”.
Drake Bell cuenta que después del colegio, durante su infancia, todos los días iba a castings acompañado por su padre. Y él tenía suerte. Cada tanto quedaba elegido para alguna publicidad o un bolo en una serie del prime time. Pasado un tiempo de esa vida, ni él ni su padre ambicionaban ya un gran papel; los anhelos se habían morigerado. Sólo querían quedar fijos, en un papel menor, decididamente secundario, en un programa de televisión diario o semanal. Buscaban un empleo fijo, una excusa para dejar de someterse a pruebas, a la incertidumbre del llamado, a lo inexorable del rechazo, cada día. Por eso cuando ingresó al elenco de All That, el ciclo de Nickelodeon sintió alegría y alivio. No le preocupó que su papel no fuera protagónico.
Los chicos se convierten en la tabla de salvación de padres ambiciosos. En ellos está puesta la expectativa (y muchas veces las frustraciones parentales). Son el boleto de ida hacia la fama, el dinero, hacia una gloria ajena y desteñida pero, al menos, cercana.
La condena de crecer
En el éxito precoz de estos niños hay algo que prefigura su fracaso futuro. Al público no le gustan los cambios. Quieren que siempre sigan siendo los que eran cuando los vieron por primera vez. Lo que los condena es crecer. Deben ser chicos para siempre.
Si sólo un 5% consigue superar los castings (y no estamos hablando de protagónicos en grandes blockbusters: papeles secundarios, bolos, pequeñas intervenciones en publicidades), de ese 5% una fracción ínfima logra hacer el trasvase a actor adulto. La maquinaria y la pubertad se los devora.
También el quemar etapas, la fama y el dinero prematuros, la ambición de los padres, la laxitud en los controles ante el temor de perder todo lo conseguido.
La presión es enorme. Llegar, abrirse paso entre otros miles que buscan lo mismo, responder a las expectativas de los padres primeros, después a las del público y la prensa. Recibir una atención desmedida. Tener algo que, quizá, nunca se animaron a soñar. Pero, al mismo tiempo, no tener lo que todos tienen: una vida normal.
Ya nadie, ni siquiera su familia, reacciona con ellos de la misma manera. La normalidad es un concepto ausente, se fracturó, explotó en mil pedazos y aunque la atención pública morigere, aunque el cine no los contrate nunca más en la vida, eso que quedó triturado, que se perdió, es irrecuperable. El peso se multiplica porque encima deben vivir con la nostalgia sobre sus hombros. Aún cuando a muchos les falte todavía para cumplir los 20 años.
Pese al éxito, los millones, las revistas y los fans, hay un momento en que los chicos actores quieren otra cosa. Desean lo mismo que tiene el resto. Ser normales. Una vida sin ser mirados, ir a la escuela, tener relaciones simétricas de amistad, tiempo libre, jugar, reír gratis.
Pasados los años, una vez ya adultos, los actores repiten una frase. Sostienen que los productores, los agentes, sus familias empujaron demasiado sus límites. Todos repiten la misma expresión Pushing your boundaries. Les piden cada vez más. Deben lidiar con asuntos y presiones que no se corresponden con su edad. E, inevitablemente, terminan rotos.
El estreno de Quiet On Set tuvo un gran éxito y generó muchas repercusiones. Muchos medios recordaron algunos antecedentes recientes de Drake Bell. Un par de años atrás, Bell se declaró culpable en un caso por Grooming y contactos sexuales impropios con una menor. Cuando empezó el grooming la chica tenía 12 y al llegar a los 15 los intercambios de mensajes adquirieron ribetes claramente sexuales, incluidas fotos explícitas. La chica lo acusó también de haber tenido contacto sexual en un recital. Bell se declaró culpable y recibió una pena en suspenso y una probation que lo conminó a realizar 200 horas de trabajo comunitario. En ocasión del estreno de la serie documental, en las entrevistas, además de hablar de los abusos sufridos debió referirse a los que propinó. Drake Bell dijo que su actitud fue irresponsable, reconoció el intercambio durante años de los mensajes pero negó las acusaciones más graves. Dijo que sólo se declaró culpable ante la justicia para terminar antes con el caso y porque su situación financiera era mala.
Dan Schneider siguió trabajando muchos años para Nickelodeon. En algún momento ante acusaciones de maltrato laboral y actitudes impropias debió alejarse del set pero siguió supervisando cada uno de sus programas desde su oficina. Pero en 2018 fue desvinculado de la empresa. El comunicado oficial hablaba de un trato de común acuerdo pero la realidad es que Schneider como tantos otros no pudo surfear la ola del Me Too. Fue uno de los arrastrados por el efecto. Lo paradójico que las acusaciones sobre él se conocían desde hacía décadas pero nadie había hecho nada. Nadie se le había animado hasta que el clima de época fue diferente.
Dan Schneider, obligado por las repercusiones de Quiet On Set, dio, pocos días atrás, una entrevista en la que negó las principales acusaciones (no aceptó participar en el documental; los realizadores lo citan a través de algunas placas en las que rechaza las más duras alegaciones). Dijo que en la actualidad actuaría de otra manera, con más contemplación y paciencia, sin generar situaciones que pudieran ser mal interpretadas pero negó cada una de las acusaciones más relevantes. En sus palabras, en sus gestos ante la entrevistadora, se pueden adivinar sus ganas, su esperanza, de volver al ruedo. Parece difícil que eso suceda. Los tiempos han cambiado.