Como personaje bíblico, Mauricio Macri lleva grabadas en la frente esas tres letras malditas. Pero ahora una encuestadora cercana al gobierno afirma que el 75 por ciento de la sociedad –un gran porcentaje de los cuales lo votó– rechaza la decisión de reabrirle las puertas al FMI.
Es como una maldición divina que tantos ciudadanos de ese 75 por ciento no vieran en el 2015 esa marca tallada a fuego y hayan confiado en promesas electorales de una mejora económica que nunca se cumplió. En sus intereses y en su historia como empresario, en su formación neoliberal, en sus elogios a Carlos Menem (designado “nuestro mejor alumno” por el FMI) y en cada una de las declaraciones que formuló, se podían observar esas letras escritas a fuego en su frente. Y no necesita ninguna condición del stand by para aplicar esas políticas, porque son las que viene aplicando y las que condujeron a este desastre de la economía.
El 75 por ciento tiene razón. La experiencia demuestra que cada vez que Argentina aplicó las recetas del Fondo, a la gran mayoría del país le cayó la desgracia como si fueran las siete plagas de Egipto y sufrió todo tipo de calamidades, desde hiperinflaciones hasta la expropiación de sus ahorros, incluyendo empobrecimiento, desocupación y destrucción de la educación, la ruina de la salud pública y el éxodo masivo de los jóvenes. Son recetas que solamente pueden favorecer al complejo agroexportador, al capital concentrado de las grandes corporaciones y a los bancos con su gran casino de deuda, tasas de interés y devaluaciones.
Hubo presidentes que se resistieron al monitoreo del FMI. Perón no dejó que entrara. Arturo Frondizi trató de impedirlo, pero le torcieron el brazo. Raúl Alfonsín también trató de frenar las exigencias del Fondo y le pasó lo mismo que a Frondizi. Después de hiperinflaciones y la crisis monumental de 2001-2002, la peor en la historia del país, causadas por las políticas impuestas por el Fondo, en el 2006, Néstor Kirchner pagó la deuda y le cerró las puertas. Fidel Castro había hecho lo mismo en 1964 en Cuba y Lula lo había hecho en Brasil unos días antes que la Argentina.
Las tres letras, el número de la bestia, el animal con siete cabezas y once cuernos, la historia argentina se somete al mito, supera la racionalidad y se convierte en pasaje del antiguo testamento o en Prometeo encadenado eternamente devorada por los buitres. Hay cuadros tragicómicos: Elisa Carrió sale en defensa de Macri ante las protestas por el tarifazo: “Macri siente las dificultades de la gente por las tarifas, pero no lo puede expresar porque es ingeniero”, dice y en ese momento se le corta la electricidad. Luis Barrionuevo, que juega para Cambiemos pero no quiere que se sepa, dice que “Macri me tomó por boludo”, y se fotografía con Carlos Arroyo, el intendente macrista de Mar del Plata, acusado de fascista, que dice cosas como “vamos a mandarle alguna chica bonita a los empresarios para que vengan a invertir”. El presidente que creía que por su rubia cabellera y azules ojos habría una lluvia de inversiones y el otro que cancherea con chicas bonitas para que los empresarios se pongan.
El escenario se disloca con personajes, se desborda con Carrió o Barrionuevo y Arroyo o con ministros que tienen sus fortunas en dólares y en el exterior y se preocupan por la corrida del dólar cuando varios de ellos se han dedicado a provocar corridas, o el simbólico y eterno descanso del gran presidente CEO. Todo miami-titiritesco mientras miles de argentinos pierden el trabajo, la inflación y los tarifazos le devoran el salario a los que trabajan y hacen polvo los pocos ahorros en pesos que hayan podido juntar. Y los que tienen dólares no los pueden retirar, como en las peores épocas, y el ingeniero que “sufre” por todo eso que provocó, “pero no lo puede demostrar” porque es ingeniero mientras disfruta de sus eternas vacaciones y el que designó como interventor del PJ se junta con el que le quiere mandar chicas bonitas a los empresarios.
Son ciclos que se repiten desde “hay que pasar el invierno” de Alvaro Alsogaray” de los primeros años 60 hasta “hacia el fin de siglo la deuda externa será insignificante” de Domingo Cavallo en 1993. El ministro Nicolás Dujovne se reunió 40 minutos con la presidenta del FMI, Cristine Lagarde. Para lo único que hay tiempo en ese lapso es para decir que sí a todo. No se negocia, como hicieron con los fondos buitre. La palabra es simplemente: “Ordene”, que en este caso para el neoliberalismo tiene el doble significado de dar una orden y de poner las cosas en su lugar.
Dujovne informó que espera recibir un crédito stand by, que son los que ponen más condiciones. Pero las exigencias que puede reclamar el Fondo van en el mismo sentido que las decisiones que ha tomado el gobierno. Gran parte del año pasado hizo demagogia para llegar a las elecciones de medio término y prometió que no aumentaría las tarifas, que no habría devaluación y que apoyaría a la educación pública. Las mismas promesas del 2015 que fueron prolijamente incumplidas.
Tras las elecciones, Macri se reunió con Roberto Caldarelli, un técnico del FMI con el que acordó la reforma laboral y la reforma previsional propuestas por el organismo. Pasaron las elecciones y el gobierno ya estaba aplicando las sugerencias del FMI. Pese a la protesta masiva, pudo aprobar la reforma previsional con el apoyo de los gobernadores y redujo en más de cien mil millones de pesos al año, lo que reciben los jubilados. Y quedó en el tintero la reforma laboral que tratará de aprobar ahora apoyándose en la crisis de la economía.
Durante la sesión por el tarifazo en el Congreso, el diputado Martín Lousteau que fue el ministro que inventó las “retenciones móviles” que provocaron la crisis con las patronales rurales, se abstuvo de votar con la oposición. El oficialismo criticó al proyecto que retrotrae las tarifas a noviembre de 2017 durante un año y promueve su aumento sincronizado con el aumento de los salarios, porque no plantea de dónde obtener los fondos que necesita para retirar los subsidios.
Una rareza, el ex ministro que planteaba aumentar las retenciones ahora es aliado con el que las eliminó. La respuesta al oficialismo es sencilla. Hasta ahora los aumentos tarifarios no han sido para retirar subsidios, sino para dolarizar el precio de la energía a precios internacionales. Los países que tienen precios internacionales son los que importan energía, pero los que prácticamente se autoabastecen, como Argentina, fijan tarifas que garantizan un margen de ganancia a las empresas y al mismo tiempo proveen energía más barata a sus industrias. La respuesta es que paren el saqueo y reduzcan el precio que les pagan a las empresas de energía, muchas de ellas propiedad de amigos y socios de miembros del gobierno. Y luego, que regulen los aumentos con los salarios.
El jefe de la bancada oficialista, el radical Mario Negri usó también el argumento de la pesada herencia. En uno de sus párrafos acusó al kirchnerismo de desfinanciar el Fondo de Garantía Sustentable de la Anses al pagar Fútbol para Todos. Pero ese fondo de garantía siempre dio ganancias con el kirchnerismo, nunca fue a la baja en esa época. Claro que probablemente su liquidación sea ahora uno de los objetivos del FMI para apurar el resurgimiento de las AFJP.
Negri insistió también con el déficit fiscal que dejó el kirchnerismo por lo que ellos caracterizan como un “festival de subsidios”. Pero el déficit que dejó Cristina Kirchner, medido por el Indec de Cambiemos, era poco más de dos puntos. Era un déficit manejable que el gobierno que representa Negri llevó a más de seis puntos al quitar las retenciones, reducir el consumo y ahora pagar intereses de una deuda incrementada aceleradamente. La receta del FMI se puede sintetizar en reducir el gasto social para bajar impuestos. O sea, sacarle a los pobres para dárselo a los ricos. Porque en la concepción del neoliberalismo, los pobres –trabajadores y desocupados–, son parasitarios de los ricos.
La experiencia argentina en standbys, plan bradies y blindajes sugiere que el acuerdo que está negociando Dujovne será un parche que demorará el estallido final de la deuda. Pero antes de este acuerdo Macri siempre fue el FMI. Tiene la marca en la frente, nunca la ocultó, no la vio el que no quiso o no pudo. Y como dice el Libro del Apocalipsis “el que adore a la Bestia o a su imagen y reciba su marca sobre la frente o en la mano, tendrá que beber el vino de la indignación de Dios, que se ha derramado puro en la copa de su ira”. Es una metáfora, pero viene a cuento. “Así consiguió que todos –pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos– se dejaran poner una marca en su mano derecha o sobre su frente. De manera que nadie podía comprar o vender, si no llevaba marcado el nombre de la Bestia o la cifra que corresponde a su nombre.” (Apocalipsis 13:16-17.) Viene a cuento porque Argentina “ya bebió el vino de la indignación de Dios” (la última vez fue en el 2001-2002) por adorar a la bestia del neoliberalismo.