No hay nada que Mauricio Macri deteste más que la imagen simbólica de un presidente debilitado. El insistente «plan V» (que pondría en su lugar como candidata presidencial a María Eugenia Vidal ) es un rumor que resquebraja seriamente la fortaleza política del jefe del Estado. ¿Por qué alguien o algunos imaginan que para que gane el oficialismo las selecciones presidenciales es mejor que él no esté en la cabeza de la fórmula presidencial? ¿Hay, acaso, intereses oscuros de algunos que se mezclan con las buenas intenciones de otros? Sea como fuere, en la mañana del viernes pasado, y ante un grupo de ministros, Macri dio un golpe sobre la mesa: «El candidato soy yo y eso no se modificará», aseguró. Adiós al «plan V». Plan que, por otro lado, no lo impulsaba Vidal; al contrario, era la primera en alejarse de él.
En rigor, esa alternativa es una vieja idea de sectores empresariales importantes en un país donde los hombres de negocios creen saber más de política que los políticos. Según funcionarios del Gobierno, ese bloque de empresarios incluye un 70 por ciento que actúa de buena fe. Siente pánico ante el eventual regreso del populismo corporizado en Cristina Kirchner . No le creen a ella que haya resignado el poder futuro en manos de Alberto Fernández, si es que el poder les llegara. El argumento no carece de razón.
En la desesperación hiperkinética que provocan tales certezas, hacen correr consejos políticos que terminan por socavar la estabilidad electoral del Presidente. El 30 por ciento restante está inquieto por otras razones: las causas judiciales (sobre todo la de los cuadernos, que sacudió a una parte significativa del empresariado) y cierta discrepancia con la política económica de Macri. Este porcentaje de empresarios deslizó que Vidal podría ser más comprensiva que el actual presidente con las cuestiones de la Justicia. Se equivocan. «Será tan implacable como Macri en la persecución de la corrupción», dijeron los que conocen a la gobernadora. O esa franja de empresarios supone, quizá, que un presidente peronista sería más flexible para resolver sus problemas judiciales. La referencia a la política económica alude a que muchos empresarios argentinos prefieren un gobierno más proteccionista, menos propagador de las ideas de integración al mundo.
El enroque de Vidal por Macri sería, además, un error político y electoral. Vidal es la única dirigente de Cambiemos en condiciones de pelear la crucial gobernación de Buenos Aires en igualdad de condiciones con la oposición cristinista. No hay otra ni otro en Cambiemos que pueda cumplir ese papel. «No tenemos a Messi y a Cristiano Ronaldo para elegir. Tenemos solo a Messi. El resto juega en la B», dijeron con metáfora futbolística cerca del despacho presidencial. Por eso, tampoco será candidata a vicepresidenta, otra habladuría sin sentido. Un dato que suele pasar inadvertido es que Cristina Kirchner tiene su feudo político en el conurbano bonaerense y que en ese distrito electoral las elecciones se ganan en la primera vuelta. Ahí no hay ballottage. No se necesitan, por lo tanto, grandes porcentajes de votos para llevarse todo el poder de la monumental provincia. ¿Por qué Vidal tendría que ser candidata presidencial si a cambio le entregaría Buenos Aires a Cristina Kirchner? ¿Qué negocio electoral sería ese?
El tiempo que resta es módico. Menos de un mes antes del plazo para inscribir candidatos, el cambio de Vidal por Macri sería a todas luces una decisión desesperada, que se percibiría como producto de la certidumbre de la derrota. A Macri lo desgastaron los estragos de las sucesivas crisis cambiarias (con sus consecuencias inflacionarias) en un mundo intensamente volátil. Vidal no habla de la economía nacional como candidata a gobernadora, pero debería hacerlo como candidata presidencial. ¿La corrosión política no le llegaría a ella también en cuanto empiece a hablar de economía? Esos argumentos son los que respaldan la decisión de Macri de preservar su candidatura. Está seguro, además, de que en diciembre volverá a ser presidente.
El costado más extraño de la intensa campaña de estos días por el «plan V» es que sucedió en un momento inoportuno. Las encuestadoras más serias registraron mejores números de confianza del consumidor, en la imagen del Gobierno y de la esperanza de un futuro económico más amable. Esa mejoría parte, eso sí, de niveles muy bajos tras la última crisis cambiaria, que terminó con una inflación en marzo del 4,7 por ciento. La inflación de abril fue del 3,4 y economistas privados estiman que la de mayo podría perforar hacia abajo el número 3. El dólar estuvo quieto en los últimos diez días. La calma del precio del dólar y la tendencia de la inflación hacia abajo son noticias políticas buenas para la administración de Macri. También la política electoral aportó novedades propicias para el Gobierno. Alberto Fernández no tiene la fuerza política de Cristina Kirchner en la nominación presidencial. Pero la aparición de una fórmula definitiva en el cristinismo agitó el mar ya revuelto del peronismo alternativo.