Los «fakes foods» poseen rellenos de sustancias baratas y avanzan en el mercado. Debemos tomar precauciones y aprender a identificarlos.
Fiambre de cerdo para el jamón, medallón de carne a la falsa hamburguesa, y la más reciente, bebida láctea que no es leche, pero se parece. Los ejemplos se multiplican, aunque el fenómeno no es nuevo. La industria está plagada: son alimentos que emulan a otros, pero con ingredientes de peor calidad y, por lo tanto, mucho más baratos.
Su presencia en las góndolas florece de la mano de un contexto económico que, con una inflación anual de casi el 50%, modificó a la fuerza los hábitos de consumo. Según una encuesta de la consultora Taquion, la crisis económica obligó a 7 de cada 10 argentinos a optar por segundas marcas. Ese mismo estudio arroja otro dato revelador: el 82,5% de las personas compra en el supermercado «lo que puede» y no lo que quiere.
Es aquí donde los sachets de «alimento a base de leche», los «rallados» que contienen más suero que queso, la falsa miel hecha de azúcar y la carne picada mezclada con soja cobran protagonismo. Pero, ¿qué tan legal es esta práctica? ¿Es dañina para la salud? ¿Cómo evitar caer en engaños?
«El problema de este tipo de alimentos es que producen confusión en el consumidor en el sentido de que la gente al no estar entrenada y no saber, piensa que está consumiendo un producto que no es», explica el ingeniero en Alimentos Martín Piña a PERFIL.
Sin embargo, el especialista remarca que no hacen mal aunque deben considerarse soluciones momentáneas. «Tiene que ver muchísimo con el contexto socioeconómico, porque es un producto de un precio muy inferior, que en el caso de la leche pueden llegar a costar un 50% menos», señala.
Según explica, estos «falsos alimentos» tienen sustancias de relleno que son más económicas con el objetivo de abaratar costos. Como resultado se obtiene un producto «simil» al original, más barato y de menor valor nutritivo.
Otros ingredientes que se utilizan como «rellenadores» son los colorantes, saborizantes, azúcar, agua, soja, harina y almidón. «Están especulando con lo que las personas hacen en los supermercados que no es mirar los ingredientes, sino hacer compras automáticas. Vos ves una vaca y un vaso blanco y pensás que hay leche ahí, no un alimento a base de leche. Es sumamente engañoso, pero nuestro Código Alimentario permite muchos engaños», expone Barruti.
Todos los alimentos que están avalados para ser comercializados y consumidos tienen la obligación de llevar un rótulo que constituye la principal fuente de información para el consumidor. «Cuando uno lee un rótulo los ingredientes van de mayor a menor, es decir, lo primero que aparece es lo que más contiene ese alimento», explica la licenciada en Nutrición María Cielo Gutiérrez MN 8431.
«El consumidor tiene que saber lo que está comprando, y la responsabilidad es del Estado que regula y de las empresas que deberían poner el porcentaje de los componentes que tienen los productos que están comercializando», agrega la especialista que además remarca la necesidad de que se aclare que no son sustitutos y que no sean ubicados en la misma góndola.