Lo que nadie dice en la pelea por los libros que llegan a las escuelas: uno de cada dos alumnos no entiende lo que lee

«Un alumno que no aprende a tiempo va arrastrando un deterioro educativo que sólo se profundiza”, aseguró Ana María Borzone -especialista en alfabetización inicial-.

viernes 29/11/2024 - 9:06
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“Qué mejor que un domingo de lluvia para leer buena literatura argentina. Sin censura”, tuiteó hace algunos días Axel Kicillof, gobernador de la Provincia. Victoria Villarruel, vicepresidenta de la Nación, recogió el guante y replicó: “Nunca es un buen día para leer libros que exaltan la pedofilia y sexualizan a los niños” y también “¡Con nuestros niños no te metas!”.

Subido cada uno a un rincón del ring, hacían pública su mirada sobre una de las discusiones que resonaba en redes y en los medios de comunicación: ¿a favor o en contra de que libros como Cometierra, de Dolores Reyes, Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, Si no fueras tan niña, de Sol Fantín, y Las primas, de Aurora Venturini, estuvieran disponibles en escuelas secundarias bonaerenses? No como bibliografía obligatoria, aclaró Alberto Sileoni, el responsable de la cartera de Educación de la Provincia, sino como “herramientas de apoyo para los docentes, que abren un mundo al que muchos chicos no tienen acceso”. Disponibles en la biblioteca escolar, dijo también el funcionario.

En efecto, tal como se señaló desde un rincón del cuadrilátero, hay pura literatura argentina en todo eso. En efecto, tal como se señaló desde el rincón contrario, los libros incluyen escenas de sexo consentido y también escenas de abuso sexual. A veces, contra niñas, niños o adolescentes. A veces en clave literaria y a veces en clave de ensayo de no ficción: Sol Fantín, una sobreviviente real, narra ese infierno real.

Ese infierno por el que, según cifras elaboradas por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación entre 2020 y 2021, consultaron 9 niños, niñas o adolescentes por día como víctimas de esos delitos. La gran mayoría -el 77%- mujeres. ¿De qué edad? Sobre todo, de entre los 12 y los 17 años. La edad de ir a la escuela secundaria.

La pertinencia de los libros para estar en las escuelas fue atacada y defendida apasionadamente. Hubo capturas de pantalla de dos párrafos de un libro de 176 páginas para exigir que ese contenido saliera lo antes posible de los recintos escolares, y hubo actos de resistencia y desagravio para que nadie se llevara esos y todos los demás párrafos -y a sus autoras- de las bibliotecas. Algo se perdió en el camino: los lectores. Sus posibilidades reales de comprensión frente a esos cuatro libros. O a cualquier otro. O a una fotocopia. O al enunciado de un problema matemático.

La angustia de no saber

Un viernes de noviembre cualquiera, a 57 kilómetros de la Casa de Gobierno de la Provincia y a 24 del Senado de la Nación, María se sube a un micro escolar que ya no está en condiciones de serlo pero que, destartalado, cada semana recorre distintos barrios del partido de Esteban Echeverría. Tiene un carrito de hacer las compras, también destartalado, y un objetivo claro: juntar toda la verdura y fruta que pueda llevarse del descarte de los mayoristas del Mercado Central para que en la casa en la que vive con su marido y sus tres hijos alcance la comida.

Levantará tomates del piso, revolverá atados de acelga dentro de un volquete, revisará cómo están las cabezas de ajo que caen de un cajón que ya no puede salir a la venta. Le contará a Infobae que el salario registrado de su esposo ya no alcanza, que carne ya es imposible comprar. Y que fruta también.

Al pasar, en medio de la narración de su pobreza, la de su familia, la de sus vecinos y la del 52,9% de los argentinos, habla de su segundo hijo, el mayor de los que todavía están en casa: “Empezó el secundario este año pero me pidió ir a uno no tan cerca de casa. Terminó sexto grado y casi no lee ni escribe. Le da vergüenza, entonces no quiere ir con los chicos del barrio. Yo no sé cómo ayudarlo, no sé cómo enseñarle a leer y en la escuela no aprendió”, cuenta María, vecina del barrio El Fortín.

Su compañera de micro destartalado y de revisación de tomates perita se llama Vanesa. Es madre soltera de cinco hijos, la caída del consumo la dejó sin trabajo en el taller de zapatillas que la empleaba y, dice, es “experta en ensanchar guisos”. Dos de sus cinco hijos todavía van a la escuela: “La de tercer grado reconoce las letras pero no logra formar la palabra cuando intenta leer o escribir. El de cuarto año de la secundaria lee pero no de corrido, y algunas cosas entiende y otras no. Pero yo veo a los amigos y están todos igual, ninguno entiende todo lo que está escrito, y si es más largo peor”, describe. Y se enfoca en lo suyo: llenar el changuito con alimentos por los que nadie pagaría y que van camino a la podredumbre.

Ni el hijo de María ni los de Vanesa son casos aislados, ni una casualidad llamativa en un micro en el Conurbano bonaerense. En Argentina, este país en el que el 66,1% de los menores de 14 años vive por debajo de la línea de pobreza, casi la mitad (46%) de los chicos de tercer grado se ubican en el nivel más bajo de lectura de los estipulados por el Estudio Regional Comparativo y Explicativo (ERCE) que llevó a cabo la Unesco en 2019. Eso, en criollo, quiere decir que cuando leen -en caso de poder hacerlo- un texto pensado para su edad, no pueden encontrar información literal cuando se los pide una consigna, ni hallar relaciones entre distintas escenas que también se describen de manera literal, ni formular una inferencia a partir de lo que el texto sugiere o reitera. En muy criollo: no entienden.

Un 46% de nenes y nenas en tercer grado que se ubica en el nivel más bajo de lectura es un escenario más crítico que el de Latinoamérica en general, donde el 36,7% de los chicos de esa edad se encuentra en ese nivel.

“La sociedad no ha tomado verdadera conciencia de la gravedad de la situación educativa. Hay más de 50% de pobreza, y si a eso le agregamos la baja calidad educativa, la dificultad de terminar el secundario con saberes adecuados en cuanto a poder comprender un texto que se lee, ¿qué futuro vamos a tener?”, enfatiza Ana María Borzone, destacada especialista en alfabetización inicial.

La crisis para los chicos argentinos es todavía más profunda entre los alumnos de menor nivel socioeconómico: en ese extremo de la pirámide poblacional -cada vez más ensanchado-, el 61,5% de los estudiantes de tercer grado apenas alcanza el nivel más bajo de lectura. Del otro lado del escenario socioeconómico los resultados también empeoraron con el correr del tiempo: uno de cada cuatro estudiantes de las familias más ricas se ubica en el nivel de lectura más bajo.

Del otro lado de las posibilidades de lecto-comprensión, los alumnos argentinos que alcanzan el nivel más alto de lectura entre los establecidos por Unesco son apenas una minoría: el 14%. Otra vez, el desempeño está por debajo de la región, que promedia un 21%.

“El aprendizaje de la lectura y de la escritura es el pilar de base para todos los aprendizajes de las diferentes áreas. Tener dificultades en la comprensión lectora genera barreras para poder adquirir otros saberes porque es la llave para acceder al conocimiento, un prerrequisito para aprender y sobre todo poder comprender”, explica Sandra Ziegler, directora de la Maestría en Ciencias Sociales con orientación en Educación de FLACSO.

Las pruebas Aprender que se llevaron a cabo en 2021 no dieron mejores señales. El 44% de los estudiantes que terminaron la escuela primaria durante la pandemia de coronavirus se ubicaron en el nivel básico o inferior en cuanto a sus habilidades de lectura y comprensión de textos.

“Es urgente formar especialistas en lectura y los chicos tienen que aprender a leer y escribir en primer grado. Las autoridades siguen insistiendo con tercer grado, pero no se puede perder más tiempo, un chico no puede llegar a cuarto grado prácticamente sin leer ni escribir. Un alumno que no aprende a tiempo va arrastrando un deterioro educativo que sólo se profundiza”, asegura Borzone, y suma: “Se ha optado por la enseñanza de la lectura a través de lo que se llama psicogénesis, en el que cada chico, se supone, va construyendo su vínculo con la lectoescritura. No podemos pretender que los chicos adivinen, hay que enseñar como se demostró científicamente que funciona. Hasta que eso no cambie estaremos en una crisis cada vez más profunda”.

¿Y los estudiantes secundarios? En 2022, los resultados de las Pruebas PISA, que se llevan a cabo a nivel internacional, mostraron que en Argentina 7 de cada 10 chicos de 15 años del nivel socioeconómico más bajo no alcanza el nivel mínimo de lectura, y tampoco lo hace el 32% de los estudiantes que ocupan el lugar más privilegiado en cuanto a recursos materiales.

Entre los motivos por los que se profundiza la crisis de la comprensión lectora, Ziegler describe: “No hubo políticas de alfabetización que se mantuvieran en el tiempo, los docentes trabajan el tema de manera solitaria y hay una muy escasa presencia de la enseñanza de la alfabetización en la formación de base de los maestros. Otra de las razones es que los maestros suelen cambiar de grado, y sería importante contar con docentes con experiencia en alfabetización que tomen el primer ciclo de la primaria. Frecuentemente a esos grados llegan los novatos y se necesitan perfiles muy experimentados. A veces esperar que los chicos lleguen a aprender solos produce que queden a la deriva”.

Las investigaciones demuestran que, si pusiéramos a 100 estudiantes argentinos del último año de la secundaria dentro de un aula, sólo habría 13 en condiciones de completar los saberes esperados en el tiempo esperado. Esa crisis que ya asoma en tercer grado, cuando se mide con pruebas estandarizadas la capacidad de leer y entender, al final de la secundaria es un drama generalizado. Y un drama que se expande rápido: hace dos años, sólo el 21,5% de los adolescentes consiguió conocimientos satisfactorios de lengua y matemática al terminar su educación obligatoria. Hace cinco años, el 34,1% de los estudiantes conseguía ese objetivo -según publica Infobae-.

En 2022, la Universidad Nacional de Cuyo midió la comprensión lectora de sus estudiantes: sólo 4 de cada 10 de educación superior entendía lo que leía. El 58% tuvo dificultades para expresar por escrito lo que había estudiado. La investigación fue otro reflejo más de ese declive argentino que empiezan a revelar las pruebas hechas a estudiantes del primero ciclo de la escuela primaria y que se profundizan con el correr de los años, de la pobreza y del descuido estructural.

Tiene muchas estadísticas esta nota, es cierto. Abunda en números que pueden abrumar, aburrir, indignar, conmover o resultar demasiado fríos. ¿Pero cómo sería estar frente a este texto, o a cualquier otro, y no poder aburrirse, ni indignarse, ni conmoverse, ni abrumarse porque, antes que todo eso, no hay manera de interpretar lo que dice? Imagínese esa indefensión, estimado lector, la de los habitantes del declive educativo de una Argentina que en el año 2000 era líder de la región en las pruebas PISA y ahora ocupa el octavo lugar de Latinoamérica.

En medio de la discusión sobre qué libros llegan a las aulas o a la biblioteca escolar, no hubo grandes pronunciamientos, ni de funcionarios ni de ciudadanos de a pie, sobre esa indefensión. Esa desnudez que hace que un chico de 13 años mude su vida cotidiana a otro barrio porque le da vergüenza que sus vecinos se den cuenta de que apenas lee y escribe. Que es así de chiquito, aunque ya se haya puesto grandote.

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