Cuando Benjamín pudo poner en palabras lo que le pasaba, la mayor de sus hijas tenía 10 años y la menor 5. “Nunca me había sentido mujer, mucho menos madre”, cuenta. Mañana es el Día del Padre y ésta es la historia de un hombre trans que hace una década se corrió del rol de mamá para ejercer otro: la paternidad trans.
La escena sucedió hace poco más de 10 años en su casa, en Neuquén. Benjamín todavía era, para el resto, la mamá de Macarena y Agostina. Cuenta Infobae que las había gestado, las había parido y las había amamantado pero lo cierto es que nunca se había sentido mujer, mucho menos madre. La mayor de sus hijas tenía 10 años y la menor 5 la tarde en que Benjamín logró atravesar todo el terror que había sentido y se los dijo:
—No soy mamá, soy papá. Yo me percibí siempre varón, incluso antes de que ustedes existieran. Ahora puedo ponerlo en palabras.
Antes, sin embargo, mucho antes de esa charla que le permitió respirar aliviado por primera vez en su vida, había décadas de dolor acumulado. Dolor porque hasta qué logró entender qué le pasaba, Benjamín había sobrevivido a un derrotero trágico, que incluyó dejar la escuela, vivir en la calle y enterarse de que estaba esperando un bebé cuando tenía 14 años.
“Sobrevivir, siempre pienso en eso: en la calle no se vive, se sobrevive”, señala él del otro lado de la pantalla, a días de celebrar el Día del Padre. “En ese momento no tenía vínculo con mi familia y había tenido que abandonar el colegio, no porque lo hubiera decidido sino porque estaba en la calle, no podía pensar en el estudio cuando tenía que pensar en comer y en encontrar un lugar seguro y más o menos limpio para dormir”.
Ese era el contexto cuando se enteró del embarazo. Era el año 2000, Benjamín había escuchado hablar de gays y de lesbianas pero jamás de varones trans y hacía tiempo que sentía que aunque el resto lo llamara por su nombre femenino -el que figuraba en su DNI-, era un varón.
“Fue bastante complicado afrontarlo”, reconoce ahora, y suspira. No sólo por el estado de pobreza y soledad en el que estaba a los 14 años sino porque “en el momento en el que me enteré asumí que iba a tener que dejar de lado para siempre la posibilidad de contar quién era yo realmente”. La asociación era simple: ¿Cómo voy a ser mamá y ser varón al mismo tiempo?
Le faltaba un mes para cumplir los 15 años cuando nació Macarena. “No no la pude acompañar en los primeros años de su crianza, o lo pude hacer desde un lugar muy lejano, no desde el que yo hubiera querido o el que ella necesitaba. Era difícil porque por el hecho de haber tenido un embarazo y haber parido a una hija el rol que la sociedad me encajaba era el de madre, pero yo nunca me percibí mujer, menos madre”, cuenta a Infobae.
Ser, para el resto, “la rara”, “la chonga”, le valió no sólo incomodidades sino agresiones: en sus recuerdos están, por ejemplo, los vecinos de Allen, la ciudad de Río Negro en la que su familia vivía, que le tiraban piedras cuando se acercaba a la casa. Madres y padres del colegio de su hija “que no sabían si era la mamá y saludarme con un beso o si era el papá y saludarme con la mano. Ahora me lo puedo tomar de otra manera pero en ese momento fue difícil”.
Macarena se crió, hasta los 8 años, con sus abuelos.
Una segunda hija pero desde otro lugar
Benjamín ya tenía 20 años y el paisaje de su vida había empezado a aclarar. Se había mudado a Cipolletti y ya no estaba en la calle sino que había conseguido trabajo en un galpón de empaque. Podía pagar su comida, su casa, aunque seguía siendo, al menos ante los ojos del resto, una chica.
“Fue ahí que conocí a un chico, empezamos a estar y al poco tiempo nos enteramos del embarazo. Fue mi decisión seguir adelante, ahora sí podía, sí quería, le podía dar de comer, comprarle ropita, pañales, y tenía al lado a una persona que se hizo cargo, que me dijo que iba a acompañar mi decisión, que estuvo presente y sigue siendo un padre presente hasta el día de hoy”.
Nació Agostina y comenzaron a criarla juntos. También, de a poco, a ese pequeño nido familiar se sumó la hija mayor de Benjamín, que ahora sí tenía un entorno en condiciones de cuidarla.
Macarena tenía 10 años y Agostina 5 cuando un factor externo unió todos los puntos. Había empezado la edición número 11 de Gran Hermano y en la pantalla Benjamín había visto, por primera vez en su vida, a alguien como él. Era Alejandro Iglesias, un joven que dijo en cámara “soy un varón trans” y le puso nombre a lo que le pasaba. “Yo también”, pensó Benjamín: “Es eso, eso es lo que soy”.
Poder decir
“Decidí que quería decírselo a mis hijas antes que a cualquier otra persona, yo quería contarles esto que me había pasado toda la vida”, recuerda él. Pero ¿cómo?
“Mi mayor miedo era cómo decirles ‘no soy mamá, soy papá’. Era más la carga de ‘soy la madre’, ¿cómo les voy a decir que soy un varón? que otra cosa”, desanda. Hasta que empezó a pensar: “¿Pero quién dice que soy madre? La sociedad, porque si bien pasé por los procesos de gestar y amamantar yo nunca me autopercibí madre. Entonces dije: ‘Me tengo que sacar esto de encima, porque no me corresponde”.
Las reacciones de sus hijas no se parecieron a ninguno de todos los fantasmas que Benjamín había imaginado. “A la más grande le costó menos, fue automático”, cuenta sobre Macarena, que ahora tiene 21 años, vive en pareja y está cursando el profesorado para ser maestra de primaria.
La más chiquita, que en ese momento tenía 5 años, atravesó un proceso más lento: “¿Sabés qué me preguntó cuando le conté? Por qué no se lo había contado antes. Ella ya tenía tenía tías lesbianas, tíos gays, había sido cargada en brazos por gente del colectivo desde su nacimiento. Fue un proceso más paulatino porque ella ya tenía un papá”, cuenta, y se refiere al otro papá, “el papá cis” (lo contrario de trans).
“Yo nunca le exigí a mis hijas que me trataran con pronombres masculinos o que me dijeran papá, simplemente dejé que eso pasara. Cada una buscó sus propias estrategias”, cuenta Benjamín y sonríe cuando relata cómo fue pasando. “La más chiquita pasó de decir ‘mi mamá’, a decirme ‘ma’, a decirme ‘pa’, a llamarme ‘papá’. Hoy por hoy es papá para todo”.
—¿Y qué sentiste cuando empezaron a tratarte en masculino?
—No te puedo explicar… como que se me inflaba el alma. No el cuerpo, no el pecho: el alma.
Con el alivio evidente de haberse sacado esa carga de encima, Benjamín siguió con la llamada “transición social”. Corrió a cambiar su nombre femenino de su documento por el que tiene hoy, y a cambiar la F por la M en el género, un trámite que hoy es rápido pero en aquel entonces le llevó dos años. Todavía, sin embargo, no logró que rectificaran las partidas de nacimiento de sus hijas, lo sacaran del lugar de madre y lo pusieran en el de padre.
En paralelo, comenzó su “transición física”: una terapia hormonal, que muchos hombres trans usan para tener una voz más gruesa, barba y más vello en el cuerpo. También para que se retire la menstruación y para que las grasas no vayan tanto a las caderas. En ese contexto, el cumpleaños de 15 de Macarena no fue como “los 15″ del estereotipo.
“El día en que Maca cumplía los 15 yo entré al quirófano a sacarme las mamas. Dudé, uno como padre no deja de sentir culpa, no quería que ella estuviera triste o le faltara algo. Pero fue ella la que me dijo ‘no importa ahora el cumpleaños, ahora importa esto’”. Así fue que Benjamín se hizo la mastectomía -la llamada cirugía de “masculinización del tórax”- y se sacó las mamas con las que las había amamantado.
“Cuando salí del quirófano me cambió la vida en un millón de sentido más”, sigue él, que ahora tiene 36 años y, además de trabajar en el área de “Masculinidades trans” del gobierno de Neuquén, es co-fundador de la Red de Paternidades Trans de Argentina.
Es hoy
Hace años que Benjamín está en pareja con una chica. Los dos, junto al padre de Agostina y “mis nenas”, así llama a sus hijas, formaron una gran familia ensamblada.
“Todavía hay muchísimas personas que no se animan a hacer sus transiciones porque se sienten atrapadas en esta cosa del ‘qué dirá el resto’. Cuando voy a dar charlas me encuentro seguido con personas que me dicen ‘me pasa lo mismo pero no me animo porque tengo familia’, ‘no me animo porque tengo marido’, ‘no me animo porque tengo hijos que me llaman mamá’”.
No hay recetas para contarle esto a los hijos, sostiene. “Cada uno lo hace como puede, siempre desde el amor. Sé que no es fácil pero también sé que lo que mis hijas vieron en mí desde que pude contarles es una persona cada vez más feliz, más liviana”, se despide.
“Una persona con ganas de salir adelante, que les enseña a ser honestas con los que sienten, alguien con ganas de ir por aquello que faltó, porque desde que pude decir lo que sentía pude volver al colegio, terminar la secundaria, empezar el profesorado para ser docente, trabajar de lo que me gusta, luchar, paternar”.