Se acercan semanas decisivas en el diálogo con los acreedores. El intercambio con el Fondo viene siendo prometedor, pero con los acreedores privados la incertidumbre es mayor. Cuales son las alternativas que debe enfrentar el gobierno.
Los ciclos de endeudamiento externo han sido traumáticos para la Argentina. Los últimos tres ciclos estuvieron relacionados con los procesos de restructuración neoliberal de la economía, durante la última dictadura, la Convertibilidad, y en el gobierno de Macri. En todos los casos hubo un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que impuso políticas de ajuste y severas recesiones. Pero hay razones para suponer que el FMI cambió y que una salida diferente es posible esta vez.
En parte, esto se debe al hecho de que Kristalina Georgieva, la directora general del Fondo, dijo que la institución reconoce que el tipo de cambio amplifica los efectos de choques externos a las economías periféricas. Además, los programas del FMI tendrán una mayor preocupación con las necesidades específicas de cada país. A eso se suma que la misión técnica del FMI reconoció que la deuda pública es insostenible, algo que ya había dejado claro el ministro Martín Guzmán. Esto reivindica el discurso del ministro, que sugirió, en el congreso, que “el FMI es responsable por la crisis de la deuda.”
Hay muchos que van a ver en esta nueva postura del FMI un cambio en el marco teórico, y una salida para la crisis que hunde al país hace dos años. Pero si bien el FMI reconoce la importancia del tipo de cambio, implícitamente estando de acuerdo con la necesidad de los controle de capital, el argumento sobre la insostenibilidad de la deuda sigue estando anclado en una visión convencional. El argumento es que los superávits fiscales primarios no son factibles, del punto de vista económico y político, para garantizar la sostenibilidad. Pero el problema es la deuda externa, en dólares, que fue más que duplicada durante el gobierno anterior, y no la deuda pública en pesos. La diferencia en el diagnóstico no es menor, y tiene consecuencias para entender la salida para la crisis.
Lo central para pagar la deuda externa es la obtención de dólares y la acumulación de divisas en el Banco Central. Las reservas son el resultado de la liquidación de las divisas obtenidas por las exportaciones o de entradas de flujos financieros. En este contexto, hay que promocionar exportaciones, sustituir las importaciones, y atraer flujos de capital. El ajuste fiscal solo funcionaría en estas circunstancias de modo indirecto, reduciendo el nivel de actividad, y por ende las importaciones.
El gobierno no necesita hacer un ajuste fiscal, por lo menos no para pagar la deuda externa, y tampoco tiene necesidad de aplazar o renegociar con quitas los pagos de bonos denominados en pesos, como hizo recientemente. Esto manda una señal equivocada, sugiriendo que la opción por bonos en moneda doméstica no debería tener prioridad. La idea de que bonos en moneda doméstica son inseguros, y que la deuda publica en moneda nacional es insostenible es analíticamente incorrecta. Siempre se puede pagar emitiendo, más allá de cuales puedan ser las consecuencias de dicha emisión.
Lo que se busca con la renegociación de la deuda externa es justamente aliviar la necesidad de hacer un ajuste fiscal, e impulsar un aumento de la inversión pública, algo que hasta el ‘Financial Times’ sugirió es necesario en Argentina. Inversión para reducir importaciones y aumentar las exportaciones.
Los resultados de la negociación con el FMI, hasta ahora, son prometedores. Se supone que el FMI al admitir que la deuda es insostenible, la deuda externa en dólares, abre las puertas para un compromiso que le permita al gobierno aplazar pagos y renegociar con los acreedores privados internacionales. El respaldo obtenido en Europa también sugiere que se podría obtener un acuerdo con el Club de Paris, que congrega varios acreedores internacionales. Los problemas recurrentes con la deuda externa incurrida durante gobiernos neoliberales siguen vigentes, y el FMI no cambió tanto como se supone, pero hay razones para la esperanza.