Ya había terminado su periplo con fuerte tono de campaña por Playa Grande. Del discurso en clave proselitista ante los altos mandos de PRO durante la presentación del libro en La Normandina al test de una caminata de doscientos metros para medir la temperatura social en el balneario. Iban pocos minutos desde que había finalizado la segunda conferencia vinculada al Para Qué, esta vez ante invitados de la Fundación Libertad en el Hotel Costa Galana, cuando Mauricio Macri llegó a la cabecera de la mesa.
Tanto el grupo selecto de colaboradores y referentes opositores como los empresarios que lo esperaban para cenar lucían expectantes, con ansias de recibir señales nítidas sobre sus planes para 2023. Envalentonado por el recibimiento, el expresidente les hizo una advertencia antes de acomodarse en la silla: “Hablemos de todo, no de mi candidatura”.
La reaparición pública de Macri en Mar del Plata agitó la disputa de liderazgos en Juntos por el Cambio en la antesala electoral. Sin dar pistas sobre sus próximos pasos, el expresidente profundiza ofensiva para redefinir el relato y la fisonomía de la coalición opositora con miras a la contienda presidencial, mientras se regocija con su renovada centralidad en el “ring” de Pro. El cambio de clima, por el naufragio de la gestión del Gobierno, le permitió salir del ostracismo y volver a ser parte de la lucha de poder.
Cada vez más protagonista en el escenario político, Macri ejerce el rol de líder y mantiene la expectativa sobre un eventual lanzamiento electoral al tiempo que sus rivales internos buscan descifrar sus movimientos -según publica La Nación-. Marca los tiempos y esconde las cartas en un doble juego: candidato o gran elector. Repite con fastidio que no quiere hablar de su postulación. Mira con autosuficiencia las ansiedades ajenas. Sugiere no adelantar los alineamientos electorales y posterga su definición. El plazo para revelar la incógnita podría ser marzo o abril. Pero ni él sabe.
Su alto perfil desvela a Horacio Rodríguez Larreta y a Patricia Bullrich, los únicos dirigentes de peso del PRO que estuvieron ausentes en La Normandina. Hiperactivo, Larreta viajó a La Pampa para respaldar a Martín Maquieyra y Bullrich descansa junto a sus nietos en las playas de Brasil.
En cambio, María Eugenia Vidal, cuya reconciliación y trabajo en tandem con Macri ofrece señales cada vez más sugestivas, y el resto de la plana mayor del PRO, incluido Diego Santilli, delegado de Larreta en Buenos Aires, y los aspirantes a gobernador bonaerense de la tropa “halcón”, hicieron la procesión para agasajar a Macri.
También se movilizaron Miguel Ángel Pichetto (Encuentro Republicano Federal) y Joaquín de la Torre. Lo mismo hicieron referentes del radicalismo, como Maximiliano Abad, titular de la UCR bonaerense, o Martín Tetaz, la carta de Evolución Radical, la fuerza de Martín Lousteau. De viaje en Chile, Alfredo Cornejo, que intentó hasta último momento conseguir un vuelo a Mar del Plata -las conexiones implicaban una travesía fatigosa con escalas- se comunicó por teléfono con Macri para saludarlo. En ese sector del centenario partido anhelaban una foto conjunta en “La Feliz” para desinflar el efecto de la puesta en escena de los “Beatles”, la banda del ala moderada liderada por Larreta, Gerardo Morales y Lousteau, que se retrató mientras emulaban la histórica tapa del álbum “Abbey Road”.
Quienes orbitan cerca del expresidente entienden que Macri revalidó ayer su centralidad en el esquema de Juntos por el Cambio. Recuerdan que incluso aquellos larretistas que durante la campaña para las legislativas de 2021 evitaban compartir una actividad con el fundador del PRO en el conurbano, epicentro del poder de Cristina Kirchner, o lo apartaban de los escenarios ahora atravesaron más de 400 kilómetros para sacarse una foto con él. Sin rencores.
“¡Qué lindo verlos a todos juntos!”, exclamó Macri apenas desembarcó en el salón de eventos La Normandina y vio una mesa en la que se mezclaban dirigentes de distintas ramas internas de Pro. Confiado en que podrá aglutinar a palomas y halcones, Santilli se llevó la foto que fue a buscar. Lo mismo hicieron sus rivales internos, como Cristian Ritondo, el postulante de Vidal que cerró filas con Macri hace tiempo, o Joaquín de la Torre. Néstor Grindetti, intendente de Lanús, se quedó tal vez el premio mayor: el expresidente aceptó tomar un café a solas con él en una suerte de aval implícito a sus ambiciones. Javier Iguacel no pudo asistir por compromisos de agenda, pero llamó para excusarse. Otra presencia que no pasó desapercibida en el círculo de confianza de Macri fue la del Intendente de Tres de Febrero, Diego Valenzuela, el socio más estrecho del larretismo en Buenos Aires.
Lanzado en la carrera por la sucesión de Larreta, Jorge Macri, ministro de Gobierno porteño, también viajó a Mar del Plata. Horas antes, había compartido una actividad con el jefe porteño en Vicente López. “Si Macri juega, se terminó, es el Papa”, admite en charlas reservadas uno de los dirigentes más cercanos a Larreta. El jefe porteño se pone en guardia cada vez que el expresidente sale a escena y pisa el cuadrilátero político. Por estas horas, después de la cumbre en Cumelén, volvió a moverse con la hipótesis de Macri podría ser candidato. Tras su paso por La Pampa, voló a Córdoba donde volvió a ensayar su nuevo libreto de campaña light. Hubo llamados del larretismo a dirigentes que fueron a Mar del Plata para auscultar el clima tras bambalinas del regreso de Macri.
Entre los concurrentes esperaron un guiño electoral de Macri, quien mantuvo a rajatabla su juego ambiguo. En la charla moderada por Martín Yeza, intendente de Pinamar, volvió a alimentar el misterio: “Yo voy a estar donde tenga que estar”. El mensaje osciló entre el tono electoral y el guion enlatado de Para Qué. Le dedicó fuertes críticas al Gobierno por la ofensiva contra la Corte y el manejo de la economía. Desde hace tiempo machaca con el riesgo de la “bomba” de la deuda en pesos y analiza con pesimismo la política de Sergio Massa para controlar la inflación.
A la vez, Macri transmitió mensajes hacia adentro. Mencionó en dos tramos del discurso a Vidal, una de sus “herederas” predilectas en Pro, que lo escuchaba desde la primera fila. Y ante una pregunta filosa de Yeza sobre la decisión del larretismo de modificar el nombre de la coalición opositora en Buenos Aires en 2021 -quitaron la palabra cambio y dejaron “Juntos”- Macri no dudó: “Me cayó muy mal”. De inmediato, ratificó que no tolerará que en pos de la unidad se resignen reformas estructurales o el cuestionamiento al “statu quo”. Ni los paisajes paradisíacos de La Patagonia le ayudaron a digerir la incorporación de Martín Redrado al Gabinete de Larreta.
Los macristas paladar negro celebraron como un triunfo la asistencia de la dirigencia de todos los niveles de Pro a la presentación del libro en Mar del Plata. Se jactan de que esta vez habían decidido no cursar invitaciones y que recibieron llamados de los interesados en asistir. “Es el jefe. La centralidad es absoluta”, repetían sus feligreses.
En el PRO se consolida la idea de que cualquier dirigente de relevancia con ambiciones, ya sea a nivel nacional, en Buenos Aires o la Ciudad, necesitará la eventual bendición de Macri para tener posibilidades electorales. Por eso, preservan los lazos con quien fue durante años el jefe político y fundador de la marca Pro. Confiado en que logró retener a la mayor porción del votante “anti-kirchnerista”, Macri se permite reivindicar el rumbo de su gestión y despotricar contra el modelo del “populismo”. Se siente reivindicado en el rol de guardián del cambio. Y deja en claro que quiere ser protagonista en 2023: “Yo estoy en el ring y voy a pelear”, avisó ayer, enigmático.
A lo largo de la conversación en la cena reservada en el Costa Galana, Macri desglosó con inquietud los problemas que detecta en materia económica e institucional. Se quedó hasta la madrugada conversando con su círculo de leales. Está convencido de que en la campaña habrá que describir con crudeza los déficits estructurales del país. Una enseñanza que le dejó el duelo con Daniel Scioli en 2015. Con sus mensajes buscó marcar el tono del relato opositor. Antes de pasar por Buenos Aires y regresar a Cumelén, se entretuvo con lo que más le entusiasma: la anécdota futbolera de las chicanas sutiles con Emmanuel Macron durante la final del Mundial en Qatar. El presidente francés lo miró con una sonrisa socarrona apenas Kylian Mbappé empató el partido. Macri disfrutó su revancha con el desenlace final. “Estaba desolado”, bromeó.