La psicoanalista Alicia Stolkiner, experta en salud pública y mental y miembro del comité de expertos que asesoran al presidente Alberto Fernández, afirmó que hay una «minoría activa que niega todo». Las preocupaciones del Gobierno y el plan para las vacaciones de verano.
En privado, Alberto Fernández suele repetir un análisis del biólogo molecular, investigador del Conicet y docente Alberto Kornblihtt, quien hace algunas semanas hizo una comparación dramática para graficar el impacto del coronavirus en la Argentina: “Si un avión cayera y fallecieran 250 argentinos sería tapa de todos los diarios. Esto ocurre todos los días, son personas que están muriendo por Covid”.
El ejemplo, que el presidente volvió a utilizar esta semana durante la última reunión con integrantes del comité de expertos que asesoran al Gobierno en el manejo de la pandemia, explica, además de la consternación por las cifras de fallecidos que noche a noche informa el Ministerio de Salud, una preocupación por la pérdida del temor ante un eventual contagio o incluso la negación del riesgo, en un momento donde Fernández busca unificar el discurso a nivel federal con un mensaje claro: la pandemia no pasó y no hay que relajarse, comenta BigBangNews.
“Hay una tendencia a naturalizar el riesgo, incorporarlo a la vida. Esto lo vi incluso en poblaciones que atraviesan situaciones muy extremas”, señala a BigBang la prestigiosa psicoanalista Alicia Stolkiner, experta en salud pública y mental, docente de la Universidad de Buenos Aires e integrante del comité que asesora al Gobierno.
Stolkiner explica que una de las características centrales de la pandemia de COVID-19 es la imposibilidad del “contacto de los cuerpos”, algo que para la psicoanalista es “insostenible a largo plazo”.
En el Gobierno comenzaron a percibir un aumento en la negación de los riesgos hace varios meses, con el inicio de las primeras marchas “anticuarentena”, aunque también con el significativo aumento de los contagios a partir de reuniones sociales, inclusive en ciudades que tenían baja circulación del virus y que ahora debieron retroceder de fase e ir hacia aislamientos estrictos. El virus comenzó a trasladarse hacia el interior, y si bien el área metropolitana tiene cifras altas, la situación se encuentra contenida sin desborde de los hospitales, un panorama que no ocurre en algunas provincias que están a tope, como Mendoza, Neuquén, Santa Fe y Jujuy.
-En abril había menos de 200 contagios por día y las medidas de cuidado eran mucho mayores. Esta semana se informaron más de 14.300 y 439 muertos en 24 horas y no pareció generar un gran impacto. ¿Se perdió cierta sensibilidad en estos meses?
Se ablandó todo. La curva de contagios de esta epidemia es exponencial. Tarde o temprano se contagia una parte importante de la población, a menos que mantengas a todos encerrados para siempre, algo imposible. El objetivo de los cierres estrictos es que no desborde el sistema de salud, regular la epidemia, no impedirla. Si apretás el botón rojo demasiado tiempo la gente no cumple las normas. En los primeros dos meses nadie se veía con nadie, luego aparecen los abuelos arriesgándose a ver a sus nietos, por ejemplo. Hay un sector que niega todo, es una minoría activa que existe en todo el mundo.
-Se instaló el debate de cuántos muertos por día pueden tolerar. Hay dirigentes importantes del gobierno que incluso comparan la cifra diaria de 400 muertos con la caída de un avión por día.
Hay gente que empieza a negar los muertos, los piensa como números. Todos conocemos personas que se infectaron, la mayoría sobrevivieron porque la característica de la epidemia es la rápida capacidad de contagio y la baja letalidad. Hay un sector de la sociedad que piensa que “son todos viejos y enfermos”, aunque no lo digan. La frase “que mueran todos los que tienen que morir”, que el presidente dice que le dijo Macri es para revisar: se enuncia en tercera persona. No dice: “Vamos a morirnos todos los que nos tengamos que morir”. Hay alguien que la pronuncia y se coloca por fuera de esa muerte potencial.
-Hace un mes y medio planteaste que no tenías tan claro cuál era el impacto que producía la pandemia en la salud mental. ¿Hoy qué pensás sobre el golpe que puede provocar?
El impacto en la salud mental no se mide necesariamente con categorías psicopatológicas clásicas. No podés decir “aumentó la psicosis”. Puede aumentar la ansiedad o la depresión, pero no hay que confundir ni la tristeza con depresión, ni la angustia que se produce naturalmente en un proceso adaptativo a una situación catastrófica con una enfermedad o un trastorno de ansiedad. Creo que aún están por verse las formas de sufrimiento psíquico y el impacto, la transformación y las formas de subjetivación que producirá en jóvenes y niños. Obviamente va dejar una huella. Yo tenía tres años con la epidemia de polio, lo debería haber olvidado y recuerdo hasta el olor del alcanfor.
-¿Y en cuanto al aprendizaje?
El impacto fundamental es social. Respecto del aprendizaje yo creo que, salvando chicos en condiciones humanas muy desfavorables, se recupera o se reemplaza, y en algunos hogares de clase media los chicos aprendieron cosas más importantes que las que hubiera enseñado la escuela, cosas de la vida cotidiana. El tema es la pérdida del contacto con pares.
-El sociólogo Daniel Feierstein planteó la idea de aislamientos focalizados y trabajar en medidas de cuidado para reuniones que no se pueden evitar.
Es lo que se ha hecho en Alemania, fue el manejo que hizo China, que fue un caso exitoso, aunque no se trasladen los modelos, gracias a una disciplina social que nosotros no tenemos, no es sólo control.