Por Daniel Alonso
Aún aquellos que peinamos todas las canas posibles debemos reconocer que el periodismo histórico, el tradicional, “la gráfica” , no sabe como superar el embate de la comunicación digital si no fuera apropiándose de parte de las redes.
Y esto último, en el caso de empresas groseramente consolidadas y que a los manotazos se adueñaron en una suerte de “reconversión” de vínculos extraordinarios como la televisión por cable o digital, y otras vías cibernéticas que vehiculizan toda clase de contenidos. Como el grupo Clarín, por caso.
Lo que no pensábamos llegar a ver los veteranos, era actitudes tan desesperadas como las del rancio “La Nación”, en los últimos tiempos, y que motivó la atinada y reveladora solicitada del fin de semana reciente por parte de YPF.
En un generoso espacio pago de una página en casi todos los rotativos del país, la empresa hispano-argentina develó el contenido de una nota del director del histórico y pionero periódico nacional, en un claro “apriete” mendigando publicidad.
EL texto de la empresa petrolera aprovecha para blanquear los embates que viene sufriendo en los últimos meses con la publicación ya no de versiones antojadizas en su contra, sino lo que considera directamente calumnias por carecer de toda verdad.
Lejos estamos de creer que la errática empresa que nació merced a la existencia de Comodoro Rivadavia, sea un dechado de transparencia. Ni institucional ni informativa. Pero es muy cierto que nada la obliga a “mantener” a otras empresas privadas que consideran el objetivo principal de la comunicación social como un pingüe negocio.
Eso queda muy claro cuando en el aviso en cuestión, YPF aclara con certeza que no es un ente del Estado que tenga que informar constante y permanentemente a la población en general, aún cuando respeta la necesidad de una relación más o menos regular con el público.
Eso es cierto. Seguramente toda empresa privada debe, en primera instancia, hacer conocer su información a sus accionistas –si los tiene- y en todo caso a los entes de regulación del gobierno, si se tratara de sectores de la economía que le concesiona el Estado.
Pero en ninguno de los casos está obligada a hacerlo a través de los medios de comunicación masiva.
También es cierto que los privados –cada vez mas- reconocen y aplican los dictados de lo que se ha dado en llamar “responsabilidad social empresaria”; que tiene que ver con una armónica y clara relación con la comunidad. Lo hacen por su propia conveniencia, y por el indudable sentido de que la población no reproduzca sospechas muchas veces infundadas sobre el cariz inconfesable de los negocios.
Otro dato de la realidad, es que tanto la empresa en cuestión como todas las de alto rango, mantienen generosos presupuestos destinados a “imagen” y que no solamente van a pautas publicitarias sino por vía indirecta que hacen que la prensa difunda algunos méritos: por ejemplo, apoyos económicos importantes destinados a eventos culturales o aportes a sectores necesitados de la sociedad.
Por otra parte, es bien sabido que por esa vía y la difusión institucional –por el generoso volumen de los fondos invertidos—la prensa tradicional acostumbra “tratar bien” a las empresas que sostienen una cuota más o menos razonable de avisos pagos. Y otra realidad es que si no lo hacen… el tratamiento va siendo día a día más despectivo, luego pasa por la omisión… y finalmente la crítica.
Pero –al menos en el –ámbito provinciano- rara vez se llega al infundio, como parece que ahora ha incurrido “La Nación”.
Los que fuimos estudiantes de periodismo en los setenta, tuvimos a ese diario pionero como ejemplo de varias cosas, a la hora del análisis de medios. En primer orden, el del notable peso de sus intereses fundacionales en el curso mismo de la historia argentina. El segundo: el de su recalcitrante rol representante de la “oligarquía vacuna”.
Sin embargo, por debajo de de los intereses espurios de los intereses sectoriales y de los negocios, también aprendimos a ver en las notables plumas que en él escribieron a través de toda su trayectoria una verdadera escuela de información pública. Claro, cuando filtrábamos los indisimulables sesgos de intencionalidad y parcialidad de la mayoría de las notas que hacían a su línea editorial.
También admiramos –y seguiremos haciéndolo—lo bueno de sus tradiciones en la difusión y seguimiento de los temas culturales, artísticos, deportivos, policiales y judiciales. En todos los casos, cuando podíamos detectar la absoluta objetividad, pese a la brillantez de muchos de sus escribas.
Por eso a los veteranos del oficio nos cuesta más creer que La Nación haya llegado a una situación tan lamentable como los intentos extorsivos desembozados como los que da a conocer YPF.
Por un lado, porque como dice el tango, detectamos “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser..”, de una columna que supo ser tan poderosa aunque no siempre sincera.
Por el otro, porque aunque no compartamos ideológicamente los pensamientos de muchas de sus firmas notables, no dejaremos nunca de reconocer que ha sido referencia insoslayable para cotejar el pensamiento nacional, por el talento argumentavivo de sus notas.
Y por último, los que modestamente creemos que la prensa gráfica no debe ni va a morir, aún cuando estemos entrando en la recta final de la carrera, consideramos que hay que adaptarse a los tiempos y acoplarse al periodismo digital.
Eso trataremos de hacer desde esta columna. Sin descartar lo mejor que nos dio la prensa histórica… y sin caer en la tentación frágil de tirar palabras al aire por que sí, porque el soporte es virtual , se desconoce con certeza el “daño” por no poder certificarse exactamente el tiraje, o preconceptos simplistas e irresponsables.