La vicepresidenta se lanzó en medio del operativo clamor. Entre la palabra clave de Lula y el pasado que no vuelve, CFK no tiene competencia ni forma de eludir su centralidad.
«Hacer lo que tenga que hacer». En el desierto de liderazgo alternativos que es el peronismo, Cristina Fernández se encamina hacia 2023, decidida a protagonizar de mil maneras la disputa que viene. Y aunque cuestionó la costumbre argentina de creer que «algo nos va a salvar», son muchos los que piden que se vista de madre protectora y vuelva para salvarlos a todos. El acto con la UOM en Pilar ofreció indicios fuertes de sus movimientos para el año electoral.
Aún después de haber diseñado el artefacto del Frente de Todos casi sin consultar a nadie, Cristina piensa que esta tristeza no puede ser y pretende recuperar la alegría del tiempo en que el sueldo alcanzaba. La vicepresidenta esperó hasta el final de su discurso para tomar la posta que le pasó un rato antes Abel Furlán. Como si fuera una coreografía ensayada, el dirigente metalúrgico que desplazó a Antonio Caló le dijo «No te vinimos a pedir nada», mientras la hinchada comenzaba a corear «Cristina presidenta».
La consigna de Lorenzo Miguel que sirvió de telón, «No hay solución gremial sin solución política», reconcilió una vez al progresismo cristinista con la tradición de la ortodoxia peronista. Es algo que no es nuevo, pero con el paso de los años se confirma como límite a los atrevidos que, como Alberto Fernández, dicen en privado que el peronismo de Cristina no existe. Cuestionada puertas adentro desde hace más de una década y debilitada a fuerza de errores y derrotas, la ex presidenta no encuentra sin embargo retadores que tengan la convicción que hoy parecen tener varios de los que desafían a Mauricio Macri dentro de Juntos.
En Pilar, se pudo ver cómo parte del peronismo no kirchnerista se rinde a su liderazgo después de probar alquimias diversas que no resultaron en nada. Estaban el intendente Juan Zabaleta, el ex ministro Julián Dominguez, el sindicalismo de Pablo Moyano y Omar Plaini y hasta un ministro de Fernández que combina autonomía con diplomacia, Jorge Taiana.
Si hace un año, CFK se mostraba atenta a disputar el peronismo con alianzas que iban de Sergio Massa a Omar Perotti y Juan Manzur, lo que se advierte ahora es la decisión de conducir a un peronismo que va al pie.
En la tribuna de cemento, la euforia de Axel Kicillof contrastaba con el lugar vacío en el que se leía el nombre de Martin Insaurralde, el jefe de gabinete que Cristina nombró como interventor bonaerense hace más de un año pero quedó rezagado ante una vice que volvió a inclinarse por el gobernador. Según entienden en el FDT, el apoyo que Maximo Kirchner le dio a la candidatura de Kicillof en la entrevista con Roberto Navarro hace dos semanas dirimió la interna con la que muchos se ilusionaron y frustró las aspiraciones de Insaurralde.
En el horizonte se dibuja un regreso a la fórmula de Cristina con Kicillof que se replicó en distintos puntos de la provincia en 2021, hasta que el mazazo electoral hizo volar por los aires la sintonía fina. La composición es congruente con el mensaje «nosotros queremos a Cristina», que patentó el intendente Federico Achaval.
Si hace un año, cuando la tensión con el Presidente llegó a lo más alto, CFK se diferenciaba de su propio comportamiento como presidenta y se mostraba atenta a disputar el peronismo con alianzas que iban de Sergio Massa a Omar Perotti y Juan Manzur, lo que se advierte ahora, ante el extravío presidencial, es la decisión de conducir a un peronismo que va al pie.
La candidatura presidencial de Cristina para el año próximo no solo es vista con buenos ojos por sus incondicionales. Junto con el cristinismo del corazón que apuesta a su victoria, se alinean por razones distintas algunos peronistas que hoy trabajan para Fernández y ven a la vicepresidenta como la única que está en condiciones de garantizar una retirada ordenada del poder
Cristina no sólo festejó el triunfo de Lula sino que además tomó nota de la palabra que el líder del PT eligió para definir su triunfo ante Bolsonaro: resurrección. Lula la repitió en el almuerzo privado que compartió en San Pablo, al día siguiente de la victoria, con Fernández y una comitiva en la que no faltaban hombres de la vice.
No está claro todavía si el plan de CFK coincide con los deseos de su feligresía, pero sí que el contexto no es el mismo, como Lula lo sabe y ella misma lo marcó en Pilar. Pese a eso, la vice insiste en presentar como credencial principal para el tiempo que viene ese pasado que, invocado una y otra vez, se empeña en no volver. «No hablo de lo que vamos a hacer sino de lo que hicimos» y «es posible hacerlo porque ya lo hemos hecho», dijo.
La historia tiene vueltas y continuidades. La mañana posterior al voto no positivo de Julio Cobos, el todavía jefe de gabinete Alberto Fernández fue el encargado de llamar a Lula para pedirle que haga recapacitar a Nestor Kirchner, que le pedía a Cristina que renuncie a la presidencia. Hoy unidos en el espanto, algunos de los que militan el regreso de CFK plantean que Fernández sería un buen canciller haciendo lo que hace. En la intimidad, ¿el presidente reconoce o rechaza la jefatura política de su vice?
Ahora, mientras en Washington los demócratas festejan la derrota de Bolsonaro y el triunfo de un Lula que se deshace en guiños al mercado, en Wall Street encienden alertas por el mapa regional. Cuando Lula asuma el poder el 1 de enero, las cinco economías más grandes de América Latina -Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México– tendrán gobiernos progresistas o populistas. Aunque se la considera inviable, algunos están atentos a la versión de una moneda única en la región como la que sugirió Lula en campaña para reducir la dependencia con el dólar.
En la región, los protagonistas pueden repetirse, pero los progresismos de la impotencia envidian la épica de sus antecesores, fogoneada por el boom de los commodities.
Lo dijo el metalúrgico Furlan: hubo un tiempo en que las empresas del sector, entre las que figura el Grupo Techint, pagaban 2300 y 2400 dólares por mes a sus obreros. «Hoy ganamos 1000. ¿Saben cual es la diferencia? El peronismo», aseguró el ex diputado que nació en Zárate y se destacó como sindicalista en Siderca de Campana. Una forma de decir, como acaba de hacerlo el gremialista Omar Maturano ante el periodista Santiago Spaltro, que este gobierno no es peronista. Con críticas a Massa y el ministro Alexis Guerrera, el jefe de La Fraternidad amaga con un paro para el martes próximo.
La realidad efectiva tira abajo cualquier eslogan. Con una inflación que corre por arriba del 90% interanual y alrededor del 50% de los trabajadores en la informalidad, la base electoral del Frente de Todos se acostumbró a perder y pelea como puede por la supervivencia. En palabras de Cristina, nunca ha habido una participación tan baja de los trabajadores en el PBI como la que estamos teniendo hoy, absolutamente regresiva.
De acuerdo a los datos de agosto que el INDEC acaba de difundir, los salarios informales cayeron en términos reales un 8,5% en relación a un año atrás y en lo que va de 2022 ya perdieron un 11,2%. Desde que asumió el Frente de Todos hasta julio de 2022, el dato es más preocupante: el salario real de los informales perdió más de un 15%.
El INDEC dice que en los primeros ocho meses del año, el salario acumuló un alza de 51% promedio, contra una inflación del 56,4%, pero no todos recibieron lo mismo: el 55 % de los sueldos privados registrados contrasta con el 51,3% de los empleados públicos, y el 38,8 % de los no registrados, que quedaron casi 18 puntos abajo de la inflación este año.
Los protagonistas en la región pueden repetirse, pero los progresismos de la impotencia envidian la épica de sus antecesores, fogoneada por el boom de los commodities.
Fuerte y clara como señal como política, el elogio de la vicepresidenta al «gran esfuerzo» del ministro de Economía sorprende en un contexto que la tasa de interés efectiva anual llega al 107% y los ingresos de los asalariados pierden por goleada con los bancos. Mientras, las empresas aprovechan el anuncio de un acuerdo de precios para remarcar y engordar su colchón de rentabilidad.
El Frente de Todos es un experimento que salió mal, tanto que se da una situación inédita: sus máximos dirigentes lo reconocen desde el gobierno. La síntesis no resulta. Cristina cuestiona la caída de los ingresos en la misma semana en que la portavoz de Alberto, Gabriela Cerruti, dice que el orden fiscal que reclama el Fondo es el camino y el viceministro Gabriel Rubinstein defiende el ajuste en el Congreso.
Nadie le discute a Cristina la centralidad que conserva desde hace 12 años, en soledad casi absoluta después de la muerte de su marido. Tampoco su capacidad para alterar el tablero con una decisión y condicionar los movimientos de una dirigencia que, a los dos lados de la polarización, empezó a tramitar la jubilación para ella hace casi una década. Sin embargo, así como el gobierno de Mauricio Macri fue una aventura irresponsable en muchísimos planos, el Frente de Todos es un experimento que llegó al poder sin haber discutido a fondo un programa económico para afrontar la situación crítica que había heredado y la cúpula del FDT tenía muy clara, de acuerdo a la campaña política que le permitió ganar las elecciones.
Ahora, mientras Macri se pregunta «para qué» siete años después de asumir la presidencia, el peronismo de Cristina vuelve a proponerse como salida a la crisis, como si en este turno se hubiera limitado a ganarle Macri para cederle el gobierno a Fernández y Massa. No será nada sencillo que el entusiasmo de los propios, por una Cristina que sigue pese a todo con fuerza para mirar hacia adelante, se traslade a los que vieron empeorar la situación personal, familiar y social en 35 meses de gestión y sienten en el cuerpo el castigo de la realidad que la vicepresidenta describe con números cada vez que puede.
Mientras Macri se pregunta «para qué» siete años tarde, el peronismo de Cristina vuelve a proponerse como salida a la crisis, como si en este turno se hubiera limitado a ganarle Macri para cederle el gobierno a Fernández y Massa.
Sin arrepentirse de casi nada, Cristina no solo siente una responsabilidad por lo que viene. Además, tiene vocación y tiene una fortaleza relativa que le permite seguir disputando el poder desde la identidad del peronismo. En eso se distingue del Presidente que, según Máximo Kirchner, se corta solo en modo aventurero para decidir los ministros sin consultar y hasta se jacta de eso a través de los diarios. Pero también de su propio hijo, que renunció a la jefatura de la bancada y se refugió en un segundo plano que solo benefició a Massa desde que el gobierno cerró el acuerdo con el Fondo.
La falta de alternativas, la voluntad de Cristina y el recuerdo de ese pasado de alegría es lo que, según creen quienes estuvieron en Pilar, va a conducir a la vicepresidenta hacia las puertas de su tercera campaña presidencial. «Dio una señal. Creo que va a ser muy difícil que ella no sea la candidata», se ilusiona uno de sus habituales interlocutores. Ella arriesgaría menos si fuera candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires, pero representa una historia de 20 años y siente la obligación de no rifarla. Como le pasó a Lula con Dilma, el resultado de la estrategia de ceder el mando a un socio o un delegado en Argentina está a la vista. Sin herederos capaces de retener su voto ni voluntarios para liderar la etapa que viene, CFK se ve a sí misma sin competencia ni atajo para eludir su centralidad.
Por Diego Genoud para La Política Online |