Desde hace varios meses, los más jóvenes que consideraban a la inflación un fantasma de personas mayores, comenzaron a poner en práctica mecanismos para resguardarse del impacto de la suba de precios sobre sus salarios. Cada vez son más los argentinos que, apenas cobran sus sueldos, los depositan en plazos muy cortos (de siete, y hasta de tres días) para volver a recuperarlos con un interés que les permita hacer una diferencia.
Los bancos les llaman fondos de ahorro, y los promueven a través de las redes sociales para captar a los clientes que quieren ganarle la carrera a la inflación. No es la única herramienta de autodefensa. Hay quienes sacan créditos personales a 12, a 24 o a 36 meses porque aún con las altas tasas de la actualidad, con el paso del tiempo las cuotas amortiguan el daño de la inflación.
Otros argentinos, que prefieren no sacar tantas cuentas, invierten el sueldo en dólar blue y lo van pasando de nuevo a pesos a medida que lo van necesitando. Es el método anti inflación que patentaron los boomers a fines de los ‘80. Entonces no había bancos digitales ni créditos a tiro de click en el smartphone. El mejor aliado era un arbolito de confianza con dólar a buen precio en alguna vereda del micro centro porteño.
Las estrategias contra la inflación son una medalla que muchos argentinos exhiben incluso en el exterior -según publica Infobae-. Los banqueros de Madrid o de Roma se sorprenden porque cuando un argentino solicita un crédito o una hipoteca jamás acepta pagarlo en cuotas a interés variable. Aún con una inflación promedio del 6% anual (la que soporta Europa después de la pandemia y la invasión rusa a Ucrania), el pequeño inversor argentino reclama cuotas fijas. El que se quema con la inflación, ve una cuota variable y llora.
Mientras la inflación destruye el poder de compra de los argentinos, también comienza a ser determinante sobre el destino electoral del Frente de Todos. El más perjudicado en estos días es, sin dudas, Sergio Massa. El ministro de Economía ingresó al Gobierno con el mandato de vencer a la inflación (o al menos el de lograr ponerla en retroceso) para convertirse en el candidato presidencial inevitable del oficialismo.
Esa posibilidad, una certeza para muchos hasta hace pocas semanas, ha ingresado al territorio de las dudas con el índice del 6.6% que arrojó la inflación de febrero. Ya se sabe que en marzo la cosa no irá mejor. Es el mes inflacionario por excelencia y el impacto de alimentos, combustibles, colegios y transportes está llevando las cifras al umbral del 7%. “Quizás me apuré con los números”, es la frase que Massa ha pronunciado ante sus colaboradores. El ministro se había entusiasmado con tener un 3% de inflación mensual para abril. Está claro que no sucederá.
La semana pasada, el Banco Central subió las tasa de interés del 75 al 78%, un remedio clásico pero insuficiente para resolver la cuestión de fondo. Massa volvió el domingo de Panamá y se espera que lance otras medidas para que su proyecto personal no naufrague bajo el mar de la inflación. El último miércoles, el diputado kirchnerista Carlos Heller había sorprendido al afirmar que el ministro se disponía a lanzar un paquete de medidas de shock. Nadie en el Gobierno supo explicar a qué se refería.
Como ya lo había hecho en el inicio de la gestión de Massa en Economía, el viceministro Gabriel Rubinstein volvió a sugerir esta semana la posibilidad de ensayar una suba fuerte del dólar oficial. Especialista reconocido en macroeconomía, Rubinstein es partidario de achicar la brecha entre el dólar oficial y los financieros aprovechando el desarrollo de la crisis inflacionaria para generar una devaluación clásica. Pero la idea nunca termina de convencer a Massa, temeroso de que un toque en el dólar oficial termine provocando más inflación y una suba descontrolada de los otros dólares. Por eso, es que la idea de una devaluación en medio del tembladeral no encuentra espacio.
En todo caso, las medidas de shock en las que trabaja Massa tienen más que ver con aplicar nuevos torniquetes a la importación. El ministro prefiere que la inflación baje al menos un poco por efecto recesivo y poder llevar el Titanic al puerto de las próximas elecciones. En dos meses, determinará si es con él como candidato presidencial o como un simple observador.
Alberto desayuna en Olivos con Guzmán
Es tan endeble la situación del Frente de Todos que los dos adversarios principales de Massa en este momento son sus socios políticos. Cristina Kirchner no lo mencionó en su último discurso y La Cámpora tampoco lo nombró, pero salió a criticar previsiblemente el índice de inflación y el acuerdo con el FMI por el que flexibilizó las metas de reservas monetarias. La altísima inflación ha sosegado a los kirchneristas más entusiastas con privilegiar a Massa como el candidato presidencial confiable.
De hecho, y como ya se señaló en esta columna hace una semana, la Vicepresidenta se despega de la estrategia de la “proscripción”, con la que intenta contrarrestar el perjuicio de la condena provisional a seis años de prisión que la Justicia le impuso por fraude al Estado en la causa Vialidad, y evalúa seriamente ser candidata a senadora en la provincia de Buenos Aires. El objetivo es fortalecer la posibilidad de que Axel Kicillof sea reelecto gobernador; mantener el control del Senado y contar con los fueros parlamentarios para la eventualidad de la confirmación de su condena por corrupción en la Corte Suprema.
Claro que fue Alberto Fernández el que intentó sacarle rédito al traspié inflacionario de febrero, como si no fuera una falla más de su gobierno. Primero fue la vocera presidencial, Gabriela Cerruti, quien calificó públicamente la cifra del Indec como “malísima”. Y luego fue el propio Presidente, quien aprovechó el resbalón de Massa para reunirse y compartir una evaluación de la economía con el anterior ministro de Economía, Martín Guzmán. Con él desayunó en la Quinta de Olivos este domingo.
En otras circunstancias, el encuentro entre el Presidente y Guzmán no habría tenido mayores consecuencias. En definitiva, fue Massa quien lo detectó en Washington y se lo presentó a Alberto Fernández. Claro que ahora las cosas son diferentes. Guzmán tiene pretensiones políticas y no le disgustaría competir por una banca legislativa. Pero Massa siente que fue él quien debió hacerse cargo del desastre anterior a su gestión, y ya ha deslizado con sutileza la amenaza de su renuncia al cargo si siente que lo hostigan en medio del terremoto económico.
En Juntos por el Cambio las cosas no van mucho mejor. Cuentan con la ventaja de que es el gobierno de Alberto, Cristina y Massa el que debe administrar su crisis, y observan con algo de alivio las internas que atraviesan al Frente de Todos. El domingo tuvieron un descanso de su propia confrontación porque la victoria de la oposición en la intendencia cordobesa de La Falda les dio un respiro estratégico. Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales compartieron el festejo tras la reelección del intendente radical, Javier Dieminger, en un distrito donde la UCR es competitiva.
Juntos a ellos aparecieron los dos referentes opositores en Córdoba, el senador Luis Juez y el diputado Rodrigo de Loredo, quienes mantienen una pulseada para ver quien será el candidato a gobernador. Además de Rodríguez Larreta y Morales, también Patricia Bullrich y Mauricio Macri negocian para poder llevar una lista única en la provincia, y conseguir algo parecido en Mendoza, Salta y Tucumán, distritos donde la batalla entre UCR y PRO amenazaba con terminar en listas separadas.
Las diferencias electorales entre los presidenciables de Juntos por el Cambio a cinco meses de las PASO son, en cambio, casi insignificantes cuando se habla de cómo combatir a la inflación. Todos han unificado el discurso con una palabra: shock. Esa es la bandera que levantan Rodríguez Larreta y Bullrich; Macri y María Eugenia Vidal; Morales, Facundo Manes y hasta Martín Lousteau.
El shock anti inflacionario es la receta que explicaron este fin de semana Martín Redrado y Fernando Straface. El ex presidente del Banco Central, quien trabaja ahora con Rodríguez Larreta, dio entrevistas a Clarín y Perfil donde explicó en detalle que el próximo gobierno tendrá apenas veinte días de plazo (entre el 10 y el 30 de diciembre) para hacer los anuncios y enviar las leyes al Congreso que pongan a la inflación como el enemigo principal a vencer. Hacia ese objetivo deberían converger las políticas fiscales, monetarias y de ingresos del futuro gobierno.
En la misma línea se expresó Straface, secretario de Relaciones Internacionales de la Ciudad, en una entrevista con CNN Radio. “El gradualismo solo se puede financiar con alguien que nos preste plata, y a Argentina nadie le presta así que hay que encarar las medidas para estabilizar la inflación desde el día 1″.
Horas después, María Eugenia Vidal defendía las medidas de shock contra la inflación durante un reportaje con el canal Todo Noticias. Y en la misma línea que lo hacen Bullrich y su economista de cabecera (Luciano Laspina); Ricardo López Murphy y los presidenciables radicales como Morales y Manes.
Desde el sector más extremo de la oposición, el libertario Javier Milei, insiste en que la inflación “es un delito” con una única causa: la emisión monetaria. Y que la mejor manera de evitar la suba de la inflación es estrictamente el cierre del Banco Central.
En realidad, y respondiendo a su perfil de celebridad provocativa, Milei convoca a sus seguidores a “quemar” el Banco Central, planteando que la ausencia de toda autoridad monetaria sería el verdadero remedio a los males económicos de la Argentina.
Una propuesta, la de Milei, que va llamativamente a contramano del salvataje que los países capitalistas aceleran en estas horas para poner a resguardo la salud de los mercados financieros.
No solo es el banco UBS el que participa de la compra de sus compatriotas del Credit Suisse para que la tormenta financiera iniciada con la caída del Sillicon Valley Bank no se transforme en un desastre similar a la crisis de las hipotecas en 2008. También ha puesto dinero el Banco Nacional de Suiza y están colaborando el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de EE.UU.
Después de la pandemia y con el agravante de la invasión rusa a Ucrania, el planeta no es lo que era. Han cambiado los términos de la globalización financiera y la cooperación se torna indispensable. De los actores privados y de los estados también. Los Trump, los Bolsonaro y todos aquellos que desprecian las imperfecciones de las democracias han fracasado sin atenuantes.
Las urgencias económicas de la Argentina, empezando por la inflación y terminando por la pobreza, se han vuelto demasiado complejas para calmarlas con facilismo populista. Por eso, la solución requiere mucho más esfuerzo intelectual y valentía que gritar desde una tribuna. Ya no basta con ir a quemar el Banco Central para que la magia se haga cargo y lo resuelva todo.