La industrialización del gas y del petróleo como eje del desarrollo nacional

Argentina posee la cuarta reserva de shale oil más importante del mundo y la segunda reserva global de shale gas. Marcos Bulgheroni, Group CEO de Pan American Energy publica en diario Clarín que “Mucho se…

domingo 16/08/2020 - 13:07
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Argentina posee la cuarta reserva de shale oil más importante del mundo y la segunda reserva global de shale gas.

Marcos Bulgheroni, Group CEO de Pan American Energy publica en diario Clarín que “Mucho se ha escrito sobre el enorme potencial de los recursos de petróleo y gas que tiene nuestro país. Argentina posee la cuarta reserva de shale oil más importante del mundo y la segunda reserva global de shale gas. También cuenta con inmensas extensiones de alto potencial exploratorio en el mar -costas afuera de la patagonia-, y cuencas maduras aptas para la introducción de técnicas modernas de recuperación secundaria y terciaria”.

Sin embargo, en el país no siempre ponemos foco en la importancia de la industrialización de la cadena de valor del sector. Resulta menester acentuar este enfoque para no caer en la trampa que genera la primarización de la producción de petróleo y gas. La industrialización del sector hidrocarburífero genera un círculo virtuoso, donde el crecimiento de un segmento de la cadena tracciona al otro y contribuye a generar miles de nuevos puestos de trabajo y millones de dólares en divisas a través de inversiones genuinas.

Muchas veces se nos presenta una falsa encrucijada: incentivar la producción de petróleo y gas para exportar, o producir para el mercado interno. Estas dos opciones no son excluyentes, sino que se potencian. El crecimiento de la producción es una condición necesaria para potenciar el proceso de industrialización de nuestros hidrocarburos. Debemos incentivar la producción de petróleo y gas para que distintos proyectos de industrialización -como la producción de combustibles, productos petroquímicos y otros derivados-, puedan tener escala suficiente para ser competitivos a nivel doméstico y global. La mayor producción que alcancemos se traducirá en más competitividad y en mayores exportaciones para la Argentina.

El falso dilema de forzarnos a elegir entre una vía o la otra se advierte fácilmente al analizar experiencias de otros países en los que se priorizó sólo la producción para exportación. El resultado fue una industria exclusivamente volcada a la primarización de la producción que, poco a poco, fue socavando las cadenas productivas. Desprovistas de inversión para mantener su competitividad, las mismas fueron descapitalizándose hasta su extinción u obsolescencia.

México es un caso muy interesante en la región para ilustrar lo antes expuesto. Hace 15 años el país producía más de 3,3 millones de barriles diarios de petróleo, cuyo procesamiento cubría el 87% de la demanda de combustible. El otro 13% lo importaba, principalmente de los Estados Unidos. Las exportaciones de crudo, entretanto, rondaban los 1,8 millones de barriles por día.

Hoy, el panorama es muy distinto. México produce 1,7 millones de barriles por día de petróleo y, luego de años sin inversión sostenida en el parque refinador, en el país sólo se refina el 39% de la demanda de combustibles. El restante 61% es cubierto por importaciones. Reconociendo este problema, las políticas lanzadas desde la actual administración por el Presidente López Obrador se han enfocado en priorizar la inversión en el downstream para procesar el crudo doméstico y abandonar la dependencia actual de los productos importados.

Otros países, en cambio, vienen trazando desde hace décadas una política virtuosa de industrialización de la cadena de valor del petróleo y gas. La “revolución del shale” en los Estados Unidos tuvo por efecto el renacer de su industria de hidrocarburos. En 2019, como consecuencia de este proceso, dicho país se convirtió en el mayor productor de petróleo del mundo y, por primera vez, pasó a ser exportador neto de petróleo.

A partir del incremento de productos hidrocarburíferos se reactivaron industrias que habían emigrado al extranjero. Desde 2010 se completaron 210 proyectos en el sector petroquímico con una inversión asociada de 89 mil millones de dólares. Otros 43 proyectos se encuentran en construcción y, sumados a 90 adicionales en etapa de planificación, llevarían el total invertido en el sector a los 203 mil millones de dólares. En este sentido, el American Chemistry Council estima que estos proyectos habrán creado hacia 2025 más de 757.000 empleos de manera directa, indirecta o inducida.

En la Argentina ya hemos emprendido ese camino. En 2019 el 92% del petróleo que produjimos se procesó en nuestro país. La industria hidrocarburífera local no es meramente extractiva, sino que forma parte integral del tejido industrial del país y contribuye a generar empleo genuino mediante inversiones estratégicas a largo plazo.

La provincia de Buenos Aires cuenta hoy con el 71% de la capacidad total de refinación de petróleo de todo el país. Es en esta provincia donde se produce casi todo el combustible que alimenta el parque automotor privado, industrial y agropecuario. En Bahía Blanca, por citar sólo un ejemplo, el polo petroquímico produce químicos básicos para la industria y exporta GLP (gas licuado de petróleo) y otros productos derivados del petróleo y gas. Asimismo, nuestra industria manufacturera exportadora está íntimamente ligada a la industria hidrocarburifera a través del consumo de un sinnúmero de productos derivados del petróleo.

Poner como objetivo una estrategia sostenida de industrialización de nuestro sector es sólo el comienzo de una política energética exitosa. Necesitamos concretar nuestras aspiraciones con proyectos específicos y políticas públicas adecuadas. La ampliación del polo petroquímico de polibutanos, el proyecto petroquímico en Rio Grande, la planta de licuefacción de gas y la ampliación de la refinería de Axion en Campana, son algunos ejemplos de las grandes oportunidades de industrialización del sector en nuestro país. A medida que la producción de Vaca Muerta se incremente, sin duda habrá otros proyectos que surgirán de este desarrollo.

Pero no basta simplemente con identificar proyectos. Serán necesarias políticas que incentiven y brinden confianza, teniendo en cuenta la naturaleza de la actividad petrolera que obliga a realizar inversiones con una mirada a largo plazo. En un país muchas veces volátil como la Argentina, es entendible que garantizar las condiciones a futuro no resulte sencillo. Sin embargo, es prioritario que las condiciones macro de largo plazo y los precios del petróleo, del gas y de los productos derivados sean coherentes con las expectativas de inversión.

Debemos ser capaces de poder encontrar el equilibrio que satisfaga la política y la economía. De otra manera, el ejercicio de industrialización sufrirá de subinversión y nos llevará inexorablemente a la primarización de la producción y, eventualmente, a la caída misma de la producción como ha ocurrido en otros países con riquezas naturales similares a las nuestras. Es sobre estas bases que nuestra industria se podría convertir en uno de los principales motores que traccionen la economía.

Como petroleros, venimos invirtiendo sostenidamente en nuestro país, creando empleo y contribuyendo a la construcción de nuestro tejido industrial. Muchas de las empresas petroleras están radicadas en el país desde hace décadas. Seguimos y seguiremos acá, dispuestas a apostar al desarrollo y a la industrialización de nuestro sector.

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