El piloto Jorge Polanco recuerda los increíbles detalles del 31 de julio de 1995, cuando un ovni voló a metros de su avión sobre el Nahuel Huapi en Bariloche.
El 31 de julio de 1995, Bariloche se encontraba inmersa en la oscuridad. Ya era de noche, la luna no se había asomado a través de las montañas y un corte de energía eléctrica provocó que la ciudad entera tuviese que alumbrar sus pasos con velas, comienza relatando LMNeuquen. Lo único que se distinguía entre tanta negrura era el contraste de la nieve que se había acumulado en el suelo. Y, minutos después de las 20, una luz en el cielo que se convertiría durante años en el “Caso Perfecto argentino” de un avistamiento ovni.
Esa noche, por esas mismas horas, un vuelo de Aerolíneas Argentinas proveniente de Aeroparque estaba llegando a la comarca patagónica. Comandado por el piloto Jorge Polanco, desde la torre de control le advirtieron que el arribo se demoraría: antes tenían que poner en funcionamiento un generador de emergencia en el aeropuerto. Polanco no se preocupó. Todavía se encontraba a 40 millas de distancia y el combustible era más que suficiente. Además, era una buena noticia para sus pasajeros: no tendrían que volverse a Buenos Aires como le había sucedido la semana anterior en otro vuelo, también por un corte de luz en la ciudad barilochense.
La voz del comandante comenzó a sonar por el altoparlante del Boeing 727, cargado de 102 pasajeros, para ponerlos al tanto de la demora existente: “Buenas noches, señores y señoras, les habla su comandante Jorge Polanco. En la ciudad de Bariloche ha habido un corte de luz, por lo que existe la posibilidad de que tengamos que volver a Buenos Aires si la energía no se recupera. Pero está todo bien, no tienen por qué preocuparse…”.
Mientras el avión se acercaba a destino y tras cinco minutos sin tener novedades de tierra, la torre de control se contactó nuevamente con el vuelo 674 de Aerolíneas Argentinas para anunciar que el generador eléctrico ya estaba en marcha, por lo que el piloto podía iniciar el procedimiento de descenso.
El avión se encontraba de frente a la pista de aterrizaje, pero como todavía tenían demasiada altura, Polanco tuvo que realizar un viraje por derecha. Sobrevoló la ciudad a oscuras, sobre la inmensidad del lago Nahuel Huapi. Era casi un viaje habitual, hasta que de repente la vieron. Como si hubiese aparecido de la nada, divisaron una luz a las 11, en referencia a las agujas del reloj.
Polanco se miró con el copiloto, Carlos Atilio Dortona, y le pidió que se comunique con la torre para ponerlos al tanto del avistamiento del ovni. La situación era extraña. Sin embargo, hasta el momento solo cabían posibilidades lógicas: quizás era otro avión.
-«Bariloche, Argentina seis siete cuatro ¿Tiene un tránsito al frente nuestro reportado? «, preguntó Dortona.
-«Frente suyo no, señor. Está viniendo y estima ingresar en cuatro minutos por Limay», respondió la torre. El único aéreo registrado, además del de Aerolíneas Argentinas, era un avión de Gendarmería Nacional.
-«El que divisamos… estamos a siete millas liberando siete quinientos y tenemos un tránsito a la izquierda de nosotros», volvió a insistir el copiloto. Desde el control reconfirmaron: la única aeronave autorizada todavía se encontraba a 40 millas de distancia.
Atentos, los tres ocupantes de cabina (Polanco, Dortona y el ingeniero de vuelo, Jorge Allende) no podían dejar de ver aquella luz. A medida que el avión se alejaba y descendía, el resplandor se agrandaba y aumentaba su intensidad. El comandante del vuelo decidió hacerle luces para establecer contacto, todavía creyendo que se trataba de otro aeroplano que no podía comunicarse con la torre. Pero fue ahí cuando ocurrió lo inexplicable: la luz de repente se ovaló, se volvió más chica y “alargada”. Tomó la forma de un plato volador.
“Cuando se hace finita y chiquita, ahí me di cuenta que no era normal. Justo en ese momento estábamos a 12 millas de la vertical de Bariloche y teníamos que iniciar el viraje para hacer el aterrizaje final. Cuando pensaba en eso, el copiloto me dice: ‘tenemos que virar, tenemos que virar‘. Así que dejo de pensar en la luz, en el ovni, y comienzo a hacer la maniobra final. Cuando termino de estabilizarme y me engancho en la senda que te lleva al aterrizaje, lo escucho al copiloto que dice: ‘che, ¿qué carajo es esto?‘”, le cuenta Polanco a LM Neuquén, 25 años después del suceso.
La cabina quedó completamente en silencio. Desde la ventanilla derecha del avión se veía un resplandor grande, color ámbar arriba y verde a sus costados, “como si fuese un plato sopero invertido” de 30 metros de diámetro, a sólo diez metros de distancia de la punta del ala.
-«Argentina seis siete cuatro intercepta localizador once millas y tengo un tránsito aquí a la derecha mía», logran comunicar, todavía sin dar crédito a lo que veían sus ojos.
-«Yo lo tengo a la vista a usted, al otro tránsito no lo tengo a la vista caballero, eh… El otro tránsito está ingresando por el cero treinta y ocho y está a veintidós millas afuera ahora», les contestan.
–«Tenemos un objeto a la derecha formándonos y arriba estamos viendo a la otra aeronave, el objeto tiene dos luces intermitentes, brillantes… este… no sé… creemos que es un plato volador», alcanzan a decir.
Finalmente habían pronunciado las palabras. Ya no se trataba de otro avión, ni de un tránsito, o simplemente una luz; ahora, el objeto se había convertido en un plato volador, un ovni, una nave extraterrestre o vaya uno a saber qué.
En 25 años de carrera, Polanco jamás había visto algo similar a lo que le pasó en Bariloche: 25 años después del suceso, tampoco volvió a verlo. “Supuestamente es peligroso, pero yo siempre dije que nunca me dio la sensación de que lo era. Nunca me generó nada de temor desde el punto de vista de que me iba a agredir. El hecho de que pueda navegar, volar al lado mío con esa precisión, me daba la tranquilidad de saber que era algo que no era de este mundo. Al menos conocido”, recuerda el comandante.
Todavía sorprendido, Polanco se recompuso para aterrizar la aeronave. El avión comenzó a descender, pero cuando se encontraba prácticamente por tocar tierra, el aeropuerto se volvió a quedar completamente a oscuras. El generador dejó de funcionar y la pista se convirtió en un agujero negro. Con los nervios de acero, el piloto volvió a darle potencia a las turbinas, puso al avión trompa hacia arriba y comenzó nuevamente a elevarse hacia las estrellas.
Polanco miró de reojo a sus compañeros. No emitían ni un sonido, siquiera el de su propia respiración. Estaban paralizados. Solo eran miradas perdidas, con la vista fija hacia un horizonte completamente negro, con lágrimas empapándoles las caras. “Era una cosa muy loca, ahí me agarró un poco de cosita. Yo quería asumir que no estaba pasando, que era un sueño y me iba a despertar en casa, pero al mismo tiempo pensaba que no tenía que perder el control del avión y eso me ayudó mucho”, explica el comandante.
Para aquel entonces, el avión de Gendarmería Nacional ya se encontraba sobrevolando Bariloche a 12.000 pies de altura. Y sus tripulantes, Juan Domingo Gaitán y Rubén Cipuzak, tampoco podían explicar ni entender lo que estaba pasando. A medida que el Boeing 727 volvía a ganar altura tras el aterrizaje frustrado, la luz se desplazó rasante sobre la superficie del lago Nahuel Huapi. De repente, cambió su rumbo 90° y ascendió sumamente veloz (dicen que hasta a 4000 km/hora) en línea recta hasta una fina capa de nubes, trayectoria futura del vuelo de Aerolíneas. Era como si lo quisiera acompañar durante su recorrido. Tras unos cuantos segundos estática, así como llegó, la luz desapareció en dirección a la Cordillera de los Andes.
“La luz ámbar aumentaba y disminuía su intensidad y se desplazaba horizontal a muchísima velocidad. Nos pasó, yo estimo, al doble o un poco más de nuestra velocidad. A esa velocidad, ascendió 600-500 metros sobre la superficie hasta el vuelo de Aerolíneas, que estaba en 3000 metros, y tardó un segundo. Fue como tres veces la velocidad del sonido”, contó días después el gendarme Juan Domingo Gaitán en el programa de Mirtha Legrand. Gaitán falleció meses después del suceso. Cipuzak, algunos años atrás.
El avistaje pareció durar horas, pero en realidad fueron sólo 17 minutos. A las 21:09 el vuelo 676 aterrizó y minutos más tarde lo hizo el de Gendarmería Nacional. Tras lo ocurrido, los protagonistas de la historia tuvieron que firmar un informe reservado para dejar constancia de los que había pasado. Sin embargo, al día siguiente el documento se filtró a la prensa y el hecho cobró relevancia tanto nacional como internacionalmente: fue clasificado como uno de los diez casos más importantes del mundo.
Los pilotos no fueron los únicos que observaron aquella luz. También la vieron los operarios del aeropuerto, incluso vecinos de Bariloche que en aquella noche oscura decidieron mirar al cielo patagónico. Años más tarde, la Fuerza Aérea investigó el suceso y concluyó que el resplandor que vieron desde el avión fue causado por un proyector que se estaba probando desde tierra.
“Hay gente que descree, subyace el miedo en el inconsciente de encontrarse algo que no están preparados para aceptar. Un tipo que juntaba piedritas diciendo que eran de extraterrestres ahora dice que lo que vio Polanco fue un reflector. A mí me da lástima. Mis amigos de la Fuerza Armada me dicen que el tipo se quiere confrontar con este caso, el número uno de Sudamérica, porque sino no existe. El tipo está en la Fuerza Armada y no existe. No tiene razón de ser”, sentenció el piloto.
Después de esa larga noche, Polanco piloteó el mismo avión de regreso hacia Buenos Aires. Se sentía descompuesto, “como si me hubiesen apaleado, me habían chupado toda la energía”. A las tres de la mañana llegó a su casa y se puso contento cuando la vio a su esposa dormida en la cama.
-«Mañana te cuento, tuve un barullo con un ovni en Bariloche«, le dijo mientras se metía dentro de las sábanas.
-«Largá el blanco porque te hace mal», le respondió ella en broma. Apenas se rieron, ya estaban somnolientos. Era como si se tratase de una conversación de ensueños.