Maxi Castagno, de 44 años, y su hijo Joaquín, de 17, comenzaron con el proyecto de recorrer de Buenos Aires hasta Alaska. Pero a seis meses de comenzar decidieron hacer más grande la experiencia. Desde Puno, Perú, contaron sus mil y una peripecias: desde la rotura de la primera moto hasta el día que durmieron en una comisaría
Apenas tres meses les llevó organizar a Maxi Castagno y su hijo Joaquín el viaje que iniciaron hace seis meses alrededor del mundo. A los 44 años, el asesor financiero cuenta que vendió casi todo lo que tenían él y su hijo de 17 -desde un auto hasta una consola de juegos- y luego, simplemente, “le di vuelta la llave a la puerta de mi oficina, y arrancamos”. Separado de la madre del chico (pero en pareja con una mujer que, dice, “me apoya en esta aventura”), padre también de una hija llamada Zoe que vive en Venado Tuerto, Santa Fe, compró una moto Honda Tornado 250 y junto a Joaco pusieron rumbo a Brasil el 17 de diciembre de 2021. Leído de corrido o contado como lo hace Maxi, suena sencillo, pero no lo fue.
“Esta idea nació antes de la pandemia. Joaco ya vivía conmigo en ese momento. Íbamos a salir el 15 de marzo de 2020, pero en esa fecha explotó el mundo -cuenta desde Puno, en Perú, a 4 mil metros de altura, con mucho frío y el lago Titicaca frente a ellos. “Ir desde Buenos Aires hasta Alaska, la idea inicial, era un sueño mío de toda la vida que pensaba poner en marcha en algún momento”.
El punto más polémico que debieron considerar antes de salir a la ruta fue, sin dudas, que Joaquín tenía que dejar de ir al colegio para hacerlo. Y eso se produjo en el 2020. “Ya estaba programado, porque el viaje iba a ser de un año y medio. Antes de sacarlo de la escuela hubo toda una discordia con la mama, que logramos resolver. De todas formas, este viaje para él es puro conocimiento. Acá en Perú, por ejemplo, ve la historia pre incaica, la puede tocar, como si estuviera en una biblioteca viva. Joaco está haciendo una facultad en cultura general. Y ni hablar lo que aprende al interactuar con gente que, casi toda, es mayor ahora. Pero igual ahora va a arrancar con el SEADEA (Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino), para terminar el secundario de forma no presencial. Así va a poder viajar y terminar la educación formal”, defiende Maxi la decisión familiar.
Después de hacerse “100 hisopados”, y como aún había países como Chile, Perú y Bolivia con la frontera cerrada, se lanzaron a recorrer la Argentina. “La hicimos toda, como 50 mil kilómetros, anduvimos por lugares pequeños, donde no generamos problemas por la pandemia”, explica. Cuenta Maxi que mientras él habla por teléfono con Infobae, Joaquín está haciendo el fuego. “Lo veo bárbaro, chocho con esta aventura. Hoy somos un equipo, más que padre e hijo, aunque tenemos mil peleas en el medio. Para mí, es el viaje de nuestras vidas. Todo lo que anduvimos por Argentina fue una prueba piloto, le dije ‘mirá, vamos a dormir en carpa y nos vamos a quedar sin plata’, pasó y no fue un gran problema. Esa creo que es la traba más grande para enfrentar esto, los prejuicios. Yo, a los 44, me despierto en Disneylandia todos los días, con una sonrisa de oreja a oreja”.
La financiación de este tipo de viajes es la barrera habitual de todos los que sueñan con hacerlos. Maxi responde con total naturalidad: “Es más barato salir de viaje que vivir en Buenos Aires. Acá en Puno, por ejemplo, le usamos luz, el gas y el agua a un amigo que nos invitó. Ahora hace mas frio y acampar cuesta un poco más. Pero en la ruta siempre encontrás manos solidarias. Nosotros decimos que el 99% de las personas que cruzamos fueron buenas, y al 1% restante todavía no lo conocimos. Por ahora andamos con los ahorros. Pero se van a terminar, y lo sabemos. Lo que estamos buscando a través de nuestras redes son patrocinios”. Para eso, aunque no era el plan inicial, comenzaron a subir material en sus redes, bautizaron su viaje “La vida en moto con Maxi y Joaco” y activaron su cuenta de Instagram @lavida_enmoto.
Lo curioso es que Maxi no sabía casi nada de motos. “Yo no vengo del mundo de la moto, la primera la tuve a los 40 años. Empecé a andar en esa época. Dejé de usar el auto, me empezó a gustar. Es atípico, la gente que hace estos viajes tuvo moto desde siempre, y yo soy un novato. La verdad es que fue todo medio improvisado. Vimos videos de viajeros, pero nos equivocamos con la moto. No era la ideal para viajar los dos en ella. Así que un amigo nos recomendó construir un trailer y eso hicimos. Pero tampoco fue una solución: llevábamos más de 180 kilos en el trailer, más la moto que eran 135 kilos, más nosotros dos que somos grandotes, unos 200 kilos más. Apenas salimos de Buenos Aires pinchamos una rueda. Teníamos todos los repuestos que te imagines, pero el detalle era que había que saberlos usar (ríe). Así que terminamos caminando tres kilómetros hasta conseguir una gomería”.
Luego siguieron hacia el norte argentino. Y aparecieron más vicisitudes: “Nosotros tenemos por regla general no viajar de noche. Pero como la ciudad que venía después de San Miguel, en Corrientes, estaba a 78 kilómetros, decidimos continuar. A 18 kilómetros se nos desoldó el trailer, el hierro hizo de cuchilla y rompió un neumático…”. Varados al costado de la ruta, veían impotentes como se aproximaba una fuerte tormenta. “Fue nuestro primer susto feo. No se podía acampar y casi no teníamos señal. Así que llamamos a la policía”. Una hora más tarde, cuenta Maxi, llegó un móvil. “Fue muy loco, nos llevaron con todos nuestros bártulos a la comisaría. Suponíamos que nos iban a guardar las cosas en custodia y tendríamos que buscar un alojamiento, pero nos permitieron quedarnos en un cuarto al lado de los calabozos. Teníamos baño privado y aire acondicionado. Siempre vamos a estar agradecidos con ellos”, cuenta. Al día siguiente fueron a soldar el carrito: resultó ser un DJ que, por la pandemia, se había reconvertido en herrero.
De allí cruzaron a Brasil. Lo primero que les sucedió, a 100 kilómetros de la frontera, fue una detención policial. Y ni Maxi ni Joaquín hablaban una palabra de portugués. Pasado el susto, se enteraron que debían sacar las luces led que le habían sumado a la moto, prohibidas en el país vecino. “Allá dormimos en cuanto lugar te puedas imaginar: talleres de motos, un estudio jurídico, la vidriera de un negocio, en el medio del campo y lejos de todo, en una cancha de bochas, estaciones de servicio y hasta en un predio rural inmenso cerrado por la pandemia”, enumera.
Donde casi no la cuentan es en San Pablo. Ellos viajan con un GPS, pero por error, dicen, el mapa los llevó por el camino que conducía a una favela. “Fue un momento tenso. Nos mandó por una ruta equivocada. Éramos una máquina de llamar la atención. Por suerte era de día y le preguntamos a un muchacho que estaba en una moto cómo salir. De repente teníamos ocho motos que nos llevaban a la salida, pero en ese momento no sabíamos si zafábamos o nos metían más adentro. Lo más loco es que ahora son fieles seguidores de nuestras redes…”, respira aliviado.
Las anécdotas fluyen en boca de Maxi. Hace seis meses apenas que salieron, pero sus experiencias parecen acumular años de ruta. “En Bracuy, también en Brasil, nos mandamos al medio de la selva de la Serra do Mar. Nos caímos como diez veces y nos agarró una de las peores tormentas del viaje. Para salir tardamos cinco horas en hacer siete kilómetros. Pero bueno, nos gusta aventurarnos en lugares adonde el turismo no va, donde hay paz. Por las dudas, llevamos una baliza satelital, porque si alguna vez nos perdemos en un lugar donde no exista la señal de celular”, continúa.
El trayecto no ahorró emociones fuertes. Un día, como era previsible, la moto dijo basta. Fue en Buzios y, reconoce Maxi, el motor se rompió por culpa de ellos y no de la máquina: “Nos equivocamos con el filtro de aceite, lo pusimos al revés y en vez de filtrar hizo de tapón. La moto recorrió ciento y pico de kilómetros sin aceite y al llegar a Buzios, ¡chau!”. A pesar de la impericia, padre e hijo fueron previsores: tenían contratado un seguro con moto auxilio las 24 horas. Sin embargo, la experiencia no fue la mejor. “Volvimos para Argentina con la moto sobre un trailer. Pero el chofer, brasileño, se iba quedando dormido en la ruta, así que agarré el volante y terminé manejando yo. En la frontera hicimos el traspaso con una grúa argentina y así, después de cinco días, llegamos a Buenos Aires”.
El cachetazo no los hizo bajar los brazos. Averiguaron precios y regresaron a San Pablo, sin la Tornado y sin el trailer. Pero con el dinero suficiente para comprar otra moto. “Vendimos lo poco que nos quedaba, nos tomamos un micro a San Pablo y conseguimos la moto de nuestros sueños. Una África Twin. En Argentina cuesta 44 mil dólares y en Brasil 17.500. Ahora viajamos mucho más seguros, en una moto más acorde para dos. Llevamos lo que necesitamos, las cosas de filmación, computadora, etc. Nos dimos cuenta de lo poco que necesitamos para ser felices: entra en el equipaje de una moto”, asegura.
Para ellos, lo fundamental son las relaciones humanas que van haciendo a cada paso: “Descubrimos en la ruta emociones muy profundas. De repente nos vamos de una casa de familia donde paramos tres o cuatro días y esa gente nos despide llorando, porque saben que es muy posible que no nos volvamos a ver. Y cinco horas después, te encontrás con otras personas que te reciben con toda la alegría del mundo…”.
El placer que sienten al viajar los hizo replantear la duración del recorrido. El viaje inicial iba a ser hasta Alaska. Pero ahora piensan ir más allá. “Estamos llenos de energía como el primer día, y nos propusimos dar la vuelta al mundo en moto. Creo que seríamos los primeros padre e hijo en lograrlo”.
Joaquín está próximo a cumplir 18 años, y aunque sabe conducir la moto, sólo lo hizo en el desierto, fuera del camino, para no tener problemas legales. Lo que también sabe su padre es que, a esa edad, las decisiones pueden ser volubles. “Si Joaquín quisiera quedarse en algún lugar, porque se enamora o le gusta, está en su derecho. Hoy dormimos acá, mañana en otro lado. Si de algo se trata este viaje, es de la libertad.”