Llegó de Santa Fe a Paraguay en 1998. Se instaló y fundó una empresa de genética de semillas cuya marca, en el 2014, vendió a Bayer Alemania. Completado el acuerdo de no competencia con la empresa, regresó a ese negocio con la marca Great Seed; construye un centro comercial de US$50 millones en Encarnación (la tercera ciudad paraguaya) y avanza con un proyecto de nutraceúticos a través de ingeniería genética en Uruguay que desarrolla junto al instituto Louis Pasteur de Montevideo. Ya invirtió US$7 millones.
Horacio Biga tiene 55 años, agradece la calidad de la educación pública que le dio la Argentina -es ingeniero agrónomo y mejorador-, pero está convencido de que las empresas se deben fundar «en países serios y no en lugares con economías marginales donde los proyecto de largo plazo no tiene posibilidades».
«En 1998 Paraguay ya iba camino a ser lo que es hoy, una de las economías de más crecimiento de Sudamérica -cuenta a LA NACION-. Los argentinos creíamos que los vecinos no eran grandes, pero habían crecido y tenían pantalones largos. Vi que no tenían inflación, la moneda era estable; empecé a averiguar y había plazos para las compras, financiación para la maquinaria. Realidades absolutamente diferentes a las de la Argentina; entendí que tenía que cambiar el chip porque creía que la Argentina era el más lindo del mundo, pero me di cuenta de que había otros países lindos«.
Biga compró 2000 hectáreas en el departamento paraguayo Itapúa, uno de los tres que constituyen el corazón productivo del país. «Desmonté selva bajo las leyes establecidas que implican que el 25% debe quedar e indican dónde. Convivimos con la fauna original en el campo. Construí un centro de investigación», repasa y recuerda que su padre lo fue a visitar y le sugirió que se volviera, le respondió que se quedaría porque en Paraguay veía un «rayo de sol». «Hoy no entra en la ropa de lo orgulloso que está de lo logrado», ríe.
En 2001 comenzó con el desarrollo de germoplasmas «a medida» para Paraguay. «Lo que había en la Argentina no servía porque llueve tres veces más, los suelos son de origen volcánico, el fotoperíodo es más corto. Con una semilla buena la agricultura se empezó a expandir desde la 500.000 hectáreas agrícolas que existían en aquel momento, los rindes se duplicaron. Llegamos a tener casi cuatro millones de hectáreas agrícolas».
Igra (que significa Itapúa granos) fue la marca con la que alcanzó el 35% del market share; otras seis se peleaban por el resto. Se expandió en Brasil -se quedó con el 20% del share y armó un centro de biotecnología en Mina Gerais-; Uruguay (15% del mercado) y Sudáfrica.
Un día estaba en Brasil cuando el ingeniero agrónomo Carlos Soler, vicepresidente de la compañía, le avisó que lo buscaba el vicepresidente de Bayer Alemania: «Me esperó tres días hasta que volví, por lo que yo pensaba ‘debe ser importante para que se quede’. Cuando nos reunimos me felicitó por la genética, por el crecimiento y me preguntó que -si no me ofendía- quería saber si estaba dispuesto a vender la empresa».
Biga recuerda que le respondió que hay un «número mágico» y que si ambos sincronizaban podían seguir charlando. El due delligence llevó cuatro años.
Hasta ese momento Bayer no tenía genética, sus ejes eran la química y la farmacéutica. Biga se quedó un año más como asesor estratégico y la alemana se fue expandiendo en el sector con adquisiciones en Brasil y la Argentina. Con la compra de Monsanto pasó a ser el líder mundial.
«A Van Gogh le pueden comprar todos los cuadros, pero hay que cortarle las manos para que deje de pintar -ironiza-. Jamás iba a dejar de trabajar en lo que es mi pasión, así que cuando terminó el período de No Compit volvimos al negocio de genética en semillas con la marca Great Seed; nos estamos expandiendo nuevamente».
En el «mientras tanto» se dedicó a los desarrollos urbanos. Construyó el edificio más alto de Encarnación, con 70 metros; el primer hotel cinco estrellas de la ciudad y se prepara para inaugurar en setiembre próximo el Shopping Costanera de seis pisos, patio de comidas, centros de recreación y una torre corporativa de 110 metros de altura superando la marca anterior. Un total de 40.000 metros cuadros con una inversión de US$50 millones. Detrás hay otra historia: se emplaza donde era un seminario que había quedado vacío. Como las tierras eran del Vaticano tuvo que presentar su oferta a ese Estado -lo que implica una serie de innumerables trámites- y la carta de aceptación le llegó firmada por el Papa Francisco.
Biga nació en Arequito (Santa Fe), donde todavía viven sus padres y hermanas. Se ríe cuando comenta «ella es de mi pueblo» en relación con Soledad Pastorutti. Para contar su experiencia y tratar de responder cómo terminó cerrando una operación con Bayer escribió el libro «Historia de una marca y su genética». Después del shopping tiene otros emprendimientos en carpeta. Asegura que le gustaría poder «comprar tiempo, vivir 150 años para hacer todos los sueños» que tiene.
Fuente: lanacion.com