Es uno de los enigmas sin resolver de la historia criminal chilena: la desaparición de Jorge Matute Johns, intoxicado con pentobarbital en 1999 – aunque eso se sabría recién en 2014 – será llevada a la pantalla chica por Netflix, en una serie que hace unos días comenzó su rodaje de la mano de la productora local Fábula.
La serie narrará la historia del malogrado universitario, pero la familia no está nada contenta y este jueves volvió a la carga asegurando que están evaluando todas las medidas legales posibles para detener las filmaciones.
“Estamos conversando con abogados que conocen de esta materia para ver qué acciones tomar en Chile o Estados Unidos”, señaló Álex Matute al medio Sala de Prensa.
El hermano mayor de Jorge dijo que ellos nunca autorizaron la serie, aunque si reconocieron haberse entrevistado con la gente de Fábula. El problema radica en que su madre, María Teresa Johns, la ha pasado mal desde que supo la noticia, aseguró Matute. “Cuando salió esta publicación terminé con mi madre en la clínica con problemas de presión. Mi madre ya no tiene los 50 años que tenía 25 años atrás, son temas realmente complejos”, sostuvo.
“Si algo le llega a pasar a mi madre yo ya sé quiénes son los responsables. Ustedes son personas adultas con bastante recorrido en el tema, tienen equipos creativos importantes y pueden hacer otra serie de ficción o derechamente cambiarle el nombre”, advirtió, apuntando directamente a los dueños de Fábula producciones, Juan de Dios y Pablo Larraín, este último un reconocido cineasta a nivel internacional.
“Yo no voy a permitir, más allá de la serie, que dañen a mi madre. Nuevamente les digo si algo, ni Dios lo quiera, le pasa a mi madre quiero que ustedes sepan que van a cargar con una responsabilidad tremenda, porque esto es algo totalmente evitable para una señora que ya bastante ha sufrido y yo, como hijo, no lo puedo aceptar”, remató.
¿Qué pasó con Jorge Matute Johns?
La última vez que alguien vio con vida a Jorge Matute Johns fue la noche del 20 de noviembre de 1999, cuando se fue de fiesta junto a dos amigas y un amigo a la discoteca “La Cucaracha” de Talcahuano (500 kms al sur de Santiago). En el transcurso de esa noche desapareció misteriosamente y nadie volvería a saber de este joven de 23 años, estudiante de Ingeniería Forestal en la Universidad de Concepción, hasta casi cinco años después.
Al día siguiente, Cinthia Otárola, ‘polola’ del desaparecido, recibió una llamada en la que un hombre, con la voz modificada por un aparato electrónico, le aseguraba que algo grave le había pasado.
En ese momento comenzaría una investigación que se cerraría y volvería a abrir varias veces en el transcurso de 15 años, y que se vería contaminada por llamadas que pedían dinero por su ‘rescate’ y hasta por la aparición de otros cadáveres que no correspondían a la víctima.
En 2001, la jueza Flora Sepúlveda procesó a siete jóvenes universitarios, acusados de darle una golpiza a Matute Johns y luego hacerlo desaparecer. Dicha causa sería cerrada en 2006, sin culpables.
En enero de 2002, el dueño de “La Cucaracha”, Bruno Betanzo, fue responsabilizado del homicidio por la policía, que además interrogó a su pareja y tres guardias de la discoteca. Sin embargo, los cargos fueron desestimados.
Las cosas tomarían otro cariz en febrero de 2003, cuando el sacerdote Andrés San Martín, en una misa por el cumpleaños 27 del joven desaparecido, aseguró saber quiénes eran los asesinos, puesto que alguien le había revelado todos los detalles del asesinato bajo el secreto de confesión.
Huelga decir que el prelado nunca confirmó dicha acusación.
Desesperados, los padres de Matute Johns ofrecieron a principios de 2004 una recompensa de $20 millones (USD 21,500) por cualquier información que pudiera servir para dar con los restos del universitario. Un mes después, el 10 de febrero, un trabajador que realizaba labores de limpieza de la ribera del río BíoBío encontró unas osamentas enterradas.
Los zapatos marca Caterpillar, la camisa, el jeans… todo coincidía. Tras casi cinco años de incertidumbre, la familia podía al fin, por lo menos, enterrar el cuerpo de su ser querido.
En 2007, con el caso ya cerrado, un bailarín de la discoteca ‘La Cucaracha” llamado Fabián Flores aseguró a la policía haber participado en el crimen del joven y apuntó nuevamente contra Bruno Betanzo. Aunque la investigación se reabrió, Flores pronto cayó en contradicciones y terminó admitiendo un falso testimonio.
Betanzo murió en 2017, en un accidente de tránsito mientras estaba de vacaciones en Egipto.
En enero de 2014, los restos de Matute Johns fueron exhumados y tras diversos peritajes por parte del Servicio Médico Legal (SML), se confirmó que el joven había sido asesinado con pentobarbital – una sustancia utilizada para practicar eutanasia a animales -, y que alguien -o más de una persona- había intentado abusar sexualmente de él.
En 2018, la jueza Carola Rivas admitió que a estas alturas es casi imposible encontrar responsables por el asesinato de Matute Johns. Primero, por la cantidad de años que han transcurrido desde el crimen y segundo, porque siete de los 12 sospechosos están muertos y los cinco restantes ya fueron descartados como posibles responsables.